Cuentos del mal errante

María Gabriela Llansol

[Traducción: Atalaire]

(XII)
PETICIÓN A HADEWIJCH

pienso en Hadewijch
... querida Hadewijch, estoy convencida de un modo claro, y bastante transparente, de que uno de los fines de mi vida, si no el principal, es dejar que toda mi experiencia sea una especie de intermediario de mis últimas voluntades; lo que pueda ser, desde este punto de vista, ya lo adivinas: te diré que, en múltiples aspectos, se explaya con un ritmo casi regular, en el sentido de la duración de que hablabas en tu última carta. Lo que esto implica, para el ser que lo soporta, todos los días, se traduce en ciertas ocasiones en una sed aguda de lo cotidiano, de gestos tiernos sin especial trascendencia, de pequeñas presencias casi insignificantes, de conversaciones de nada, como límites en un paisaje casi desierto. Es también de este consuelo de lo que tengo necesidad, sujetar el día en los límites de mi cuerpo y encontrar formas de expresión hábiles que impidan el soplo de desaparecer en un muy silencioso silencio.
De otro modo, la presencia de los fines quebrantará mis propios medios.
Poder dirigirme a alguien con estas palabras
¿estás dispuesto a no dejarme marchar del todo en el trabajo de las visiones que me llaman a su realización?
es una petición que, a excepción de Copérnico, nunca pensé poder dirigir a quienquiera que fuere, por ausencia de verdadera comunión; pero ahora tú estás aquí conmigo y a ti también puedo dirigirte esta petición. Se limita a poca cosa, la simple cotidianeidad a la que yo doy tanta importancia  porque, según mi experiencia, lo cotidiano es también lo que despierta.
Con esto quiero decir, 
escríbeme con más regularidad, no una carta que te lleve mucho tiempo, sino una sola palabra     buenos días     hoy he visto por entre los árboles tres casas    llueve        no llueve       vi        he dormido tranquila.
Es la mera evidencia, pero a mí me falta la evidencia del día a día. O también puedes mandar a alguien que dé noticias  por ti, aunque yo crea que, a ti y a mí, quien habla en  nuestro lugar nos incomoda. No parece nada. Pero sobre el papel nosotras distinguimos aunque sea una única palabra; corro el riesgo de encontrarla en cualquier parte de la casa; y es un feliz riesgo que, de pronto, te introduce en mi pensamiento, te despierta en mi pecho y hace de ti mi compañera de trabajo. De este modo, no solamente nuestras cotidianeidades se ayudan mutuamente, sino que también creo que tus visitas, que tanto aprecio, no acabarán pareciéndome un bien en exceso raro. Aunque desconozca todo lo que «sueñas» sobre el ritual que te gustaría ver nacer y crecer entre nosotros tres, esos gestos que te pido forman parte ciertamente de él. He podido vencer la distancia entre
yo y ___________
Post scriptum: Copérnico sigue leyendo los sermones del Maestro Eckhart; si lo he entendido bien, no están de acuerdo el uno con el otro. Copérnico cree que es preciso levantar obstáculos en el camino abstracto y lineal del espíritu, de modo que ello pruebe el peso y la significación de cada ser creado. En cuanto a Eckhart, que ve la identidad completa entre lo íntimo del alma y Dios, aconseja al alma despojarse íntegramente; Dios es, de esta manera, el mismo en todos, y a Copérnico le gustaría que apreciara los efectos, a veces terribles, de su propia creación. Por el contrario, yo veo a Eckhart como es: el cocinero ligeramente apagado, fuera de los conflictos de las pasiones, que pone en la mesa de cada uno de los que se sienten repelidos, o atraídos, el manjar inolvidable de la alegría.

 

 

 

 

 

 

 

(XXX)
UN RITUAL DE GESTOS

Hadewijch dice para apagar la ausencia.
Su respuesta es: durar, continuar
                                              no interrumpir.
Gestos para los tres, gestos para cada uno,
cuando la trinidad está suspendida.

Isabôl dice quiero también el cuerpo
                          penetrarla hasta los confines.
Su respuesta es: comunidad de figuras.

