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Hipoxia

Sestear absorto y pálido   el blog de Jose de Montfort

 

Tenía combustible de merienda y vagina […] lo creía inagotable.

Martín Parra

 

 

1.

 

Así que me desperté en la mañana (después de haber dormido muchas muchísimas horas –algo insólito-) y te retuve en los párpados; el último resquicio del sueño. Aunque no a ti, en verdad, sino tu casa. Y me pregunté a qué ese sueño.

 

Mientras desayunaba vi tus wasaps.

 

Habías estado enferma.

 

Te lo dije: soñé contigo. No, con tu casa. No contigo. Supe sin saber que habías estado enferma.

 

Yo, por mi parte, sigo igual. Todo el mundo enferma a mi alrededor.

 

No yo; un orzuelo, lo máximo. Un conato, dicho con más precisión.

 

Pero ya se está yendo.

 

*

 

Dijo, acto seguido, -escribió en el wasap-: es normal que ya para ti sea recuerdo. Hace tiempo que no me ves.

 

[y no dijo: «que no nos vemos»]

 

De inmediato pensé en esa canción: Las chicas son magníficas.

 

Y sonreí, cuando añadió: pasaré a buscarte un día por la oficina.  

 

A la tarde.

 

Pero a mí lo único que me resonó en el cráneo fue «tarde». Tarde.

 

Muy tarde.

 

Tardísimo.

 

2.

 

Me acompaña desde hace semanas Paseo de vidrios (Lastura, 2017), de Martín Parra.

 

Más que afilado es vidrioso; esto es: piramidal.

 

El libro.

 

Atina Gonzalo Gragera en el prólogo al decir que este es un libro lleno de placer y conmoción. Un algo convulso, también tiene. Un eterno choque de contrarios trae (de contrarios en apariencia que, en el fondo, son gradaciones de lo uno y lo mismo).

 

Pero fundamentalmente lo atraviesa una cosa muy francesa; un deseo de matizar, de cerciorarse de lo hecho, de fijar los contornos.

 

Hay un pulir la tristeza por querer emblanquecerla, un cepillar con limón y sal gruesa el cobre abatido de la vida, para restituirle aquel fulgor pretérito a la ferralla.

 

 

3.

 

Gusta mucho Martín Parra del hipérbaton, pero no con fines métricos sino por provocar el entusiasmo. También del asíndeton, para que los poemas en prosa tengan ese ritmo de síncopa, de boquear todo el tiempo. Como de pez de ciudad. Como de anguila que culebrea por los tejados.

 

Hay en estos textos como un barullo de arrabal, un quilombo tabernario; como un recoger los indicios, y así se van disparando, a veces, con lo que parece un desconcierto antimelódico, las verdades. Pero es solo una falsa percepción, ya que es una mera estrategia para que, entonces, de entre la turbación emerja (con la apariencia de una bala perdida) un verso definitivo, un quasi-aforismo total: megalómano.

 

Pero es también Paseo de vidrios un ejercicio de re-situación. Un breviario confesional. Un libro de apuntes para sí (desde sí). Nada vanidoso, sin embargo. Ya que el centro se sitúa en el Martín Parra escritor. Sí, pero porque se quiere poética. Y las reglas de la composición se hacen caminando.

 

 

4.

 

También es Paseo de vidrios una antología de presunciones y un alimento para las esperanzas. Un antimanual lírico. O en sus propias palabras “una semblanza bélica”. Una colección de estampas que se le presentan al escritor en su cotidianidad y sobre las cuales éste ha de –necesariamente- insertarse.

 

Paseo de vidrios es el espejo cóncavo stenhaliano, donde lo que más se ve es lo que menos importa.

 

5.

 

En otro plano, Paseo de vidrios es un festín de incendios carnales, un juego de elipsis (o de disfraces, según se mire: acaso de superficies). Y los huecos se llenan de deseo. Y sed.

 

Un ansia de agua pulcra contra el ácido clorhídrico de la domesticidad y la rutina.

 

Un afán porque las cosas no sean meras circunstancias, sino acontecimientos.

 

Por prender cada segundo.

 

Eso también es Paseo de vidrios.

 

6.

 

Y aun en otro plano más, Paseo de vidrios es una carta de (des)amor y contienda para la chica de las dobles erres.

 

7.

 

Y, por último: un descreímiento. De los espectros del olvido.

 

Un soñar que los sueños nunca han de desvanecerse.

 

Una humareda estival con aroma a perdición y júbilo.

 

8.

 

Todo inicio marca siempre su despedida. En él está contenida la largura de su recorrido y su potencial término.

 

Lo sabemos (siempre).

 

Aunque pareciera que nos gusta estirar la agonía.

 

[…]

 

Ay.

 

 

9.

 

A la escritura (siempre) le aventamos dos responsabilidades: la de ser instancia clarividente y, en segundo lugar, el que nos sirva de epitafio melancólico.

 

Así este post. Así Paseo de vidrios.

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