Fascinación por el silencio

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Hoy es domingo, y la ciudad no emite sonido alguno, ni del ocasional pájaro, ni de un coche despistado, ni de los perros en su paseo matutino. Nada. Es un silencio casi total. No es un silencio triste, ni amenazador, ni de una soledad indeseada, se trata simplemente de un  hermoso momento de quietud que me permite reflexionar sobre el silencio.

       Desde hace tiempo este tema me fascina en todas sus ramificaciones. Empezó a intrigarme debido a un pequeño malestar personal. No aguantaba las constantes interrupciones en las conversaciones. Esperaba con irritación mi turno. Parecía que todo el mundo hablaba a la vez. ¿Cuándo escuchaban? ¿Cómo se aclaraban de lo que decían los demás?

       En mi formación familiar, o quizás cultural, la interrupción se consideraba de mala educación. No entendía, por tanto, la costumbre mediterránea que, poco a poco, se revelaba como participativa, simpática y, para mi sorpresa, comprensible. Las conversaciones se desarrollaban sin pausas, y se solapaban continuamente.  Cuando, por algún motivo, llegaba el silencio se decía: “Ha pasado un ángel”.

       De este modo, me dí cuenta del poco valor que en la cultura española y tal vez también en la latina,  se concede al silencio. Tras varios años viviendo en España, me fui de viaje con una amiga neoyorquina. En un momento dado, durante nuestra excursión de tres días en bicicleta por la campiña inglesa, mi compañera me espetó, enfadada: “No dejas de interrumpirme”. Sin darme cuenta había adoptado la costumbre latina de interrumpir constantemente durante las conversaciones.

       Esta experiencia me dio aún más motivo para seguir indagando en el significado cultural de los usos del silencio.

       Efectivamente, mientras ciertas culturas consideran pernicioso al silencio durante una conversación, otras consideran adecuado realizar una pausa de uno o dos segundos tras la intervención de uno, para dar pie a otra intervención. Hay también otras culturas  que permiten unas pausas todavía más largas para dar tiempo a meditar sobre lo dicho y para preparar lo que se va a decir a continuación.  Estos últimos creen en el dicho: “Hay que pensar antes de hablar”.

       El silencio, como tema de investigación, cada día me intrigaba más. Inicialmente examiné el contraste entre el silencio y el sonido. Luego empecé a captar las diferencias entre unos silencios y otros.  Me preguntaba dónde se encuentran los silencios y cuál era la importancia de cada tipo. De hecho, hay silencios pacíficos y silencios dañinos. La comprensión de determinados silencios puede ayudar a fomentar la paz, o provocar el conflicto.

       Nuestros proverbios y refranes están repletos de advertencias sobre el papel del silencio en nuestras vidas. Por ejemplo, en español tenemos el dicho: “El bebé que no llora, no mama”.  Sin embargo, la cultura china predica lo opuesto: “El pato que chilla recibe la primera bala”. Es decir que va a la cazuela primero. O, en Japón se advierte que: “El clavo que sobresale recibe el golpe”.

       El Evangelio de San Juan nos cuenta como Pilatos dijo a Jesús: “De dónde eres tú?” Jesús no contestó, hecho que enfureció al político que, a su vez, amenazó con estas palabras: “¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?” Hay que valorar lo peligrosos que pueden ser ciertos silencios. Incluso, se ha inventado la tortura para obligar a hablar, y la amenaza de muerte para obligar a callar.

       Se podría hacer una escala de peligrosidad sobre el hablar y el callar. A veces, la valentía de hablar para salvaguardar la justicia cuesta poco (ofrecer unos comentarios positivos para respaldar a una a víctima de acoso en el trabajo). A veces, la valentía de guardar silencio cuesta mucho, como en el caso de la familia que protegió a Anna Frank.

       A lo largo de los últimos años he reflexionado mucho sobre el papel que juega el silencio en la convivencia humana. A continuación muestro unos cuantos ejemplos:

       En el ámbito doméstico, el abstenerse de soltar un comentario negativo calma la situación. En el ámbito laboral, puede ser importante no meter cizaña durante una sesión de chismorreo. Y, en los ámbitos diplomáticos, de negocios o de estudios internacionales, conviene ser muy cauto y observador para detectar las reglas no escritas sobre los usos del silencio. Así evitaríamos algunos malentendidos basados en impresiones interpretadas desde nuestros propios hábitos sociales.  ¿Es esta persona descortés, o está actuando según un código de relaciones  diferente al mío?

       Hoy en día se instruye a los alumnos de las altas escuelas de negocios en el arte de percibir los códigos silenciosos, y en cómo actuar sin ofender ni ser ofendidos.   En la sociedad contemporánea resulta indispensable aprender a calibrar los usos del silencio.

       En cuanto a mí, me sigue fascinando el silencio, o los silencios, en múltiples áreas de la vida humana, que, dado su bajo perfil, a menudo pasan desapercibidas. Las siguientes categorías incluyen variantes del silencio: la filosofía, el arte, la literatura, la música, el cine, la aventura (el desierto, los polos, la montaña), la poesía, la espiritualidad, la sordera, el autismo, la salud y sus tabúes, el cero (es una nada), las finanzas y la política, la física (el ruido), y el humor (la ironía).

Y, quizás, como dice Hamlet: “El resto es silencio”.

 

Para indagar más en el tema, un buen lugar para empezar es el libro 29 maneras de concebir el silencio de M. Farrell & M. Dos (Castellón: Colleció Universitària, Publicaciones de la Diputación, 2008 (ISBN 978-84-963372-63-4)