El sentir último es como el de los aparatos electrónicos: los que se hacen ahora tienen fecha de caducidad y nada es como antes. Y lo dicen también las encuestas...
Hermosos días los de Merry Mount
Dice Tolstoi al comienzo de Ana Karenina que las familias dichosas se parecen y las desgraciadas lo son cada una a su manera. Aquí con las familias de la política sucede al revés. Han insistido entre favores e intereses pero llegó la época de las liquidaciones, con décadas de retraso, donde lo mismo caía una televisión pública que una gran empresa inmaculada y hasta adorable, como si se asistiera a la voladura de una época de lo que sólo se recuerda el polvo, que no tarda en disiparse. Se adujo la inviabilidad por no haber tenido ayer en cuenta la necesidad. Pero nadie va a proceder a cerrar todos los partidos deficitarios económica y funcionalmente, precisamente ahora que Pablo Iglesias se atreve de boquilla con las Universidades. Del déficit de funcionalidad no se libra ninguno pero al menos los dos de siempre, y sin que sirva de consuelo, no son un lastre en el bolsillo, lo cual trae como un aire de bipartidismo similar al de las plagas bíblicas, pero que en realidad sólo pone la piel de gallina a los nuevos y a los periféricos, todos esos partidos en constante búsqueda de una identidad esquiva, de su propio mercado. El sentir último es como el de los aparatos electrónicos: los que se hacen ahora tienen fecha de caducidad y nada es como antes. Y lo dicen también las encuestas. Las familias políticas desgraciadas se parecen porque ya son todas como saldos, perdida la alegría del Estado que a todos y a todas acoge. Pero no es la tristeza la que las enajena (sólo a sus miembros indefensos: esas verdaderas familias desgraciadas que cada vez se parecen más entre sí) sino aquella alegría salvaje de la democracia española, como la de la colonia de Merry Mount narrada por Hawthorne que acabaron destruyendo los puritanos. Se puede decir que hubo una vez un país hecho de burbujas cuyos responsables creyeron que perduraría. Y parece que tenían razón.