Ambas están ávidas de alegría.
Hadewijch, de la alegría de ver; Isabôl, de la alegría de entrar y de poseer. Hadewijch ve a Isabôl, Isabôl quiere a Hadewijch abierta, íntegramente disponible, sin otra voluntad que no sea la voluntad de responder a lo que Isabôl quiere de ella.

Los tres silenciosamente besándose.
Los tres besándose en los senos.
Los tres besando las vaginas abiertas.

Isabôl se despide para entrar en el alma de Hadewijch.
Isabôl despide a Hadewijch y dice cuenta el amor.
Isabôl dice la vagina de Hadewijch está preparada.
                                   Copérnico, entra en ella y no la dejes en paz.
                                   Vuélvela incandescente, al rojo. Que sienta el
                                   fuego, que es fuego, se pierda en él y
                                   crepite de amor y de visión.

Hadewijch dice: entra en Isabôl, hazle lo que ella quiere
                                   que tú me hagas. Ábrele el alma donde
                                   quiero entrar. Mi cuerpo es el de ella penetrado por el tuyo. Mi
                                   cuerpo es el de ella esperando ser abierto.


                                   Vuélvete siervo de tu pene y no señor de
                                   nuestras voluntades. Siervos los
                                   tres de un solo señor, el deseo
                                   insustentable de eternidad. 

Isabôl dice:  el tiempo acaba en su pene.
                                   Quiero que todos seamos penes, en los dedos,
                                   en los pezones, en la lengua, en la mirada,
                                   en las palabras.

                                   No es el pene de él, hombre, sino de él,
                                   eternidad.

                        Es la llave que abre todas las puertas del cuerpo, que las sombrías reciban la claridad del amor,
                        que las abiertas sean abandonadas.
                        Tenemos un territorio, pero no tenemos casa.
                        Quiero ser nómada.
                        Quiero que digas, Hadewijch, que tu
                        cuerpo es para ser
                        penetrado sin fin, que vienes para ser pene-
                        trada sin interrupción,
                        que estás para que te hagamos lo que, en lo
                        íntimo,
                        más temías y más deseabas.
                        He de abrirte el vientre, la boca, las nalgas, las piernas, los senos, la
                        mirada, la nuca, las manos,

                        las caderas, los pies.
                        Quiero entrar en tu Sancta Santorum, que
                        no es tuyo,
                        como entrarás en el mío, que no es mío.

Hadewijch dice ¿qué haremos de Copérnico?
Isabôl dice una imagen que aún no existe.
Hadewijch dice ¿pero qué haremos de él?
Isabôl dice daremos una imagen a su voz, a su fuerza,
                                   a su corazón, a su entendimiento.
Hadewijch dice ¿qué haremos de él además?
Isabôl dice él también tiene un cuerpo.
                                   El nuestro lo abrimos. El de él lo hacemos.

Hadewijch dice ¿qué más haremos de él?
Isabôl dice el sueño de nuestra regla.

Copérnico piensa: haremos de ellas
                                   los nombres primeros de esta regla:
                                   consumir los cuerpos
                                   para que el espíritu encuentre obstá-
                                   culos
                                   y se vuelva amor, alegría pura,
                                   discernimiento, voluntad y
                                   pueda, al fin, partir.

Los tres saben llegó la hora,
                                   seremos los dadores de nuestra propia
                                   muerte.
Los tres saben moriremos exhaustos y fuertes.

 

 


(XXXI)
GANAS DE PEDIRLE

                                   esa noche,
por las diferentes clases de afecto que te dedicábamos,
«por los diferentes aspectos», conforme decía Escarlata a mi oído, supimos, ella y yo, que tus dedos no sólo vibraban sobre nosotras sino sobre la parte que le falta al cuerpo humano; habías dejado nuestra compañía por esa falta y Escarlata se volvió tumbada hacia la ventana, próxima a la luz exterior, preocupada con la idea de dejarnos y de, al día siguiente, atravesar la ciudad sitiada de Münster; ya mostraba los labios resecos, lo que me hizo recordar que también sentía un gran amor por los guijarros, por las piedras y por la tierra seca; la vorágine del único día del mes de enero en que la habíamos tenido con nosotros llegaba a su fin y, en el último momento, sus pies jugaban con los zapatos posados sobre los flecos de lana.  Hablaba poco, como de costumbre, y su elocución era siempre ponderada, para alcanzarnos de lejos; yo miraba la expresión íntima de su rostro y lamentaba, para poder dar curso poco a poco a mi tristeza, que la helada hubiese quemado los arbustos expuestos en el atrio; y a medida que se aproximaba la hora en que Eckhart vendría a buscarla, me confundían las ganas de decirle lo que hasta entonces no le había dicho, de modo claro y transparente, por respeto humano:

