Idiotas in Wonderland

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Se atrevió a mirarse más allá. No como me miro yo, a trasquilones. Fugazmente. Para no mirarme a los ojos. Alicia se vio y extendió la mano para tocarse y al encontrar el cristal no se detuvo. Aún se podía seguir. Lo pienso, con envidia absoluta, cuando me veo esquivar reflejos de escaparates y ventanilla de coche. Huyendo una vez más de mí para no encontrarme, para no buscarme. Pero sobre todo cuando miro a mi alrededor a muchos de quienes me rodean. Los escucho en el bar, demasiado pronto para que no me jodan ya el día entero, a primera hora. Mientras me tomo un café y una aspirina a la que espero que puedan aferrarse para flotar algunas de las neuronas que tengo pataleando en charcos de ginebra.

 

Son cuatro oficinistas de más de 30 años con trajes grises, de Zara, intuyo, por la etiqueta del bolsillo interior, zapatos de suela de goma, camisas que fueron blancas y corbatas a juego con el bar, supongo. Se ríen, hoy, otras mañanas cuando me los encuentro tengo suerte y no los escucho, de eso del 15-M, de eso que hay en las calles, de eso que nos recuerda que en un mundo individualista, competitivo y adormecido aún se puede despertar de repente un día y enviar un aviso a navegantes, una amenaza, una alarma de incendios. Dice uno, con gafas, aunque este detalle no importe, que él ni piso la puerta de Sol ni la pisará. Y que estaría dispuesto a pagar más impuestos para que vayan los camiones de la limpieza con mangueras y descontaminen bien todo cuando se llene la plaza de perroflautas. Ríen los otros tres disparándose restos de cruasán a la plancha entre los incisivos. Otro le hace los coros hablando de política, de que ni el Ayuntamiento ni el Gobierno permitirán ya que cuatro vagos con tambores se vayan de acampada a la ciudad. Que afortunadamente ya no está Zapatero para dejar que pasen esas cosas. Que Sol, como mucho, es para las putas desnortadas de Montera. Y vuelven a reír la ocurrencia, con gruñidos de machos alfa. Con virilidad recuperada.

 

Al tercero se lo han puesto difícil, y no parece dar para mucho, así que ni se esfuerza, o sí, quizá. “A la guerra les mandaba yo”, suelta, el imbécil, como si supiera lo que es una guerra. Le ríen menos, claro, porque uno es idiota pero sabe cuando otro es más idiota. Y el cuarto, líder de la manada, desde luego, guapo, moreno, quien atrae las miradas buscando aprobación de sus compinches, se prepara. Bebe un sorbo de café y lo explica: “Esto es pura propaganda. Nada más. Cosa de un día. Porque a algunos les interesa atacar al Gobierno diciendo que la gente toma las calles como protesta. Pero es mentira. Detrás de eso no hay nada. Se disolverá y a otra cosa. Porque no saben lo que dicen ni saben lo que quieren. Porque las soluciones no se toman en la calle, sino en los despachos. Porque si de ellos dependiera no saldríamos jamás de esta crisis”. Le miran casi con devoción homosexual dentro de la virilidad de oficina. Y asienten, como asentía yo a los profesores de la universidad a los que no entendía pero que tenían menos de cuarenta años.

 

Es viernes. Y estos cuatro muchachos me han fastidiado ya el día. Así que me dispongo a pagar para irme. Y entonces escucho la última charla. Han cambiado de tema. Hablan del fin de semana que llega. De qué van a hacer. “Yo nada”, dice el primero. “No tenemos pasta. Susana sigue en el paro y cada día más insoportable. Imagino que iremos a comer con sus padres”. “A mi me toca estudiar, que tengo las oposiciones abandonadas estas últimas semanas y he escuchado que en octubre pueden salir plazas”, responde el de las gafas. Y entonces el macho alfa del grupo, lo dice. “Se van mis padres de fin de semana. Quizá aproveche y haga una fiesta en casa”. Me mira extrañado el camarero mientras me da las vueltas de mis dos euros. Estoy sonriendo y no había dado cuenta. Pero apenas me dura. De la ira paso a la alegría y de ahí a la tristeza. Yo no quiero mirarme al espejo, porque sé lo que encontraré y no quiero encontrarlo. Pero me hunde preguntarme por qué no lo harán de vez en cuando los idiotas, que se cuentan por miles. Podrían cruzar así a la realidad y abandonar Wonderland.