A Francisca Bicho, quien desde su Alentejo natal
divulga con tenacidad y acierto la figura de Fialho de Almeida

Mi impenitente curiosidad por la cultura portuguesa, así como diferentes viajes por el país vecino, me llevaron ya hace años al descubrimiento de un desconocido periodista, escritor y traductor (del francés) que me ha enriquecido a nivel personal, al proporcionarme gratos momentos de lectura, seguidos de no pocas reflexiones y emotivas vivencias, siempre relacionadas con ese hallazgo, cuya mayor alegría siempre ha sido la de poderlas compartir. Me estoy refiriendo a Fialho de Almeida, uno de los grandes prosistas portugueses del siglo XIX, apenas conocido en España, pese a que su producción literaria en absoluto es exigua. En las líneas que siguen voy a tratar de sintetizar su más que interesante peripecia vital, que le llevó, desde unos orígenes humildes, a convertirse en médico, profesión que ejerció esporádicamente, dedicándose enseguida a la vida literaria, y, en sus años finales, sin nunca abandonar la literatura, a gestionar sus propiedades rurales en su tierra de origen. Su gran personalidad y profundo carácter, resaltados por los expertos en su obra, así como la belleza de su forma literaria, de su estética, en definitiva, confirman que en Portugal su legado no haya sido olvidado, coadyuvando a ello sistemáticas iniciativas de todo tipo que llegan a nuestros días.
Autobiografía de Fialho de Almeida
A petición de su director, Fialho de Almeida publicó en 1892 en la lisboeta Revista Illustrada un texto autobiográfico, recogido luego en su libro À esquina (Jornal d´um vagabundo), al que los investigadores de su obra recurren con frecuencia, por ser muy representativo de parte de su trayectoria vital. Yo no quiero ser una excepción y voy a obrar de igual forma; en él, su autor, irónico por momentos, aludía a los episodios más destacados de su existencia durante su mocedad, y aprovechaba, sin solución de continuidad, para exponer, razonadamente, su manera de proceder a la hora de abordar su obra literaria, que tantísima energía le requería, y las características principales que conformaban su escritura, manifestando que “nadie comprende la necesidad que existe de escribir como se piensa y como se habla, límpido, claro, brutal, sencillo y verdadero, vehemente o plácido, según el hilo de agua del asunto, precipitado o lento, conforme al temperamento emotivo de quien escribe, y sincero y simple, arrancado del alma, y empleando, como dice Shakespeare, para la peor idea la peor palabra, quiero decir, la más cruel, que es casi la más pictórica y la más persuasiva”. Conforme a este pensamiento, su escritura, poliédrica, se adentra en temas y asuntos heterogéneos, pues, además de periodista, ensayista brillante y cuentista, fue también crítico teatral, como demostró en Actores e autores (1925), y literario y, en los últimos años, sin nunca dejar de escribir, viajero por Galicia y por Europa.
José Valentim Fialho de Almeida, conocido como Fialho de Almeida, nació el 7 de mayo de 1857 en la población alentejana de Vila de Frades, perteneciente al concejo de Vidigueira, distrito de Beja. Valentim Pereira d´Almeida y Mariana da Conceição Fialho fueron los padres de este primer hijo de los cuatro que tuvo el matrimonio. En 1866 ingresó en el Colegio Europeo, en la lisboeta Plaza del Conde de Barão, en el que, como él mismo escribió en su autobiografia [mientras no se haga constar lo contrario, los entrecomillados de este apartado se refieren a este significativo texto, traducido al español por Pedro Blanco Suárez, e incluido en El funámbulo de mármol (1923), libro al que luego volveré]: “sólo me sentí con vocación para calenturas. Fui buen estudiante siempre, y una escritura triste y sosegada, dos razones que, acumuladas con la de que mi padre nunca vino de la provincia a visitarme, y de que por su pobreza no pudo enviar buenos regalos al director, me valieron cinco años de privaciones y de malos tratos, y una resistencia orgullosa, aparentemente sumisa y tímida, que por la vida fuera ha sido mi hermosa independencia y mi fuerza”. En la edición de Calpe de 1919 de Mis amores, la obra más conocida en España de Trindade Coelho (1861-1908), coetáneo suyo y también gran cuentista, igualmente se incluía una autobiografía que, sin embargo, faltaba en la edición original portuguesa. Si traigo a relucir este excelente libro es porque en él el escritor trasmontano hacía referencia, lo que no ha de extrañar, a los maltratos físicos y psicológicos en la escuela, corrientes hasta tiempos no muy lejanos en los sistemas de aprendizaje portugués y español, donde cobraba gran protagonismo la sentencia de que la letra con sangre entra, que Francisco de Goya (1746-1828) había inmortalizado en un cuadro de idéntico enunciado pintado entre 1780 y 1785.
