Hola, Marwan

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Veo la fotografía de Marwan. Un niño sirio de cuatro años atravesando el desierto para llegar a la frontera con Jordania. Un refugiado. Sí. En la prensa leo que Marwan encarna el drama humanitario de los refugiados sirios, pero yo solo veo a Marwan, con su chándal, con su bolsa de plástico. Qué llevará, me pregunto. Qué habrá escogido para la travesía. No serán juguetes, claro. Ni un balón, ni caramelos. En el colegio a nadie le enseñan qué coger en caso de tener que cruzar un desierto. Me olvido a veces de esos detalles. Y entonces, me pregunto qué nos está pasando para que hayamos dejado que Marwan, con su chándal, con su bolsa que no sé qué contiene, esté ahí, solo. No lo sé, Marwan. No lo sé.

 

copyright The Bambini Dream Foundation

 

 

«I had the sensation that I might always be running like this, that I would always have to run, and that I would always be able to run.” Dave Eggers What is the what

 

Veo la fotografía de Marwan. Un niño sirio de cuatro años atravesando el desierto para llegar a la frontera con Jordania. Un refugiado. Sí. En la prensa leo que Marwan encarna el drama humanitario de los refugiados sirios, pero yo solo veo a Marwan, con su chándal, con su bolsa de plástico. Qué llevará, me pregunto. Qué habrá escogido para la travesía. No serán juguetes, claro. Ni un balón, ni caramelos. En el colegio a nadie le enseñan qué coger en caso de tener que cruzar un desierto. Me olvido a veces de esos detalles. Y entonces, me pregunto qué nos está pasando para que hayamos dejado que Marwan, con su chándal, con su bolsa que no sé qué contiene, esté ahí, solo. No lo sé, Marwan. No lo sé.

 

Hace años me pregunté lo mismo. Porque gracias Dave Eggers conocí a otro Marwan. Se llama Valentino Achak Deng, y fue uno de los niños perdidos durante la guerra civil sudanesa. Eggers recogió la historia de este niño en Qué es el qué, uno de los mejores libros que he leído. Cuando Valentino tenía seis años vio cómo un grupo de árabes arrasaba su pueblo y sin saber la suerte que habían corrido sus padres, el pequeño se unió a otros niños perdidos. Dejó su Sudán natal hasta Etiopía y finalmente llegó a Kenia, donde les habían prometido que estarían a salvo. No fue un camino fácil. Hubo masacres, asesinatos, chicos que se quedaron atrás. Hubo odio, lágrimas. Es una historia llena de lirismo y horror, toda la que a veces cabe en la realidad, aunque nos cueste creerlo.

 

He vuelto muchas veces a la historia de Valentino. Hoy, lo hago para revisar el prefacio en el que tengo subrayada una frase del propio Valentino Achak Deng: “Incluso en mis momentos más tristes, creí que algún día podría compartir mis experiencias con los lectores para evitar que estos errores lleguen a repetirse”.

 

Entonces vuelvo a mirar la fotografía de Marwan y tengo la tentación de empezar a hablar de política, de los políticos, de los intereses, de todas esas cosas. Pero no lo haré. No hemos aprendido, Marwan, me digo. Y sospecho que podremos escribir ríos de tinta, llenar las bibliotecas con las crónicas de poblaciones devastadas o con narraciones detalladas del horror. Sí. Podemos hacer todo esto, pero luego volveremos a un prólogo de un libro publicado ya en 2006, y más de uno, yo la primera, pensará que hay algo que no hemos acabado de entender. Que hay algo que estamos haciendo mal. Realmente mal.