                                   no le había pedido que viniera solo porque
                                   había guardado de ella el recuerdo más radiante, sino también porque sabía cuánto pesaba
                                   su ausencia involuntaria en Copérnico y que, para él, ella y yo éramos las dos partes
                                   oficiantes del amor; que él creía no poderla dejar sin nosotros dos; pero que, cuando la había
                                   visto por primera vez, hacía cinco años, yo no tenía aún este sentimiento por ella

                                   este, que está tan próximo, o hasta en lo íntimo de quien se despoja;
                                   y pues que amo por primera vez a un ser de mi sexo, y solo ahora, 
                                   me pregunto hasta qué punto lo que nos pasó en el alma no mudó la contingencia de mi
                                   cuerpo y el lenguaje separado del masculino y del femenino no es una opresión que afecta a
                                   la forma y la restringe.

            Pero solo dije
            la gran extensión de tierra que se puede recorrer todavía en compañía de Eckhart antes de llegar a Münster, te traerá sosiego. Y cuando estés cerca, desvíate, Escarlata mía.

 

 

 

 

(LIV)
LA CARTA DE PUÑO Y LETRA DE COPÉRNICO

                                   querida Escarlata _________ un calor viscoso se abate sobre la tarde. Acabo de oír los alaridos dados por los caballeros teutónicos y lo vinculo al clamor general que se apoderó de Münster.
              Una parte de mí se quedó en Münster.
              Muchas veces recuerdo tu rostro.
              A pesar de todo, un rostro es mucho más, y algo distinto de una imagen. Aquel día, el tuyo estaba tranquilo, y determinado.
              No me olvido de que prefieres que no se hable de ti porque recelas de una imagen que te guarde. Pero, con todo  rigor, un rostro que vuelve es una imagen que se deshace. La fuente es siempre la misma pero el aspecto se anticipa, imprevisible; hasta tal punto que la voluntad se ejercita, no en captar la imagen, sino en casarla con la fuerza que la generó.
              Mi percepción de esas fuerzas que se reconocen,
más allá de los avatares cotidianos,
esa voluntad de esponsales,
como si se debiera ofrecer un ramo espléndido de flores al espectáculo caótico de las cosas, como si solo la belleza de las almas convergentes fuese capaz de cautivar y traer calma al desorden del mundo, esa percepción está impregnada de nostalgia y de recelo. Nostalgia del momento que ha de venir, en que se manifestará la belleza del encuentro, su punto culminante de elevación, como una epifanía llegada de otro lugar y permitida por la renuncia de las voluntades; y recelo, porque el juego de las fuerzas es frágil cuando la falta de habilidad y rectitud interior provocan daños que pueden ser – o parecen ser – irreparables.
               Permitir que la belleza se manifieste provoca muchas veces los celos, como si la belleza procediera de una hipótesis fortuita.
               Pero tú reconoces que no es así.
               Así, tu rostro vuelve muchas veces. Hago votos – ¿y podría yo desearte otra cosa? – para que el coraje y la gran altivez que en él se aúnan te ayuden a vivir el día a día de la vida presente.

Si Copérnico, en aquel día oscuro, hubiera podido ver su rostro, si hubiera tenido un espejo donde mirarse a sí mismo, hubiera visto que las señales que vislumbraba en el rostro de Hadewijch se habían vuelto las señales del rostro de la laguna y, al final, del astro con quien conversaba.
               La señal de la mansión era la señal de Isabôl en su testimonio, aunque Isabel huyese de él hacia el más allá.