En 1872 deja el colegio, debido a que la pobreza familiar le impide continuar los estudios, pasando los siguientes siete años trabajando como ayudante en una botica que era “la proyección agravada de la existencia del colegio, con una clausura más ruda, una fatiga física más fuerte y en muchas peores condiciones de trato y de convivencia, de la cual no puedo ahora mismo acordarme sin rechinar los dientes de despecho. La botica tuvo para mí la ventaja de ponerme en contacto absoluto con el pueblo, de mostrarme la existencia de los barrios pobres, en una ciudad donde el obrero envejece sin la menor idea de comodidades; y me enseñó por añadidura, el manoseo y preparación de los venenos, arte de que me he servido con éxito para que reventasen algunas ratas. Durante estos siete años de emplastos y de píldoras nadie puede imaginarse los tormentos que pasé”. Pese a su extensión, creo que ha valido la pena transcribir esta cita, por ser un testimonio sobre las dificultades existenciales por las que pasó, y por mostrar la influencia que la observación de tipos ejercieron en los temas que, posteriormente, desarrollaría en sus cuentos, de un gran realismo, por la crudeza de sus cuadros, resultado de una “larga y casi exclusiva convivencia con las clases llamadas ínfimas”, con los oprimidos, que le llevaron, en ocasiones, a un naturalismo radical, marcado por el determinismo social, en el que tanta importancia cobran los factores hereditarios y el medio natural. Así sucede en su novela A ruiva (1878), La pelirroja, o en su cuento Três cadáveres (1893), donde se sirve de descripciones necrófilas. No es aventurado imaginar que el extracto de este último, que reproduzco, provenga de sus propias experiencias: “Y en plena masacre de esa lucha de fieras y de bestias que es la vida, João da Graça [trasunto de Fialho de Almeida] venía a rastrear en la sombra el hormiguero de los tristes, de los inermes, de los vencidos, hijos sin padre, hombres sin trabajo, mujeres sin esposo cierto, familias sin abrigo, toda la legión sagrada y vil de los que son objeto de burla por una especie de fatalidad zoológica, inquebrantable…”. De resultas de tales penurias, su salud se resentiría, lo que influyó tempranamente en “una tendencia mórbida para las letras”.
Al fallecimiento del padre en 1876 se vio obligado a regresar a su población natal, abandonando, entonces, la botica y los estudios. Tras retornar a Lisboa, después de un año, terminó, entre 1879 y 1885 y con grandes esfuerzos económicos, la carrera de Medicina, viviendo “de los recursos de lo poco que mi pobre madre podía darme, de alguna colaboración en diccionarios y pequeñas hojas literarias, y, finalmente, de lecciones que daba a la hora en que mis condiscípulos se divertían, despreocupados, felices, bien comidos, bien vestidos, ignorando el martirio del pan ganado céntimo a céntimo y los prodigios de energía heroica consumida para vencer economías de cigarros y de cenas y para desaparecer también de todas aquellas partes en que comentaban los sucesos y podría notarse nuestra chaqueta vieja, nuestro pelo largo, nuestras botas con los tacones torcidos”. Son éstos años de bohemia y noctámbulas tertulias de café, de nervios excitados y de errabundos callejeos, propios de un vagabundo, según confesaba en el reportaje ‘Lisboa em farrapos’ (Revista Illustrada, Lisboa, 15 de enero de 1892): “Cuando yo muera ignorado por ahí en un arrabal, en un catre de hospital, ¡sabe Dios!, con los va-nu-pieds (en francés en el original), sin suerte ni beneficio, mi alma volverá aún por mucho tiempo, todas las noches, a errar en la fotosfera del gas de las calles de Lisboa, practicando sus antiguos entretenimientos, buscando la voz de los antiguos camaradas, y embriagándose, en fin, hasta el deliquio en esa perturbadora esencia de bohemia que es el paraíso de los artistas pobres, y de la que tan mal se habla injustamente”. En el artículo publicado en 1920 por Andrés González-Blanco (1886-1924) en el diario El Imparcial, el escritor informaba a los lectores españoles sobre el iberismo de Fialho de Almeida, pero también sobre su bohemia: “Aquí, a este típico café Martinho, venía todas las tardes el vigoroso panfletario, el formidable cuentista, el Maupassant portugués Fialho d´Almeida. Aquí le ha visto toda la juventud literaria, todo el grupo de mozos soñadores y bohemios, que él arrastraba luego por las calles hasta la madrugada. Garrido, un comediógrafo gordo y bajito, que ganaba mucho dinero y que estaba lleno de deudas, decía siempre de él: ‘Hizo su vida allí en el Martinho, vivía de noche y era un blagueur incorregible…’” (Buil 2020: 43).
El mismo Fialho de Almeida, en este interesante texto que vengo extractando, se lamenta de haberse lanzado al mundo literario: “Terminados los cursos científicos, en vez de encaminarme, como mis condiscípulos, a las facilidades profesionales que favorecen, cometí la tontería de lanzarme a la vida literaria, de querer vivir de una pluma por la cual chorreaban continuamente rebeldías y que, fatalmente, habían de agravarme las dificultades del camino”. En otro lugar menciona a los también escritores Camilo Castelo-Branco y João Chagas, quienes “vivieron todo el tiempo de las improvisaciones de la pluma […], tuvieron una vida casi de miseria”, obligados a “devanarse los sesos”, como ellos decían, para producir, en condiciones mercenarias, pequeñas obras improvisadas instantáneamente, mezquinas para sus nombres, y pagadas a veinte y treinta libras por despreciables editores que, fingiendo protegerles, los explotaban” (Fialho 1923a: 186).

En 1893, a los 36 años, se casó con Emília Augusta García Pego (1861-1894), natural de la villa alentejana de Cuba, pero de ascendencia española, ya que su padre, Firmino García Pego, había nacido en Villanueva de los Castillejos (Huelva). Tuberculosa, Emília fallecería al año siguiente, sin descendencia, dejando a Fialho de Almeida su herencia, lo que le convertiría en propietario rural.
