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Mientras tantoFotos contadas: ¿La bandera del náufrago?

Fotos contadas: ¿La bandera del náufrago?


 

Cuando voy al centro de mi ciudad, que es como el centro de cualquier gran ciudad de este país, y veo los balcones llenos de banderas nacionales, pienso en vecinos orgullosos de ser ciudadanos del país que les ha tocado en suerte, vecinos que están satisfechos de ser lo que son, que no tienen muchas quejas sobre su gobierno y sobre sus propios vecinos (porque, tal vez me equivoque, pero si uno no se siente orgulloso de estar en una sociedad o país, no enseña vistosamente, incluso ostentosamente, su símbolo principal, o uno de ellos…). Pero cuando llego a un pueblo perdido en una comarca perdida, un pueblo pequeño junto a una frontera invisible pero cierta, y veo una pequeña bandera en lo alto de un frontón, uno de esos espacios comunales que les queda a los pocos habitantes del lugar, porque el bar ya lo cerraron y si se encuentran todos para hacer algo juntos tiene que ser en el frontón, en la plaza, en el atrio de la iglesia, en sitios así, no muy grandes, lugares modestos de reunión y cercanía, cuando me tropiezo con esta pequeña bandera, ¿es también un símbolo del orgullo de unos ciudadanos o es un grito de alarma, una petición de ayuda, un recuerdo de que ahí vive gente, un “estamos aquí, no os olvidéis de nosotros”, es decir, un acto de queja, de protesta, de reafirmación, porque otro país queda cerca, y si vamos despistados podemos pensar que hemos cruzado esa frontera invisible pero cierta, resumiendo… ¿no es, en el fondo o no tan en el fondo, la bandera de un náufrago?

“Nosotros también somos españoles, pagamos los mismos impuestos, votamos al mismo gobierno, hablamos el mismo idioma”, eso dice para mí esa bandera, y me recuerda que no me he metido en Portugal, aunque Portugal queda muy cerca, porque estamos en la “raya”, y la “raya” es un frontera que no se ve sobre la tierra que piso, porque por donde piso veo la misma tierra, las mismas piedras duras y grandes, el granito marcando el color del paisaje, los mismos campos, las mismas vacas y cerdos, los mismos árboles, los mismos campesinos y pastores, los mismos pueblos pequeños, el mismo cielo, el mismo ferrocarril abandonado con su estación abandonada (que es a lo que he venido yo a fotografiar, la línea de La Fregeneda, que tiene otro tramo abandonado en Portugal), pero no, ya digo, aún no estoy en Portugal, no lo estoy aunque podría estarlo, como podría estar en otro tiempo, y no en el año del que salí ayer cuando salí de mi ciudad. Aquí los calendarios tienen más días, días escondidos, días que son días antiguos que vuelven de visita y se quedan una temporada. Y aquí hay alguien que tiene que poner una pequeña bandera en lo alto de un frontón, junto al nido de una familia de cigüeñas que no sabe a qué país pertenece ni le importa mucho, para que me recuerde a mí, extraño viajero que aparece de pronto por la carretera comarcal, que estoy en mi país, que estoy en un sitio habitado, que no me he perdido entre las curvas de los años, que la soledad del viaje no me hace ver espejismos, que si bajo del coche y me tropiezo con alguien, podremos hablarnos y entendernos, y quejarnos juntos o reírnos juntos, pero que luego yo volveré a mi gran ciudad y él se tendrá que quedar a cuidar de un pueblo, de un pueblo que cada vez tiene menos gente que lo cuide. Si, lo mismo son imaginaciones mías, pero a mí esa bandera me parece más que una bandera…

 

 

 

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