Hoy es viernes

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Como no vi el desarrollo del debate no puedo contar si al final Andrea obtuvo su piano, ni si Carolina acabó casándose con el tutor del vecino, pero para mi fue suficiente...

 

Yo ayer apenas vi los momentos iniciales del debate electoral que Antena 3 pareció querer dedicarle a las mujeres del mismo modo que antaño Jesulín de Ubrique aquellas corridas en solitario. Vicente Vallés no iba de plata y amarillo y tampoco cayeron sostenes al ruedo. Yo apagué la televisión rápido no fuera a subirse alguien al caballo u algo peor.  En realidad no hace falta ver los debates electorales completos. El aliento político es corto en general y además casi todo sale al principio, como la frase verídica inicial de la que hablaba Hemingway a partir de la cual le surgían los cuentos. Yo ya había visto alguna vez en esas lides a todas las debatientes menos a Margarita Robles, cuyo nombre de señorita de reválida, de secretaria eficiente de los años sesenta, de actriz encasillada de la misma década, de alumna modelo o de maestra puntillosa se esparció por el plató como un vaso roto, cuyos trozos, se imagina, volvieron a unirse con la marca de las junturas para volver a casa y empezar la campaña tras el bautizo de sangre. Yo la veo, no más allá de una semana, diciendo tacos y fumando unos pitillos entre el barro de las trincheras como a aquel profesor de buenos modales de Calamity Jane que acabó echándose al monte escupiendo tabaco. Alumnas modelo, en verdad, lo eran todas. Y también lo parecían. Pero ninguna quiso parecer tanto lo que no es como Carolina Bescansa, sin duda la mejor intérprete. Un admirable ejercicio de contención. De su boca se pudieron ver salir esos corazones multicolores de Unidos Podemos como pompas de jabón, y por un momento creí estar viendo a las Mujercitas de Louisa May Alcott, donde Carolina era Margaret, la mayor de las hermanas, la dulce y bondadosa; Inés Arrimadas inevitablemente era Jo, más por el brío, por el carácter sobresaliente, y Andrea Levy, a la que yo siempre había visto robusta pese a su aparente liviandad, como un cardo tártaro, salió convertida en Beth sin el piano. Como no vi el desarrollo del debate no puedo contar si al final Andrea obtuvo su piano, ni si Carolina acabó casándose con el tutor del vecino, pero para mi fue suficiente. No puedo dejar de pensar que allí había talento derrochado, incluido el de Vicente Vallés, en ese espectáculo de plató medianamente triste que es todo lo contrario a lo que se desearía para caminar hacia un gobierno de coalición, serio y generoso, como si lo que de verdad quisiéramos los españoles es ver tirar, y tirar en medio de la bronca, cosas al ruedo.