Su actividad libelista, por la que se haría célebre y que tantos problemas le ocasionarían, no cesó en sus últimos años, cuando alternaba su vida entre Cuba y Vila de Frades. Conviene recordar que el 1 de febrero de 1908 habían sido asesinados en Lisboa el Rey Carlos I de Portugal y su hijo el Príncipe heredero Luís Felipe, lo que, a la postre, desembocaría en la proclamación de la I República el 5 de octubre de 1910. No tardó mucho Fialho de Almeida en escribir para la prensa brasileña violentos artículos, muy críticos con el nuevo régimen, recogidos luego en Saibam quantos… (Cartas e artigos politicos), libro publicado póstumamente en 1912. Habiéndose generado una atmósfera de calumnia y odio, esos años fueron dolorosos a nivel personal. Fue un error que sus viejos correligionarios, tras leer esas crónicas enviadas al Brasil y publicadas en Rio de Janeiro en el Correio da Manhã, antes de que el Gobierno republicano se lo impidiera expresamente, no le perdonarían ya nunca. Fueron muchos los que, por diferentes razones, siempre relacionadas con su pluma satírica y maledicente y cambio de rumbo en lo que a su ideología política se refiere, romperían su amistad con él dirigiéndole violentos ataques, lo que no impidió que algunos de ellos se arrepintieran con posterioridad, como quedó de manifiesto en sus colaboraciones en el homenaje que constituyó Fialho de Almeida. In Memoriam (1917), donde personas que frecuentaron su trato e, incluso, repito, su enemistad, le diseccionan, a él y a su obra, de una manera muy favorable. Sus relativamente frecuentes crisis de misantropía, su aislamiento, su humor variable, propio de los neurasténicos, le convirtieran en un ser irritable. Llegados a este punto, se ha repetido mucho la anécdota de que Fialho de Almeida regresaba en carro a Cuba desde la cercana Vila de Frades cuando se sintió indispuesto. Fallecería en Cuba pocos días después, el 4 de marzo de 1911, a consecuencia de un síncope cardíaco, aunque también se especuló con su posible suicidio, lo que ha generado ríos de tinta. Contaba 53 años de edad. Atrás quedaban la virulencia de las críticas escritas sobre Eça de Queiroz, cuando de joven había sido su admirador, atrás quedaban también sus ataques a la Monarquía, pero también la contradicción de su apoyo al dictador João Franco (1855-1929) y, desilusionado y escéptico, sus nulas concesiones a la República, instaurada unos meses antes de su muerte.
Los periódicos españoles recogerían la noticia de su muerte. La necrológica de El Liberal del 9 de marzo ahondaba en las ideas expuestas: “De algunos años acá le habían abandonado el amor y el favor del público, no porque valiese menos, sino porque el cambio de ideas políticas había pesado injustamente en la apreciación de sus méritos literarios. Injustamente, sí; pero no del todo. Cuando los grandes luchadores han peleado durante lo mejor de su edad por las reivindicaciones sociales, ni el vulgo ni muchas gentes cultas, tolerantes y discretas, suelen perdonarles el que se hagan doctrinarios, burgueses y devotos”, y, más adelante, el anónimo informador concluía afirmando que tenía “derecho al título de escritor insigne y de benemérito de su patria”.
Fialho de Almeida o la independencia de un “luchador” literario
Radical antiburgués, perteneciente al Realismo/Naturalismo luso y, aunque más joven, a la legión de los Eça de Queiroz, Anthero de Quental, Oliveira Martins, Guerra Junqueiro o Ramalho Ortigão, Fialho de Almeida se distinguió como cuentista –alguien llegó a afirmar que “más que escribir pintaba”–, y, posiblemente, su obra más representativa, en este sentido, sea El País de las uvas, nunca traducida al español, pese a que haya tenido noticia que pudo existir una edición (Madrid, Imprenta de M. García y Galo Sáez, s.a.), con traducción de Francisco Villaespesa, que me ha sido imposible localizar, por lo que albergo serias dudas sobre si, finalmente, permaneció inédita.
Apunta Fidelino de Figueiredo que “como la realidad y su arbitraria concepción no se yuxtaponían, [Fialho de Almeida] tornóse pesimista, pero del pesimismo sistemático de los artistas muy subjetivos, que condena por antipatías y se expresa pintorescamente en imágenes. Son de esta tendencia suya típico ejemplo los Gatos, que teniendo a veces mucha razón, no convencen, antes sugieren protestas del sentimiento de la justicia” (Figueiredo 1927: 359-360), habiéndose señalado en algún lugar que, por su virulencia crítica, aventajan a las célebres Farpas de Eça de Queiroz y Ramalho Ortigão, cuyos argumentos se realizaban desde un fino humorismo.
En 1889, el editor portuense Alcino Aranha, seducido por el gran éxito que habían tenido As Farpas, de Eça de Queiroz y Ramalho Ortigão, le propuso una crónica mensual de la vida portuguesa, publicándose en agosto de ese año la primera. Dado su éxito, enseguida pasaría a ser semanal. Son seis volúmenes, aproximadamente unas 1.825 páginas, que abarcan hasta el 25 de enero de 1894, en que se publica la última. Si atendemos a sus sumarios, en Os Gatos Fialho de Almeida, acorde a su congénito pesimismo, opina de muchos asuntos, sin pelos en la pluma, panfletaria, propia de algún tipo de literatura de finales del siglo XIX, y expone su malestar por la situación de decadencia de la sociedad: “El asunto es el que dicta el estilo […] Si tengo, por ejemplo, para describir el campo un vocabulario especial y ritmos propios, y otro vocabulario y otro ritmo para contar, por ejemplo, las desgracias de un mendigo, y así sucesivamente, hasta los asuntos en que la ironía se transforma en látigo y la indignación expele por la boca las insolencias groseras del desprecio, ¿por qué exigen mis censores que yo escriba en estilo noble, si muchos de mis asuntos de Los Gatos los he traído a la publicidad con una intención de sátira candente, y brotan de su propia perversidad la deletérea tesitura y el estilo grosero y a veces obsceno de la violenta censura con que los trato? No quieren entender esos majaderos que el lenguaje del libelo no se hizo para personas sexuales, y que la única fórmula periodística capaz de herir hondamente, en la hora actual, debe ser aquella que abofetee la hipocresía infame de la sociedad egoísta y podrida que nos rodea” (Fialho 1923b: 21-22).