 

 

 

LLANSOL, TEXTO SIN TREGUA PARA LEYENTES

Maria Gabriela Llansol publicó su primera obra −la colección de relatos Os pregos na erva− en 1962 dentro de los cánones de la estética neorrealista imperante en Portugal cuando ella comenzó a escribir. Poco después hubo de exiliarse a Bélgica, donde su escritura experimentó un  giro copernicano, dando lugar a una de las andaduras más singulares de la literatura portuguesa de la segunda mitad del siglo XX. Llansol experimentó la influencia del surrealismo, la filosofía francesa de la época (Barthes, Deleuze), descubrió a los místicos (san Juan de la Cruz, Hadewijch de Amberes, meister Eckhart, principalmente), la pareja gemelar formada por Espinoza y Nietzsche. Sin perder nunca los vínculos con la literatura portuguesa (Jorge de Sena, Vergílio Ferreira, Herberto Helder).
Ahora bien, su genio literario fue más allá de los límites de cualquier escuela o influencia. En 1974 publicó El Libro de las Comunidades (traducción al castellano de Atalaire, dentro de la trilogía Geografía de rebeldes, publicada en la colección Empero de Ediciones Cinca en 2014). El libro causó gran sorpresa. Definitiva y radicalmente alejado del realismo, el texto aspiraba a ser, no a contar. Llansol se mantuvo fiel a este empeño de largo aliento durante casi cuarenta años, publicando más de veinte libros y escribiendo otras treinta mil páginas inéditas, que están siendo digitalizadas por profundos conocedores de su obra como Joaõ Barrento y Maria Etelvina Santos, de Espaço Llansol, la entidad radicada en Sintra que custodia la obra y derechos de la escritora portuguesa.
La sorpresa provocada por El Libro de las Comunidades estaba más que justificada. El libro resultaba tan impenetrable como intrigante en primera lectura, si bien se ofrecía como promesa de una belleza por descubrir. No se trataba de un libro hermético al uso, sino de una declaración optimista –muy propia de la época− sobre las posibilidades de renovación del lenguaje. Eso fue lo que nos movió a traducirlo al castellano, aunque posteriormente nuestro peregrinaje con la traducción debajo del brazo por más de una docena de editoriales fue infructuoso. De acuerdo con la autora, decidimos editarlo y publicarlo por nuestra cuenta en 2005. Diez años después, solo la revista La Galla Ciencia y la colección Empero de Cinca, dirigida por Luis Cayo, acogieron la publicación de nuevos textos traducidos de Llansol (Geografía de rebeldes; Amar un perro; Hölder, de Hölderlin). Y ahora, La nube habitada, coordinada por Anxo Pastor, a quien agradecemos la posibilidad de presentar nuestra traducción de El litoral del mundo, la segunda trilogía de Llansol, a nuevos lectores.
La novedad de Llansol consistía en proponer una nueva relación entre lectura y escritura, creando un texto a modo de nuevo espacio-tiempo que fuera lugar de encuentro de otros textos con la autora y con los lectores (leyentes, prefería decir Llansol, que convocaba a una participación activa y creadora). Esta textualidad es clave para adentrarse en el universo literario llansoliano: una reescritura de la modernidad a través de personajes de relieve histórico, que atraen por su prestigio –a los ya citados cabría añadir las personalidades relevantes de la historia portuguesa: Camões, Vasco da Gama, los reyes Sebastián, Juan III e Isabel− y deslumbran por su mutación en figuras de una nueva comunidad de rebeldes –solo de beguinas, en ocasiones−, que apunta a una nueva cosmogonía.
Esa reescritura cuenta con su propio lenguaje, en el que la sintaxis se desarticula y la semántica se dilata, para acabar con lo que la autora denominaba la “impostura del lenguaje” y abrir nuevas posibilidades expresivas.
A partir de aquí fue creciendo como un árbol frondoso el universo llansoliano.

