¿Podría José Luis Rodríguez Zapatero mirar a cámara y volver a despedirse con un “buenas noches y buena suerte” como hizo la noche del 25 de febrero de 2008 para cerrar el debate con el entonces líder de la oposición Mariano Rajoy? Hoy sería algo impensable, pero entonces no lo era y la prueba de ello es que ganó aquellas elecciones generales. Por aquel entonces, la atmósfera estaba cargada con el antibelicismo que aún fluía del conflicto iraquí y la promoción del “socialismo de los ciudadanos”, un aporte del politólogo irlandés Philip Pettit que asesoraba al presidente socialista, y que consistía en profundizar la redistribución de la renta y una decidida inclusión de las minorías al relato colectivo. Zapatero puso más énfasis en esto último que en lo otro y las leyes del aborto y del matrimonio homosexual ayudaron a perfilar aquello que el propio presidente dio en llamar talante. Talante con todo y para todos.
El talante venía a cuento frente al diálogo unidireccional con el cuerpo social que impuso José María Aznar en su segunda legislatura pero quien de verdad dio espacio y sentido a este storytelling fue la oposición del Partido Popular enfrentada al ejecutivo socialista. Basta con recordarla manifestándose con estridencia, vociferando en la calle con la jerarquía eclesiástica o con el propio Aznar exhibiendo en una universidad su dedo corazón a los estudiantes y Rajoy llamando a Zapatero “bobo solemne”, “indigno” e incluso acusarle de “traicionar a los muertos” en el marco de la lucha antiterrorista, y todo esto sin olvidar la épica organizada alrededor del 11M.
Esta construcción del Partido Popular, cuyo contenido y tono tiene, sin duda, un correlato en las fórmulas del reality show, ya que se manifiesta a través de un guión que se apoya en lo cotidiano, en la línea del día, se escribe con un trazo grueso que convierte en corrala el hemiciclo del Congreso y tiene un solo fin: anulación del contrincante con el mismo sistema de diálogo de sordos impulsado en su día por Aznar: el grito y la furia anula toda dialéctica. Sin este ruido que intoxicaba toda posible comunicación no hubiera calado tanto el discurso de Zapatero ni hubiera encontrado un correlato en la figura de George Clooney frente al reality popular.
Si Billy Wilder viviera es posible que admirase a Clooney de la misma manera que apreciaba a Cary Grant, actor con el que muchos lo comparan. En el libro de conversaciones con el también realizador y periodista Cameron Crowe, Billy Wilder expresa su rabia hacia la Academia de Hollywood por no haber premiado con un Oscar ningún trabajo de Grant, salvo el de reconocimiento a su carrera profesional. “Los actores que suelen hacer protagonistas tienen que cojear o hacer de retrasados para obtener un premio [se refiere a Dustin Hoffman que obtuvo un Oscar por su rol de joven autista en el film Rain Man]. Nunca ven al tipo que se esfuerza al máximo y consigue que parezca fácil. No les basta con que abra un cajón con elegancia, saque una corbata y se ponga una chaqueta. ¡Hay que sufrir! Entonces te ven”.
Clooney no parece sufrir ni en los papeles más dramáticos, como el de Michael Clayton o el del agente de la CIA en Syriana. En esta película interpreta a Bob Barnes, un agente de la CIA con una larga carrera, involucrado en una trama que acabará con él al intentar enfrentarse al orden establecido. En Michael Clayton, Clooney es un abogado del mismo nombre que trabaja en una famosa firma de abogados de Nueva York. Él se define como “solucionador”, eufemismo del degradante sustantivo loser, perdedor; un anti-héroe que se enfrenta y triunfa ante su propio bufete y una multinacional sin perder los buenos modales, es decir, el talante.
En Up in the air, Clooney interpreta a Ryan Bingham, un profesional que trabaja en una compañía de recursos humanos, cuya tarea es despedir gente de su trabajo, pero lo hace con un discurso afable, cargado de talante, paciencia y bonhomía para contar lo peor.