La carta de presentación de Os Gatos. Publicación mensual, de indagación en la vida portuguesa, tampoco traducida al español, su santo y seña como escritor de libelos, comienza con esta significativa frase: “Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, e hizo al crítico a semejanza del gato”, finalizando con su lema “Maullando poco, arañando siempre, y no temiendo nunca”, que era su enérgica seña de identidad, que vuelve a aparecer inscrita en el panteón del cementerio de Cuba, donde, presidido por unos gatos en bronce, yace enterrado. No se me escapa que el gato ha tenido tradicionalmente una clara identificación con el mundo de la bohemia, como explica acertadamente Alberto Martín Márquez en un reciente artículo (Martín 2025: 194-195).
Del escritor transtagano (alentejano) hay que alabar su abundancia de puntos de vista, dispar en su temática, como se puede comprobar tras leer cualquiera de los artículos de ésta su obra magna, que, en su cáustica sátira, tan crítica con la sociedad portuguesa, que con tal clarividencia analizó, tienen un extraordinario valor socio-ideológico.
Ediciones y traducciones al español
Autor de innumerables artículos y crónicas, su firma o la de los seudónimos que utilizó, ‘Valentim Demónio’ e ‘Irkan’, se encuentran en numerosas revistas y en la prensa periódica portuguesa, siendo de agradecer que muchos de ellos evitaran su pérdida definitiva, debido a su dispersión, al ser recopilados en diferentes libros que, aunque cerrados y guardados en una estantería, permanecen. Antes de referirme a las traducciones al español, mencionaré las nueve obras que Fialho de Almeida publicó en vida: Contos (1881), que dedicó a Camilo Castelo Branco; A Cidade do Vício (1882); Os Gatos (1889-1894); Pasquinadas (Jornal d´um vagabundo) (1890); Lisboa Galante (1890); Vida Irónica (Jornal d´um vagabundo) (1892); O País das Uvas (1893); Madona do Campo Santo (1896), y À esquina (Jornal d´um vagabundo) (1900). Con posterioridad a su muerte, hay que mencionar Barbear, Pentear (Jornal d´um vagabundo) (1911); Saibam quantos… (1912); Estâncias de Arte e de Saudade (1921); Aves Migradoras (1922); Figuras de Destaque (1924); Actores e autores (1925); Vida errante (1925); Cadernos de Viagem. Galiza 1905 (1996, 2022); Em Évora (2002), y Três Cadáveres (2007).
En España no han tenido mucha suerte sus traducciones. Lejanas ya en el tiempo y hoy en día solo disponibles en el mercado de libro viejo y de ocasión, se sucedieron La ciudad del vicio (Madrid, Biblioteca Nueva, Colección de Grandes Autores, 1920. Traducción de Andrés González-Blanco) y El funámbulo de mármol (Madrid, Calpe, (Colección Contemporánea), 1923. Traducción de Pedro Blanco Suárez), que toma el nombre del relato de título homónimo (1877). Como advierte el traductor de este último libro, los Cuentos de esta colección están entresacados de los volúmenes que su autor publicó con producciones de este género: Cuentos (1881), La ciudad del vicio (1882) y El país de las uvas (1893). ‘Yo (autobiografía)’, está tomado de À esquina (1900). De este último título destaco ahora ‘Segadores’, donde Fialho de Almeida documentaría con gran fidelidad su trabajo, haciendo hincapié en las duras condiciones en que fue escrito. Guerra Junqueiro se lo daría a conocer a Miguel de Unamuno. La impresión de lectura que este relato, que calificó de “formidable”, produjo en el catedrático salmantino le llevaron a publicar un artículo de análogo título en el diario Ahora (Madrid, 12 de julio de 1933), haciéndole exclamar: “No conozco en literatura alguna un relato más alucinante y más asfixiante. Al terminarlo, siéntese el lector tan anonadado como los ‘ceifeiros’ –así se titula el relato: ‘Ceifeiros’, esto es: segadores– mismos del Alentejo y comprendo aquello de que: ‘Comienza entonces el pavoroso espectáculo de la naturaleza y el hombre torturados a fuego para expiar el crimen de haber la una dado fonto [sic] y el otro insistir en vivir de él’”. Albino Forjaz de Sampaio, entre otras narraciones, elegiría ‘Ceifeiros’ en su libro As melhores paginas da literatura portuguesa (Prosadores) (1932), que finalizaba con unas más que útiles indicaciones para formar una biblioteca de prosadores portugueses.
Si tenemos en cuenta las lenguas vernáculas del territorio español, habría que mencionar las traducciones al catalán. I. Ribera i Rovira (1913: 70-88) tradujo el cuento ‘Os Pobres’ (O país das uvas, 1893), y, años más tarde, Manuel de Seabra y Félix Cucurull (Seabra 1959: 77-93) publicaron en dos volúmenes Antologia de Contes Portuguesos. El cuento seleccionado en esta ocasión fue ‘O tio da América’ (Contos, 1881).