CUENTOS DEL MAL ERRANTE
Publicado en 1986, pertenece a la segunda trilogía, que lleva por título El litoral del mundo, de próxima aparición en traducción al castellano de Atalaire.
Llansol reúne a Copérnico, Eckhart, Hadewijch e Isabôl durante la revolución anabaptista de Jan Leyden en Münster en 1533. Como ya se ha dicho, se trata de figuras, de un espacio-tiempo propio del texto. En correspondencia con la agonía de la utopía milenarista en la ciudad, la autora trata de la derrota del “amor impar” y, pese a todo, proclama su confianza en un futuro de comunidades sin señor de ningún tipo, en la apertura al ser y la comunicación entre humanos, animales, vegetales y minerales. Un libro básico, que anticipa temas de obras posteriores.
En cuanto a la traducción, según íbamos avanzando en la obra teníamos la impresión de que a veces su maestría literaria y su despojarse de todo lo que no sea verdad mete al traductor -que no al lector- en un bosque prolijo y muy intrincado, poblado de nuevas dificultades. Si por un lado el conocimiento de sus recursos y la libertad que se concede a la hora de emplearlos permite al traductor explayarse en la búsqueda de los propios, en la certeza de que si eres fiel el texto te va a recompensar con creces, por otro no dejan de surgir nuevos elementos desconocidos, incluso discordantes, que de pronto cuestionan toda certeza. Es decir, conocemos el origen seminal de su obra, un acto de amor-revelación que le llevará a tratar de desentrañar y expresar lo inefable. Conocemos el compromiso de fidelidad a su destino de poeta, que, ahora sabemos, mantendrá hasta el final. Conocemos la versatilidad y volatilidad de sus lugares físicos, puesto que su texto es un lugar que viaja, que no aspira a decir sino a ser, como desvela acertadamente la introducción de Geografía de Rebeldes. Todo ello es un suelo muy bien abonado por donde el traductor camina sin tropiezos. Y, sin embargo, el hecho de que la vida de la autora informe todo el texto, una vida vivida con intensidad y hondura pero también poblada de momentos donde la vida real, lo cotidiano, la soledad, irrumpen dilatada y devastadoramente en el texto, la obligan a hacer de lo anodino materia poética, una tarea muy ardua incluso para una autora de la grandeza de Maria Gabriela Llansol. Y es en este sentido donde el traductor tiene problemas para dar continuidad a su estilo, su aliento poético, en algunos fragmentos que en la lengua de la autora para el lector común se pueden tomar como simples transiciones, pero cuya traducción al castellano ha habido que trabajar especialmente para mantener el tono, buscando más que nunca una equivalencia de recursos lo más alejada posible del portugués, fiel al aliento íntimo del texto y menos a la forma.

Mercedes Fernández Cuesta y Mario Grande son Atalaire          


 

 

Fragmentos escogidos de Cuentos del mal errante, integrado en la trilogía El litoral del mundo, de Maria Gabriela Llansol (Lisboa 1931-Sintra, 2008), en traducción al castellano de Atalaire, que aparecerá a principios de 2016.

María Gabriela Llansol (Lisboa, 1931 - Sintra, 2008)
De ascendencia española, publicó su primera obra en 1962. En 1965 se marchó a Bélgica junto a su marido, Augusto Joaquim, donde fundó una escuela. A mediados de los años 1980 regresó a Portugal, estableciéndose en Sintra, donde moriría a causa de un cáncer en 2008.
Obras: Os pregos na erva (1962), Depois de os pregos na erva (1973), O livro das comunidades (1977), A restante vida (1983) Na casa de julho e agosto (1984), Causa amante (1984), Um falcão no punho. Diário I (1985). Contos do mal errante (1986), Finita. Diário II (1987), Da sebe ao ser (1988), Amar um cão (1990), O raio sobre o lápis (1990), Um beijo dado mais tarde (1990), Hölder, de Hölderlin (1993), Lisboaleipzig I. O encontro inesperado do diverso (1994),Lisboaleipzig II. O ensaio de música (1994), Inquérito às quatro confidências. Diário III (1996), A terra fora do sítio (1998), Carta ao legente (1998), Ardente texto Joshua (1999), Onde vais, drama-poesia? (2000), Cantileno'' (2000), Parasceve. Puzzles e ironias'' (2001), O senhor de Herbais. Breves ensaios literários sobre a reprodução estética do mundo, e suas tentações (2002), O começo de um livro é precioso (2003), O jogo da liberdade da alma (2003), Amigo e amiga. Curso de silêncio de 2004 (2006)

