Hace tres años…

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Hace tres años por estas fechas estaba en Venecia, no se me olvida no… era mi cumpleaños como lo es hoy, solo que esta vez estoy en Madrid. Siempre he pensado que pasar tu cumpleaños fuera de tu escenario habitual no tiene precio, fuera del trabajo, fuera de la rutina. Por eso cogí la costumbre de agarrar la maleta y soplar las velitas bien lejos: Palermo, Budapest, Praga… ¿Dónde las soplaré el año que viene? Hace tres le tocó el turno a la inigualable Venecia…

Sé que a muchos los cumpleaños no os hacen ninguna gracia. Sobre todo, a ciertas edades. A mí me gustan, me quedo con la parte positiva, ya sabéis, ´un año más sabia` que dicen. Muchas de las felicitaciones las recibí por sms mientras disfrutaba de la atmósfera veneciana, única, en un vaporetto atestado de gente que me conducía, de la Estación de Santa Lucía, a la Piazza San Marco. Los que conozcáis Venecia sabréis que este trayecto por el Gran Canal es uno de esas cosas inolvidables que pocas veces pasan por tu vida: entre palacios barrocos, muchos de ellos sólo erguidos y visibles desde el canal, y otros vaporettos que se cruzan, como en un organizado enjambre, con gondoleros cantando ese ´Oh sole mío…`, con ese aire entre descarado y divertido. Expertos navegantes, paseando parejas que, aunque sólo lo parezca, viven una eterna luna de miel. Durante los casi cuarenta minutos que dura el viaje, cruzas bajo innumerables puentes, encantadores como el de Rialto o el de la Academia. Muchos de ellos tienen su historia particular y es inevitable apretar el gatillo de la cámara, testigo muda de todas esas maravillas, aún tantas veces fotografiadas.

Esta de hace tres años no era en absoluto mi primera visita a Venecia. Para mí es como esa vieja amiga a la que siempre acabas volviendo, segura de que siempre tiene algo nuevo que enseñarte. Por eso envidio tanto a aquellos que por primera vez la visitan, inigualable sensación del descubrimiento, con ojos de lo desconocido, dejándose seducir como niños pequeños despertando al mundo que les rodea. Una vez que desembarcas en la Piazza San Marco, hordas de turistas con maletas apenas te dejan caminar y te mezclas con gusto y curiosidad entre toda esa gente. Sabes que es difícil perderte así que improvisas y te adentras en esas pequeñas callejuelas desconocidas, donde de cada insospechado rincón surge una preciosa iglesia o un inverosímil palazzo. Recuerdo que en una de esas escondidas callejas había una librería de viejo en cuya entrada colgaba un cartel que presumía: ´Bienvenidos a la tienda de libros más bonita del mundo`. Con seguridad no lo era, y todo aquel que haya estado en su homónima parisina, Shakespeare & Co., podrá dar fe de ello. Pero era encantadora…y cuál fue mi sorpresa al encontrarme, según entré, con una traducción al italiano de un libro de Almudena Grandes; y es que, también hasta aquí llegan nuestros escritores más ´best-seller`. Compré un viejo libro de arte, un ejemplar que, aun estando en muy buen estado, seguro que había pasado por muchas y curiosas manos. Ahora que lo veo junto a mí, pienso que fue como traerme un trocito de Venecia de vuelta a Madrid. De esa Venecia de segunda mano.

De otros antiguos viajes, recordaba una pequeña tienda justo debajo del puente de Rialto, una tiendecita con bisutería africana, probablemente nigeriana, collares, pendientes, broches coloridos que invitaban a su compra y que, manitas que es una, podrían servirme de inspiración para esos trabajillos con abalorios con los que tanto disfruto. Después de las compras y deambulando por Venecia sin rumbo, mi cabeza, cansada y aturdida, esperaba tropezarse en cualquier momento con el comisario Brunetti, ese personaje salido de la admirable pluma de Donna Leon. Eterno luchador contra la irremisible corrupción del sistema italiano, tal vez me invitase a un buen plato de spaghetti alle vongole, contándome fábulas y leyendas de la ´otra` ciudad, de la Venecia escondida, de bajos fondos, mugrientas comisarías y mafiosos opulentos. No me topé con él, lástima, el bueno de Brunetti estaría demasiado ocupado en sus pesquisas…no se lo reprocho, no.

Así que me senté en un café y observé la vida pasar. Ese tiempo que tan a gusto se pierde cuando estamos de vacaciones y, antes de que se hiciera de noche, regresé a la Estación de Santa Lucía. Ahora que está tan de moda aquello de ´…cosas qué ver antes de morirse`, os recomiendo de verdad la vieja y encantadora Venecia, ciudad siempre mágica y sorprendente, pero, mucho más, si cumples años con ella.