La censura no estuvo ajena a la libre circulación de sus obras. Un editorial, anónimo, publicado en Arriba España (Pamplona, 8 de septiembre de 1939), recién finalizada nuestra Guerra Civil advertía, en consonancia con el discurso imperante en ese año 1939, “Año de la Victoria”, sobre La ciudad del vicio: “Hoy los ventanales de una librería, ansiados por la hora de la paz, tienen más peligro que un bombardero de gases mortíferos. ¿Se nos quiere decir por qué censura ha pasado, por ejemplo, la ‘Colección de Grandes Autores’ que edita ‘Biblioteca Nueva’? Pues nosotros tenemos que denunciar estos títulos que lo dicen todo: Collete [sic] Willy: La Novela del París galante. Jean Lorrain: El burdel de Filiberto. La novela de las mujeres de mala vida. Fialho d´Almeida: La Ciudad del Vicio. Y pensamos, al cumplir con fidelidad nuestro deber penoso, que el mal público requiere nuestra réplica y condenación públicas para que al menos, los que nos oyen o nos leen, sepan a qué atenerse. Porque si nosotros calláramos, acaso podían hablar trágicamente otra vez los enemigos de España filtrados en las hojas de papel de un libro, de una revista, de una publicación que merece la hoguera. Y hablamos y hablaremos antes que ellos la puedan volver a encender”.
En 2002, el entonces agregado cultural de la Embajada de Portugal en España, el escritor azoriano João de Melo, prologó y seleccionó una Antología del cuento portugués (Melo 2002: 83-96). Entre los cincuenta cuentos escogidos de otros tantos autores, se incluyó la traducción por Mario Merlino del cuento ‘Historia de dos bribones’, extraído de Contos (1881). El profesor de la Universidad de Évora Antonio Sáez Delgado, en el libro conmemorativo Fialho de Almeida Cem Anos Depois, sitúa al lector sobre las traducciones, escasas, de su obra a la lengua española, y de Antonio Sáez Delgado es, precisamente, la última que se ha realizado, al incluir en 2006 la Editorial Periférica en su catálogo La pelirroja, novela que obtuvo el Premio Giovanni Pontiero de Traducción. En 1996, en Vigo y en su original portugués, se había editado por Edicións Laiovento (Edición y notas de Lourdes Carita), Cadernos de viagem. Galiza, 1905, que reúne las impresiones de uno de los tres viajes que el escritor realizara a Galicia.
Si bien otros escritores y compatriotas suyos, como bien conocen los interesados en literaturas lusófonas, han tenido mayor difusión en nuestro país –es el caso de Eça de Queiroz, Fernando Pessoa, Miguel Torga o, más recientemente, entre otros, el Premio Nobel José Saramago o los escritores Mia Couto, José Luís Peixoto o Gonçalo M. Tavares–, con relación a Fialho de Almeida siguen vigentes las palabras que en La Gaceta Literaria, hace ya casi cien años, escribiera Correia da Costa, quien ya entonces se refería a la traducción de su obra al castellano en estos términos: “A tradução da sua obra, vai revelar a Europa e ao mundo uma sensibilidade inimitável, milagre de feeria e génio descritivo […] A Espanha precisa de conhecer Fialho nas suas obras originaes, e para o grande publico nas traduções em castelhano. Depois da revelação de Eça de Queiroz, a revelação de Fialho será uma vez mais, a afirmação do génio portugués”.
Salvo muy concretas excepciones, vinculadas con las numerosas reseñas que aparecieron tras la aparición de La pelirroja (2006), excusa para escribir sobre él, no son muchos los escritores, periodistas y estudiosos que en los últimos años y desde España se han ocupado de su figura, por eso es de agradecer que su nombre tuviera un lugar en el ciclo de conferencias y debates Sobre viajeros de aquí y de allá, sobre autores portugueses y españoles que han narrado viajes al país vecino, que, presentado por la Embajada de Portugal y coordinado por Feliciano Novoa Portela e Isabel Cristina Fernandes, tuvo lugar los días 29 y 30 del pasado mes de abril en Madrid en la sede de Casa de América. El periodista y escritor de larga trayectoria Alfonso Armada, gallego de nacimiento y gran lusófilo, disertó sobre Cadernos de viagem. Galiza 1905. Ahora bien, en España no se le ha hecho merecida justicia, pese a la inclinación que él manifestó por las cosas de nuestro país, y prueba de ello son los libros aquí editados por los que mostró gran interés, que, junto a otros muchos en lengua francesa, guardaba en su escogida biblioteca, donde no faltan asuntos de su predilección: Arte, arquitectura, historia, etnología, espiritismo, ocultismo, ensayo, narrativa nacional y extranjera, poesía, teatro, psicología, criminología, refraneros, sermones, guías artísticas y guías para viajeros, catálogos de Museos, etcétera. La veracidad de este aserto se puede confirmar si examinamos el exhaustivo catálogo –digitalizado por la Biblioteca Nacional de Portugal, se puede consultar on line– que editó la Biblioteca Nacional de Lisboa, actual Biblioteca Nacional de Portugal, una vez catalogados los fondos donados por el escritor a la mencionada Institución (Sala Fialho de Almeida 1914), que fue objeto en 2012 de la muestra bibliográfica A Biblioteca de um escritor finissecular: Fialho de Almeida (1857-1911)”. En efecto, en su testamento, que Albino Forjaz de Sampaio calificara de “notable documento cívico”, declaró: “Todos mis libros nacionales y extranjeros, en rústica o encuadernados, los lego a la Biblioteca Nacional de Lisboa con todos los estantes que haya en la casa de Cuba y Vila de Frades, si la administración de la Biblioteca los quisiera llevar”.