 

Atalaire es el nombre común con el que firma el tándem formado por los traductores Mercedes Fernández Cuesta y Mario Grande. Traductores con una dilatada experiencia profesional en varios idiomas, de la lengua portuguesa han traducido, entre otros, a los brasileños Raúl Pompéia y Ana Maria Machado. Actualmente están llevando a cabo la traducción al castellano de la obra de la portuguesa Maria Gabriela Llansol, de la que ya se han publicado en 2014 su primera trilogía Geografia de rebeldes (en la colección Empero de Ediciones Cinca) y en 2015 los textos Amar a un perro y Hölder de Hölderlin (en la revista de poesía “La Galla Ciencia”). En 2016 se publicará la segunda trilogía, El litoral del mundo, de uno de cuyos textos se ofrece un avance en estas páginas. Para saber más: www.acett.org

 

 

Contos do mal errante

 

(XII)
PEDIDO A HADEWIJCH
penso em Hadewijch
... querida Hadewijch, estou persuadida de um modo claro, e bastante transparente que um dos fins da minha vida, senão o principal, é de deixar que toda a minha experiência seja uma espécie de intermediário das minhas últimas vontades; o que este pode ser, deste ponto de vista, já o adivinhas: dir-te-ei que ele se espraia, sob aspectos múltiplos, com um ritmo quase regular, ao nível da duração de que tu falavas na tua última carta. O que tal implica, todos os dias, para o ser que o suporta traduz-se, em certas ocasiões, por uma sede aguda do quotidiano, de gestos doces sem especial alcance, de pequenas presenças quase insignificantes, de conversações de nada, como limites numa paisagem quase deserta. É igualmente desta consolação que eu tenho necessidade, manter o dia nos limites do meu corpo e encontrar formas de expressão hábeis que impeçam o sopro de desaparecer num muito silencioso silêncio.
De outro modo, a presença dos fins quebrará os meus próprios meios.
Poder voltar-me para alguém com estas palavras estás disposto a não me deixar partir por completo no trabalho das visões que me chamam para se realizar?
é um pedido que, com excepção de Copérnico, nunca pensei, por ausência de verdadeira comunhão, poder dirigir seja a quem for; mas agora tu estás aqui ce migo, e a ti posso dirigir também esse pedido. Limita se a pouca coisa, o simples quotidiano a que eu dou tanta importância porque, segundo a minha experiência, o quotidiano é também o que desperta.
Com isto quero dizer, escreve-me mais regularmente, não uma carta que
te tome muito tempo, mas uma só palavra bom dia há três casas por entre as árvores que eu vi hoje chove não chove vi ador
meci tranquilamente.
É a própria evidência, mas a mim falta-me a evidência do dia-a-dia. Ou também podes mandar quem dê notícias por ti, embora eu creia que, a ti e a mim, quem fala no nosso lugar nos incomoda. Nada se vê. Mas sobre o papel nós distinguimos nem que seja uma única palavra; corro o risco de a encontrar em qualquer divisão da casa; e é um feliz risco que, de improviso, te introduz no meu pensamento, te desperta no meu seio, e faz de ti a companheira do meu trabalho. Deste modo, não somente os nossos quotidianos se entreajudam, mas também creio que as tuas visitas, que eu aprecio tanto, não me virão a parecer um bem excessivamente raro.

Mesmo se desconheço tudo o que “sonhas” para o ritual que gostarias de ver nascer e crescer entre nós três, esses gestos que te peço fazem certamente parte dele. Pude vencer a distância entre mim e
Post scriptum: Copérnico continua a ler os sermões de Mestre Eckhart; se bem compreendi, não estão de acordo um com o outro. Copérnico acha que é preciso levantar obstáculos ao caminho abstracto e linear do espírito, de modo a que ele prove o peso e a significação de cada ser criado. Enquanto Eckhart, que vê a identidade completa entre o íntimo da alma e Deus, aconselha a alma a despojar-se integralmente; Deus é, desta maneira, o mesmo em todos, e Copérnico gostaria que ele se apercebesse dos efeitos, por vezes terríveis, da sua própria criação. Pelo contrário, eu vejo Eckhart como ele é: o cozinheiro ligeiramente apagado, fora dos conflitos das paixões, e que põe na mesa de cada um dos que se sentem repelidos, ou atraídos, a iguaria inesquecível da alegria.

