No es necesario ser un machista neoliberal para sentir cierto desasosiego frente a los cuerpos putrefactos de los violadores y acosadores denunciados por el movimiento Me Too. El rostro arrogante de Harvey Weinstein iluminado por los flashes de los ávidos paparazzi ha dejado el escenario a un rostro deformado, las arrugas de la frente impiden que la mirada se alce como antes, los hombros se encogen y el cuerpo ha de servirse del andador del que se sirven algunos ancianos. No hay impostura tras la que esconderse. El mito vuelve, implacable. El cazador Acteón ha sido trasformado en ciervo por haber espiado la desnudez de la casta Artemisa, sus cincuentas sabuesos devoran su carne porque no han reconocido a su amo tras los rasgos animalescos.
Sin embargo, la carta que Catherine Deneuve, Sarah Chiche, Catherine Millet, Catherine Robbe-Grillet, Peggy Sastre y Abnousse Shalmani publicaron en el diario Le Monde cobra sentido. El espectáculo es insolente, con trozos flácidos y sanguinolentos de la carne ocupando todo el espacio del escenario. La caza ya comenzó y no hay ninguna suerte de observación o meditación prudente a la hora de contenerla.
Hacía falta el genio de la directora uruguaya Marianella Morena para volver a poner el foco donde debía estar. No sé si formaba parte de las intenciones de Morena alterar el producto de estos últimos años de movimiento feminista, probablemente no, pero se le agradece igualmente la observación atenta y la interpretación meticulosa de un clásico del Siglo de Oro español. A los puristas impertérritos de la obra de Lope: descuiden, es la fiel palabra del madrileño la que lleva a la revolución, la que da vigor y sentido a la acción y justificación al verdadero amor.
En uno de los supermercados de la cadena Fuente –“supermercados Fuente: lo que le gusta a la gente”, repite el lema– los empleados pasan su tiempo libre sirviéndose de la obra de Lope. Y si al principio el texto teatral sirve de excusa para la promoción de los productos según la excéntrica propuesta de mercadotecnia de la dirección del establecimiento, al final la palabra se convierte en un escudo de protección frente a los abusos y violaciones del jefe. Y, como si estuvieran en un laberíntico rompecabezas, los dependientes comparten los mismos nombres de los personajes de Lope, cada uno atrapado en un estereotipo literario: Pascuala, la frívola y dócil; Frondoso/a, el ingenuo, y Esteban, el ausente y distraído; Laurencia, la víctima temerosa, y Fernán Gómez/Fuente (el único que arrastra parte del nombre del pueblo), el pervertido repugnante. Todos menos el malo de la función lucharán contra el estigma social y la perversión literaria, y sorprendentemente será gracias a la obra de Lope que lograrán reafirmar su verdad.
El concepto de Feuerbach es aquí llevado más allá de los límites. “Somos lo que comemos” da vida al consumismo desenfrenado del capitalismo tardío: “comprar más que amar, más que odiar, más que robar, comprar, comprar sin parar”, cantan los empleados como animales adiestrados frente a la sonrisa autocomplaciente de Fuente. Aunque el supermercado se convierte pronto en contenedor de cajas vacías, porque la crítica no se dirige hacia el consumismo capitalista. El sistema socio-económico y con ello la crisis de 2008 han acentuado sin duda la percepción del sexo y de la mujer como objeto de intercambio, pero lo que el “diálogo horizontal” con la obra de Lope enseña –como Marianella Morena lo definió– es la atemporalidad del abuso.
Lo que realmente evidencia la relación entre el pasado y el presente es justamente el hecho de que las mujeres siempre han tenido que mantener las bocas bien abiertas, las piernas flexibles y la espalda agachada para satisfacer las necesidades masculinas. “¿Por qué nunca estás, papá?”, grita Laurencia, mientras es violada por Fuente ante la mirada del grupo. Ese lamento vuelve una y otra vez tanto en las colinas verdosas del pueblo cordobés como en las estanterías amarillas de un supermercado moderno y la respuesta tarda siempre en llegar.
LAURENCIA:
“Por muchas razones,
y sean las principales:
porque dejas que me roben
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres.
Aún no era yo de Frondoso,
para que digas que tome,
como marido, venganza,
que aquí por tu cuenta corre;
que en tanto que de las bodas
no haya llegado la noche,
del padre, y no del marido,
la obligación presupone;
que en tanto que no me entregan
una joya, aunque la compren,
no ha de correr por mi cuenta
las guardas ni los ladrones.
Llevóme de vuestros ojos
a su casa Fernán Gómez:
la oveja al lobo dejáis
como cobardes pastores.
¿Qué dagas no vi en mi pecho?
¡Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atroces,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes!
Mis cabellos, ¿no lo dicen?
¿No se ven aquí los golpes
de la sangre y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros, padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuente Ovejuna el nombre” (vv. 1725-60
Hacen falta miradas frescas y escrituras ingeniosas como la de Marianella Morena y actuaciones hábiles como las de José Luis Torrijo (Esteban), Mané Pérez (Laurencia), Carmen Baquero (Pascuala), Cris Iglesias (Frondoso) y José Carlos Cuevas (Fuente) para que el torpe ruido no ensordezca el espíritu.
Dónde: Teatro de La Abadía, Madrid
Cuándo: Hasta el 7 de noviembre