Buenas noches y buena suerte fue dirigida, escrita e interpretada por Clooney y cuenta el pulso entre el senador Joseph McCarthy y el periodista de la CBS, Edward R. Murrow. Si bien pareciera que el foco está puesto alrededor del macartismo, la película acaba siendo una reflexión sobre los medios de comunicación y, en tanto liberal confeso e hijo de un periodista televisivo coetáneo de Murrow, Clooney no es ajeno a ello. Este dato biográfico se utilizó para promocionar la película y el perfil progresista de Clooney. Los asesores de Zapatero encontraron en la figura del actor y en la proyección de todos los valores enumerados un vector de comunicación eficaz. La coraza del “socialismo de los ciudadanos” cargado de libertades civiles alimentaba la credibilidad del relato del actor, el cual, a su vez, aportaba un grado de mística –le peripecia del antihéroe de filme en filme hasta el gran final con el alegato biográfico contra el senador McCarthy– a la construcción oficial. Pero llegó la crisis y en mayo de 2010 se anuncia un recorte histórico del gasto social. Pettit, el ideólogo de cabecera de Zapatero, opina que el presidente socialista no tenía otra alternativa frente a los mercados y hace un balance positivo de la primera legislatura recordando que “las circunstancias eran felices y el Gobierno lo hizo muy bien. La democracia avanzó y las medidas adoptadas son irreversibles”. Pettit intentó con sus declaraciones un balance gentil, pero esbozó, involuntariamente, un epitafio. El mayo de Zapatero, el mayo negro, rompió la coraza que legitimaba los relatos de los que se servía como las películas de Clooney o la serie El ala Oeste de la Casa Blanca, cuyo guionista, Mark Goffman, vino a Madrid un año antes de la debacle a dar un curso sobre el storytelling a políticos españoles. De poco les ha servido.
Casi dos años después se estrena en España la segunda película que dirige e interpreta Clooney: Los idus de marzo. Del mismo modo que ni Zapatero ni nadie podría usar hoy la figura del actor para significarse a través de su anterior relato, el propio Clooney se escapa del mensaje de Buenas noches… para proclamar la ausencia de la política y su incapacidad transformadora en la nueva producción. Un candidato demócrata en plena campaña de las primarias debe resignar su programa político y entrar en el circuito de la corrupción cuando un asesor suyo descubre que ha tenido un affaire sexual con una joven. El asesor no duda en usar en beneficio propio la situación para escalar posiciones. La película desnuda el funcionamiento viciado del sistema y la sumisión y usufructo del mismo por parte de los políticos. Se trata de un filme menor aunque correcto al igual que Buenas noches… pero no tiene el abrigo social con el que contó este, el cual le protegía, entre otras cosas, del escepticismo del espectador. Al contrario, Los idus de marzo intenta desarticular toda credulidad. Clooney pensaba rodarlo en 2008, pero el triunfo de Obama le llevó a postergarlo: “Había tanta esperanza”, cuenta, “que no parecía el momento adecuado para hacer la película, pues la gente se mostraba demasiado optimista ¡para un filme tan cínico! Pasado el tiempo, todos han vuelto a ser cínicos y hemos pensado que era el momento de lanzar la película”.
Puede que el cinismo siga siendo el mismo que entonces; no es una cuestión de temporalidad. Quienes han cambiado son los ciudadanos que con la crisis han puesto en funcionamiento su incredulidad para tomar distancia de los relatos, del storytelling que parece perder su carga y su capacidad de narrar, ya que no hay nada para contar. Lo demuestra esta película que ofrece una historia previsible, un argumento que el ciudadano conoce sin necesidad de pisar la sala. En Buenas noches… podía sublimar la búsqueda de la verdad y la civilidad porque el discurso oficial lo legitimaba: formaba parte del relato y la película ratificaba la relación. Los idus de marzo cuenta la contracara, la trastienda, la sala de máquinas de todos los relatos posibles y ninguno más. En mayo de 2010 asistimos no al fin de la historia sino, posiblemente, al final de los relatos. Se recordará como el mayo de Zapatero, un mayo español.
Miguel Roig es escritor. Su último libro se titula Las dudas de Hamlet. Letizia Ortiz y la transformación de la monarquía española (Península). En FronteraD ha publicado Mariano Rajoy y el silencio mayestático, El duque de Palma y el chelín de Jorge VI y Letizia Ortiz y el retrato de Dorian Grey