(XXX)
UM RITUAL DE GESTOS
Hadewijch diz para apagar a ausência. A sua resposta é: durar, continuar
não interromper. Gestos para os três, gestos para cada um, quando a trindade está suspensa.
Isabôl diz quero também o corpo
penetrá-la até aos confins. A sua resposta é: comunidade de figuras.
Ambas são sôfregas de alegria.
Hadewijch, da alegria de ver; Isabôl, da alegria de entrar e de usufruir. Hadewijch vê Isabôl, Isabôl quer Hadewijch aberta, integralmente disponível, sem outra vontade que não seja a vontade de responder ao que Isabôl quer dela.
Os três silenciosamente beijando-se. Os três beijando-se nos seios. Os três beijando as vaginas abertas.
Isabôl despe-se para entrar na alma de Hadewijch.
Isabôl despe Hadewijch e diz conta o amor.
Isabôl diz a vagina de Hadewijch está preparada. Copérnico, entra nela e não a deixes em paz. Torna-a incandescente, ao rubro. Que ela sinta o fogo, que é fogo, se perca nele e crepite de amor e de visão.
Hadewijch diz: entra na Isabôl, faz-lhe o que ela quer que tu me faças. Abre-lhe a alma onde quero entrar. O meu corpo é o dela penetrado pelo teu. O meu corpo é o dela esperando ser aberto.
Torna-te servo do teu pénis e não senhor das nossas vontades. Servos os três de um só senhor, o desejo insustentável de eternidade.
Isabôl diz: o tempo acaba no seu pénis.
Quero que todos sejamos pénis, nos dedos, nos mamilos, na língua, no olhar, nas pa
lavras.
Não é o pénis dele, homem, mas dele, eternidade.
É a chave que abre todas as portas do corpo, que as sombrias recebam o clarão do amor, que as abertas sejam abandonadas, Temos um território, mas não temos casa. Quero ser nómada. Quero que digas, Hadewijch, que o teu corpo é para ser penetrado sem fim, que vens para ser penetrada sem interrupção, que estás para que te facamos o que, no íntimo,
mais temias e mais desejavas. Abrir-te-ei o ventre, a boca, os rins, as pernas, os seios, o olhar, a nuca, as mãos, as ancas, os pés. Quero entrar no teu Santo dos Santos, que пdo è teи, como entrarás no meu, que não é meu.
Hadewijch diz que faremos de Copérnico? Isabôl diz uma imagem que ainda não está lá. Hadewijch diz mas que faremos dele? * Isabôl diz daremos uma imagem à sua voz, à sua força,
ao seu coração, ao seu entendimento.
Hadewijch diz que faremos ainda dele? Isabôl diz ele também tem um corpo.
O nosso abrimo-lo, O dele fazêmo-lo,

Hadewijeh diz que mais faremos dele? Isabôl diz o nosso sonho da nossa regra.
Copérnico pensa: faremos delas
os nomes primeiros desta regra:
consumir os corpos para que o espírito encontre obstáculos e se torne amor, alegria pura, discernimento, vontade e possa, enfim, partir
Os três sabem chegou a hora,
seremos os doadores da nossa pró
pria morte. Os três sabem morreremos exaustos e fortes.

