Tenía veintitrés años y me encontré a un antiguo profesor de literatura en la cafetería de la universidad. Mientras nos tomábamos un café en la barra le comenté que hacía tiempo que no leía un buen libro, así que le pedí recomendaciones. También le dije que de mayor, como si aún no lo fuera, quería escribir artículos y en ellos, citar a muchos escritores de memoria. A mí, aquello de las citas me había parecido siempre el colmo de la sabiduría.
Hopper. Carver. Y yo
Tenía veintitrés años y me encontré a un antiguo profesor de literatura en la cafetería de la universidad. Mientras nos tomábamos un café en la barra le comenté que hacía tiempo que no leía un buen libro, así que le pedí recomendaciones. También le dije que de mayor, como si aún no lo fuera, quería escribir artículos y en ellos, citar a muchos escritores de memoria. A mí, aquello de las citas me había parecido siempre el colmo de la sabiduría. Cuando leía un artículo con referencias a nombres que no conocía, con esas frases siempre tan redondas y contundentes, me decía “yo también quiero”, que ha sido, por otro lado, la frase que más me he repetido en estos últimos diez años. Recuerdo que ante esa declaración de intenciones, mi profesor me miró extrañado. Sé que lo hubiera podido decir de muchas otras maneras: me gustaría escribir, me gustaría ser más culta, pero lo que dije fue: “Algún día me gustaría saber poner muchas citas en un texto”. Y ese día, sin saberlo, empecé a escribir. Tuve la suerte de que a mi profesor aquello de que yo quisiera citar –supongo que para parecer más intelectual, más guay- le hizo gracia y me dio mi primer trabajo en una cátedra de pensamiento contemporáneo.
Fue entonces cuando conocí a un tipo llamado Edward Hopper. Obviamente, antes había visto cientos de reproducciones de sus cuadros pero no sabía quién era el autor. Así que el primer artículo que escribí en mi vida fue acerca de Ernest Farrés, que había escrito un libro de poemas que dialogaban con cada uno de los cuadros de Hopper. Ese fue mi primer encargo: cómo reinterpretar a Hopper a través de los poemas de un poeta catalán. Y escribí sobre Edward Hopper –supongo que puse muchas citas-. Pero sobre todo hablé de la soledad de las personas que habitan sus cuadros, de los faros que delimitan unos paisajes fantasmagóricos. Sobre esas casas o estancias vacías. De lo que nos da miedo sin saber que nos da miedo. Siempre recuerdo su mítico cuadro ‘Nighthawks’ y a esa mujer que está sola en la barra del bar junto a un hombre que parece que intenta seducirla. Desde entonces relacioné los interiores de los cuadros de Hopper con los relatos de Raymond Carver y me di cuenta de que es posible pintar silencios, que es lo que hace Hopper. También es posible escribir silencios, y eso lo hace Carver.
Los cuadros de Edward Hopper me enseñaron a escribir, a pensar en la literatura. Así, a los veintitrés años me lancé al mundo de la crítica, al mundo académico. Empecé a citar. A intentar que fueran mías palabras de los demás, a parecer un poco más culta, más adulta. A decir cosas como ‘ad hoc’ o mencionar ‘diacrónico’ cuando no venía al caso. Pronunciar nombres extraños como si hubieran sido mis vecinos de toda la vida: Czeslaw Milosz, Adam Zadajewski, Dezso Kosztolanyi. A hablar de la Shoah, a decir ‘gulag’ y pronunciar frases en idiomas que no comprendía. De jovencita entendí muy bien aquello que contaba Pierre Bayard en su libro Cómo hablar de los libros que no se han leído. Aprendí la lección: en el mundo académico había un pacto tácito de no preguntar demasiado. Se citaba mucho y se daba por supuesto que todo se había leído, incluso en versión original. Aunque fuera en rumano.
Después de aprender a citar, empecé a hacer una tesis, un capítulo que creo que ya he contado en este blog. Sobre todo, en lo referente a mis problemas de elección que desembocaron en Albert Camus. Hice la tesina durante un año. Sin embargo, seguí escribiendo artículos sin olvidarme nunca de la mujer de ‘Nighthawks’. ¿Qué le habría llevado a estar detenida en un bar, tan sola? ¿Habría hecho –como siempre dice mi madre- lo que tenía que hacer? Es decir: ¿había elegido bien? Y esa mujer me llevaba a Carver. Carver y Hopper siempre formaron el mejor equipo para mí.
Después de defender mi tesina me pasé cinco años parada, sin leer una sola frase de Camus. No encontraba el momento de ponerme otra vez. Aquello fue como una crisis de pareja. Incapaz de avanzar, tampoco quería renunciar a Camus y a todo el esfuerzo realizado. Sin embargo, hace dos meses, cuando tiré a la basura las 300 páginas de mi tesina en Albert Camus para empezar algo de cero, entendí algunas cosas. Me dije que en algunas ocasiones damos muchas vueltas para llegar al mismo punto de partida. A ese punto en el que debimos quedarnos. Durante todo este tiempo en que me empeñé en hacer el camino de los demás, seguí volviendo a los mismos autores. Como quien recuerda a ese novio que dejó demasiado joven porque quería tener más experiencias.
Así que decidí empezar una nueva tesis –voy acumulando divorcios y separaciones académicas- pero esta vez volví al principio. Me quedé con Carver y con Hopper y pensé que llevaba muchos años complicándome para al final, volver al mismo punto de partida. Creo que uno siempre sabe –en el fondo- lo que quiere. Yo quería aprender a citar. Lo hice. También a escribir; en eso estoy. Y a decidir, claro, pero salta a la vista que eso me cuesta más que escribir y citar. Últimamente no dejo de pensar que a veces la vida consiste en eso: en pasar por los lugares en los que no queremos estar para volver a ese lugar en el que ya de buen principio decidimos que queríamos quedarnos.
Y toda esta historia simplemente venía porque yo quería aprender a citar.