Presencia de Fialho de Almeida en el mundo cultural portugués
Fialho de Almeida es un importante cimiento de la literatura portuguesa, de cuya historia forma parte. En Portugal sigue siendo un escritor poco leído, pese a ser una de las figuras más visibles de la sociedad de su tiempo, que con gran maestría caricaturizó –como si de un viaje de vuelta se tratara, él también fue representado por reconocidos artistas e ilustradores (sirvan de muestra los dibujos que de él realizaron Celso Herminio en 1897 o Rafael Bordalo Pinheiro en 1900, aquí reproducidos)–, si bien es verdad que en los últimos años se están haciendo significativos esfuerzos desde distintos ámbitos para corregir este abandono e indiferencia. Ante la imposibilidad de mencionar las múltiples actividades realizadas con ese loable fin, no quiero dejar de referirme a algunas. Muy lejana en el tiempo, del 7 al 22 de mayo de 1957, organizada por el Ayuntamiento de Lisboa, tuvo lugar en el Palacio Galveias la Exposición conmemorativa del primer centenario de su nacimiento. Aunque no había nacido en la capital, fue sin embargo aquí donde vivió muchos años y donde escribiría la mayor parte de su obra. Leo en el folleto que se imprimió coincidiendo con la Exposición [Agradezco aquí las fotocopias de este folleto facilitadas en su día por Francisca Bicho, que preside la Associação Cultural Fialho de Almeida] que “Lisboa ocupa en la producción literaria […] un lugar predominante, pues Fialho de Almeida no se limitó a tomarla como escenario de sus cuentos y crónicas, a describir sus bellezas y apuntar sus defectos, a criticar sus imperfecciones y a subrayar sus originalidades. Fue más lejos, porque, en cierto momento, en una visión sensacional del futuro, dio alas a la imaginación artística que lo poseía y nos trazó, en páginas que merecen recordarse, el retrato de la Lisboa que él deseaba ver erguida a orillas del Tajo –ciudad digna de su pasado glorioso y hermanada, en magnificencia, progreso e higiene, con las mayores metrópolis de Europa y de América”.
Son numerosas las tesis de licenciatura, focalizadas en diferentes asuntos, que se han realizado, así como congresos a él dedicados, con motivo de algún aniversario, como el que tuvo lugar en la Universidad de Évora en 2011 bajo el título Fialho de Almeida Cem Anos Depois, ya citado, o el artículo conmemorativo que escribí en 2017, año del 160 aniversario de su nacimiento. Las profesoras de la Universidad de Évora Odete Jubilado y Sandra Braz coordinaron el año pasado unos “diálogos cruzados com a obra de Fialho de Almeida, privilegiando uma vertente comparatista”, de resultas de los cuales surgiría el volumen Fialho de Almeida e a Literatura Comparada. Leituras Cruzadas (2024), en el cual contribuí con el artículo ‘Proyección Española de Fialho de Almeida’, y que, salvo error por mi parte, es el último y más reciente registro sobre él en el catálogo de la Biblioteca Nacional de Portugal.
Conozco dos medallas conmemorativas, a las que tan aficionados son los portugueses, de Fialho de Almeida. Una de ellas, aquí reproducida, es obra del escultor Cabral Antunes, y la otra, obra de Belo Marques, tiene que ver con el centenario de su nacimiento en 1957.
Existe también, al menos, un sello postal, y el artista plástico de Vidigueira Manuel Carvalho ha elaborado en barro el busto del escritor, también aquí reproducidos. El mundo del cómic, banda desenhada en Portugal, no le ha olvidado, y en 2021, editado por la Asociación que lleva su nombre, a la que enseguida me referiré, vio la luz Fialho de Almeida Um homem sem medo, a cargo de Paulo Monteiro. En esta constante labor de difusión, no faltan lápices ni marcapáginas alusivos a su figura y a los gatos de que casi siempre se acompaña, que dieron nombre a su destacada creación.

Encomiable labor viene desarrollando en los últimos años la Associação Cultural Fialho de Almeida (ACFA). Creada en 1998, tiene su sede en Cuba, tierra donde vivió y falleció el escritor, y, con relación a Fialho de Almeida, tiene como objetivo “promover y divulgar la obra del escritor, a través de ediciones, audiovisuales, exposiciones, conversaciones, conferencias, visitas guiadas, etc.”, según se recoge en el artículo 3 de sus Estatutos. En los años 1999 y 2000 se publicaron dos boletines, números 1 y 2. Después de una inactividad prolongada, la ACFA reanudó su labor divulgadora en 2016, y de septiembre de ese año es la fecha del número 1 (II Serie) de su renovado Boletín, que en noviembre del pasado año publicó el número 9, lo que testimonia su constante e inquebrantable empeño en seguir difundiendo, contra viento y marea, su figura, contraviniendo esa vieja expresión que afirma que “nadie es profeta en su tierra”. Entretanto, el Ayuntamiento de Cuba aprobó en 2016 el proyecto de recalificación y valorización de la casa donde falleció, hoy ya una realidad, al haberse inaugurado en 2019 la Casa-Museo que lleva su nombre, que incluye un espacio que explora la ruralidad y aspectos etnográficos de la población. Dentro de su incesante programación, la ACFA organizó el pasado mes de mayo un acto relacionado precisamente con la vigencia de su obra: Discutir la importancia de la obra de Fialho de Almeida en la actualidad, al que concurrieron Isabel Cristina Mateus (Universidade do Minho) y José António Costa Ideias (Universidade Nova de Lisboa), especialistas en su obra.