(XXXI)
VONTADE DE DIZER-LHE
nessa noite,
por entre as diferentes espécies de afeição que te dedicávamos,
“por entre os diferentes aspectos”, conforme dizia Escarlate ao meu ouvido, soubemos, eu e ela, que os teus dedos não só vibravam sobre nós mas sobre a parte que falta ao corpo humano; tinhas deixado a nossa companhia por essa falha, e Escarlate voltou-se deitada para a janela, e próxima da luz exterior, preocupada com a ideia de deixar-nos e de atravessar, no dia seguinte, a cidade sitiada de Münster; já apresentava os lábios ressequidos, o que me fez lembrar que ela possuía um grande amor também pelos seixos, pelas pedras, e pela terra seca; a voragem do só dia em que, durante o mês de Janeiro, a tínhamos tido connosco, chegava ao fim e os seus pés brincavam, no último momento, com os sapatos pousados nas franjas de lã. Falava pouco, como de costume, e a sua elocução era sempre ponderada, para alcançar-nos longe; eu olhava a expressão íntima do seu rosto e lamentava, para poder fazer correr a pouco e pouco minha tristeza, que a geada tivesse queimado os arbustos expostos do átrio; e, ao mesmo tempo que a hora de Eckhart vir buscá-la para partir se aproximava, confundia-me a vontade de dizer-lhe o que até aí não lhe dissera, de modo claro e transparente, por respeito humano:
não lhe pedira apenas que viesse porque tinha guardado dela a recordação mais radiante, mas também porque sabia quanto a sua ausência involuntária pesava a Copérnico e que, para ele, eu e ela éramos as duas partes oficiantes do amor; que ele acreditava não a poder deixar sem nós ambos; mas, na primeira vez que a encontrara, há cinco anos, eu não tinha ainda este sentimento por ela este, que está tão próximo, ou até no íntimo de quem se despoja; e, desde que amo pela primeira vez um ser do meu sexo, e apenas agora, pergunto-me até que ponto o que se passou na alma não mudou a contingência do meu corpo e a linguagem separada do masculino e do feminino não é uma opressão que atinge a forma, e a restringe.
Mas disse apenas
a grande extensão de terra que se pode ainda percorrer na companhia de Eckhart sem ainda atingir Münster, trar-te-á sossego. E, quando estiveres próximo, desvia-te, minha Escarlate.

(LIV)
A CARTA DO PUNHO DE COPÉRNICO
querida Escalarte – um calor viscoso abate-se sobre a tarde. Acabo de ouvir o alarido que fazem os cavaleiros teutónicos, e ligo-o ao clamor geral que se apoderou de Münster.
Uma parte de mim ficou em Münster. O teu rosto lembra-me muitas vezes. Um rosto é, apesar de tudo, bem mais, e outra coisa do que uma imagem. Nesse dia, o teu estava calmo, e determinado.
Não me esqueço de que preferes que não se fale de ti porque receias uma imagem que te guarde. Mas, com todo o rigor, um rosto que volta é uma imagem que se desfaz. A fonte é sempre a mesma mas o aspecto adianta-se, imprevisível; a tal ponto que a vontade se exerce, não a captar a imagem, mas a desposar a força que a gerou.
A minha percepção dessas forças que se reconhecem, para lá dos avatares quotidianos, essa vontade de esponsais, como se fosse devido oferecer um ramo esplêndido de flores ao espectáculo caótico das coisas, como se só a beleza das almas convergentes fosse capaz de cativar e de trazer acalmia à desordem do mundo, essa percepção está impregnada de nostalgia e de receio. Nostalgia do momento que há-de vir, em que será manifestada a beleza do encontro, o seu ponto culminante de elevação, como uma epifânia vinda de outro lugar, e permitida pela renúncia das vontades; e receio, porque o jogo das forças é frágil quando a falta de habilidade e de rectidão interior provocam danos que podem ser – ou parecem ser —, irreparáveis.
Permitir que a beleza se manifeste provoca muitas vezes o ciúme, como se a beleza proviesse de uma hipótese da sorte.
Mas tu reconheces que não é assim.
O teu rosto volta, pois, muitas vezes. Eu faço votos — e poderia eu desejar-te outra coisa? — para que a coragem e a grande altivez que nele se cruzam, te ajudem a viver o dia-a-dia da vida presente.
se Copérnico pudesse ver o seu rosto, naquele dia escuro, se tivesse um espelho para ser recebido por si próprio, veria que os sinais que vislumbrava no rosto de Hadewijch se tinham tornado os sinais do rosto da laguna e, finalmente, do astro com que conversava.

O sinal da mansão era o sinal de Isabôl no seu testemunho, embora Isabel fugisse dele mais para além.