Cronología de un descubrimiento: Un festín de sorpresas
En 2011 compré en Faro, capital del Algarve, en su original portugués, en el livreiro alfarrabista Simões, en la Rua do Alportel, 86-A, una quinta edición de À esquina (Jornal d´um vagabundo), editada en Lisboa en 1923 por la Livraria Classica Editora de A. M. Teixeira & C.ª, que consistía en una miscelánea de artículos de crítica y narrativa. Este título era, a la postre, una nueva toma de contacto con el autor –en 2006 había adquirido la novela La pelirroja, que acababa de ser traducida al español–, ahora en su lengua original. Años después, en 2017, por una noticia aparecida en la prensa portuguesa, me enteraba de su cierre definitivo. Su encabezamiento, ‘Librero de viejo del Algarve va a regalar 500 mil libros’, llamó ciertamente mi atención, además de remover mi memoria, pues en ella se informaba que Carlos Simões, a quien aún recuerdo con su guardapolvo, fallecido en 2022, se había visto obligado en el verano de 2015 a cerrar las puertas de su librería de viejo, la última de la ciudad, y, ahora, un año y medio después, se iban a regalar los miles de volúmenes reunidos en más de treinta años de profesión que allí permanecían. La rareza de ese titular venía de que los amantes de los libros tenían la oportunidad de acudir a la librería, reabierta para la ocasión, el día señalado, entre las 10 y las 12,30 horas, en busca de libros, pero”«provistos de una linterna” (entrecomillado mío), dado que el inmueble, largo tiempo cerrado, carecía de luz eléctrica.
Seguramente, uno de los motivos de mi interés por Fialho de Almeida tenga que ver con el agradecimiento que le debo por las muchas páginas en que manifestó su fascinación por las cosas relacionadas con España, una de sus fuentes de inspiración, así su narración ‘Los de Manganeses’ (Revista Illustrada, Lisboa, núms. 59 y 60, 1892, luego incluida en À esquina) está ambientada en la provincia de Zamora, ocupando un lugar preminente su amplio conocimiento de nuestra literatura. El propio escritor, en un artículo recogido en su libro Aves Migradoras (1914), afirmaba: “a língua espanhola tem para mim um prestígio e uma música que não me canso de ouvir e de gostar”, opinión confirmada, años después, por Albino Forjaz de Sampaio, que le conoció personalmente: “Tinha uma decidida vocação para os estudos eruditos e uma especial paixão pelos estudos sôbre a literatura e arte española” (Forjaz 1919: 71). Fialho de Almeida proporciona un entrañable testimonio, el titulado ‘Coronado’, en uno de los apartados de ese libro póstumo mencionado acerca de la escritora romántica Carolina Coronado (1821-1911), a la que llegó a conocer personalmente, y cuyo final es muy elocuente de la situación en que habitaba. Cuando Fialho de Almeida le señala que vive en plena naturaleza, ella le contesta: “No. Aquí se muere en plena soledad”. Tía abuela de Ramón Gómez de la Serna, éste publicaría en 1942 en su exilio bonaerense Mi tía Carolina Coronado, quien, casualmente, fallecería apenas dos meses antes que Fialho de Almeida. Al hilo de esta percepción surgió la idea de trabajar en un nuevo artículo, ahora sobre una de las parcelas españolas de su biblioteca, la relacionada con los libros editados por Gregorio Pueyo (1860-1913) que se encontraban en ella, que no eran pocos, que vería finalmente la luz bajo el título ‘Fialho de Almeida, un gran conocedor de la cultura española’, y que venía a añadirse a otros escritos con anterioridad por estudiosos de su obra, en los que ahora no me puedo detener, sobre las diversas cuestiones de índole intelectual que sedujeron a su propietario, como las “obras clásicas greco-latinas”, su “biblioteca gallega”, “lo que leyó Fialho de Almeida” o, directamente, sin circunloquios, “su biblioteca”. Como escribiera Ricardo Nobre, “Uma rápida leitura do catálogo dos livros que possuía, e que doou a Biblioteca Nacional, permite concluir que, além de várias obras sobre história e arte antigas, Fialho de Almeida tinha traduções francesas ou espanholas de escritores gregos como Aristófanes, Homero, Longo, Plutarco e Sófocles; salientem-se igualmente traduções nas mesmas línguas de autores romanos como Apuleio, Júlio César, Petrónio, Juvenal, Lucano, Ovídio […], Suetónio, Virgílio e Tácito”.
Otra de las razones por las que me interesa Fialho de Almeida tiene que ver con la actualidad de algunos de sus cuentos. Su relato ‘La vieja’ es perfectamente extrapolable a las situaciones de trágica soledad a la que hoy en día se ven abocados muchos ancianos. La fatídica historia que se cuenta en ‘El hijo’ no ha perdido su vigencia en estos tiempos en que la emigración, en busca de un mejor futuro, sigue lanzando al mundo, en busca de mayores oportunidades, a millones de personas. Sintetizo su trama: Una anciana madre, viuda, acude a la estación de ferrocarril, ya que se supone que, en el tren de la tarde, procedente de Lisboa, viene su hijo, tras haber pasado diez años en Brasil… ¡Pero el hijo, muy enfermo, nunca llegará, pues muere en ese viaje de regreso! La pobre vieja, al saberlo, enloquece y, en su desvarío, abandona la estación para, finalmente, ser arrollada por el tren al cruzar las vías en una curva. Su final es estremecedor: “Vióse que uno de los pies de la mujer escribía en la tierra una cosa cualquiera, protesta, súplica, epitafio… Y al otro día, cuando los trabajadores fueron a llevar el cuerpo al cementerio, el cura […] se negó a enterrarlo en sagrado, a pretexto de que ¡había muerto sin confesión!”.
Más motivos que justifican mi atracción por Fialho de Almeida tienen que ver con los viajes. Se ha citado Cadernos de Viagem. Galiza 1905 (1996), libro del que, por cierto, ha aparecido recientemente una nueva edición, ahora en Portugal (Colibri y Associação Cultural Fialho de Almeida, 2022), pero hay otro, también citado, por el que siento especial predilección: Estâncias de Arte e de Saudade (1921). La saudade es un sustantivo equivalente, según el Diccionario de la Lengua Española, a soledad, nostalgia o añoranza, que ha dado lugar a infinitos artículos y ensayos que han pretendido desentrañar los diversos matices de su verdadero significado. Si la lectura de todo libro supone un enriquecimiento, es de rigor reconocer que Estâncias… lo consigue, pues la inagotable curiosidad y su amplia cantidad de inquietudes le llevan a detenerse en fiestas y tradiciones populares, pero también en ancestrales dichos populares, que comparten espacio transfronterizo. El libro contiene dos capítulos sobre Galicia, tierra de su predilección: ‘Por Galicia’ y ‘De Vigo a Cangas’, abundantes en minuciosas y preciosistas descripciones de paisaje y gentes. Escribió el poeta Francisco Villaespesa [en Cantigas. La Quinta de las lágrimas. Cancionero portugués y motivos españoles, 1940]:
“¡Cuántas veces, en Martinho,
nos sorprendió conversando,
esa luz perla del alba,
que hace los rostros más pálidos
y enciende en nuestras pupilas
como un lucero lejano!
¡Fialho hablaba de Galicia,
con tal fervor y entusiasmo,
que al hablar se estremecían,
voluptuosos, sus labios,
cual si a Galicia estuviese
por primera vez besando!
¡Y en el aire se extendían
trémulas, de amor, sus manos,
cual si a Galicia desnuda,
a la sombra de un castaño,
desde el cabello de oro
hasta el tobillo de nardo,
fuesen igual que en un sueño,
lentamente acariciando!”.
Las descripciones que hace de los paisajes recuerdan a las espléndidas imágenes llenas de poesía narradas por su coetáneo Raul Brandão (1867-1930) en tantos de sus libros, pero también a las que hizo en 1819 el romántico Carl Gustav Carus (1789-1869), polifacético amigo de Goethe, en Viaje a la isla de Rügen. Tras las huellas de Gaspar David Friedrich. Pero, ¡cómo no recordar también las impresiones de viaje de su coetánea, la gallega doña Emilia Pardo Bazán (1851-1921), quien sintió a lo largo de su vida una gran admiración hacia Portugal!

Este artículo no puede finalizar sin hacer mención de una faceta de Fialho de Almeida que aún no ha sido señalada, la culinaria, ya que, al igual que sucediera con Eça de Queiroz, fueron muchos los textos en que el escritor alentejano se refirió a temas gastronómicos. Fialho de Almeida mandaría la receta del arroz de perdices, muy elogiada por los sibaritas, a Cozinheiro dos Cozinheiros, uno de los libros de cocina portuguesa más famosos de finales del siglo XIX, editado en Lisboa por Paulo Plantier, en la que, una vez más, no falta su sentido del humor. Refiriéndose a los pasos a seguir en su confección y al tiempo de reposo, de sosiego en que, a la media cocción, debe dejarse el caldo utilizado, recurre a Los Lusiadas, “como en Los Lusiadas la linda Inés”. La frase alude a la tranquilidad de la noble gallega Inés de Castro antes de su asesinato, ordenado por el Rey Afonso IV, importante suceso histórico, como bien saben los escolares portugueses, que dio lugar a la conocida leyenda “Reinar después de morir”. Pero, volviendo a la receta, el escritor la volvería a enviar a la revista Illustração Portugueza (Lisboa, 17 de septiembre de 1906), que incluía la fotografía adjunta, en la que Fialho de Almeida aparece con gorro de cocina, y si el escritor Josep Pla, en El meu país, era partidario del axioma según el cual “un arroz para uno es siempre, en principio, más bueno que un arroz para dos, y un arroz para dos, más bueno que para tres…, etc.”, porque “la cocina es buena si es limitada”, Fialho de Almeida hace su arroz de perdices, pensando en cuatro personas, correspondiéndole una perdiz a cada una de ellas.
Como dinamizador cultural del Concejo, pero también como reclamo de turistas y viajeros, cuyos desplazamientos tienen que ver en muchas ocasiones con el estómago, el arroz de perdices, “arroz de perdizes à Fialho”, se está intentando popularizar, por lo que es posible degustarlo, previo encargo, en algunos restaurantes del Bajo Alentejo, donde se enclava Cuba. La gastronomía fialhina, materia tan grata a los epicúreos, ha sido resaltada en diferentes libros especializados. Maria Antónia Goes es la autora de À mesa com Fialho D´Almeida. Um tratado de cozinha alentejana (2006). Anteriormente, en 1940, Albino Forjaz de Sampaio también mostraría interés por la gastronomía y las artes culinarias, al escribir su ya clásico Volúpia. A Nona Arte. A Gastronomia, donde Fialho de Almeida ocupa su correspondiente lugar junto a Eça de Queiroz y Ramalho Ortigão.
Unas palabras del reputado gastrónomo portugués Armando Fernandes, con las que no puedo estar más de acuerdo, me van a servir como también le sirvieron a él para poner término a estas líneas divulgadoras sobre un autor de mi predilección: “Un notable escritor injustamente olvidado. Es el fatum…”. Sí, mucho por descubrir.
Bibliografía:
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Figueiredo, Fidelino de (1927): Historia de la Literatura Portuguesa, Barcelona, Editorial Labor.
Forjaz de Sampaio, Albino (1919): Jornal de um rebelde, Lisboa, Editore Santos & Vieira.
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Martín Márquez, Alberto (2025): ‘La representación del bohemio y sus espacios en las artes’, Madrid ¡Viva la Bohemia! Los bajos fondos de la vida literaria, Madrid, Museo de Historia de Madrid/Museos Municipales.
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Melo, João de (2002): Antología del cuento portugués, Madrid, Alfaguara.
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Seabra, Manuel de/Cucurull, Félix (1959): ‘L´oncle d´Amèrica’, en Antologia de Contes Portuguesos, Barcelona, Albertí Editor, Vol. I.




