Lo malo del insomnio no es no dormir. Tampoco pasar la noche girando en la cama, pensando en ti, en todo lo que hiciste mal y en lo que volverás a hacer peor. Lo malo del insomnio no es no ser capaz de inventarte otra realidad en un sueño plácido en el que un galán te atrapa, tira de ti hacía él y colocando sus enormes manos en tu cadera y en tu nuca te arrea un beso con el que te levanta los empastes de la infancia. Lo malo no es no descansar, que para eso está la oficina y escaparte al baño a echar una siesta diciendo que tienes dolores menstruales, que siempre funciona y ningún jefe se atreve a meterse en un fregao negándolo. Lo malo no es no poder cerrar los ojos y que todo desaparezca por unas horas –quizá para siempre, que nunca sabes cuándo vendrá la señora de negro a cantarte una nana-. Lo malo no es no poder olvidar todo aquello a lo que llevas horas dando vueltas. O sacudirte de encima los rencores, las puñaladas por la espalda que te han dado durante el día y las que hubieras querido dar. Tampoco no poder dejar de pensar qué hubiera pasado si aquel día, o aquel otro, en lugar de aquello hubieses hecho o dicho tal o cual cosa. Lo malo no es pasar la noche en vela pensando quién estará ahora recostada a su lado tratando de descifrar una ecuación en la que sabes que tú nunca serás la X de la incógnita. Lo malo no son las ojeras, que ya hasta me gustan, me adornan, me permiten parecer peligrosa. Lo malo no es tener que descontar minutos de un sueño que no alcanzas quieta bajo una manta cuando no eres capaz de estar parada más de dos minutos. Lo malo no es tener miedo a la oscuridad y al silencio que habita tu habitación. Asustarte con los ruidos de la madera que cruje. Escuchar a la pareja del piso de al lado –malditas paredes de papel- pasando un buen rato, a veces, no siempre, que también se pelean. Lo malo del insomnio es no ser capaz de aprovecharlo. No levantarte disparada del colchón echando chispas con una idea genial para escribir una novela, la fórmula de la Coca-cola o un poema con sílabas mágicas que le harán rendirse cuando lo lea o el plan perfecto para asesinar al jefe a la mañana siguiente. Lo malo es que la ansiedad y la angustia de la noche en blanco, del baile lento con todos los fantasmas, no se transformen en algo útil, creativo, en una vomitona de letras en un folio en blanco. Lo malo no es añorar una felicidad que no conoces. Porque sabes que la felicidad, que la placidez, no te permiten cagarte con gracia en los muertos de nadie, deambular a las tantas perdida sin importarte, crear, simplemente, algo que te reconforte pasajeramente contigo misma. Ser capaz de sacar algo de dentro para hacer las paces por un rato con la mujer que te mira desde el espejo del aseo. Algo que te excite. Lo malo es que la noche está deshabitada y tú con ella. Lo malo es que sabes que no eres capaz mientras no puedes dormir de pensar que las cosas irán bien y que habrá mundos mejores. Hay mujeres que si se lo proponen pueden ver las estrellas a través del techo. Aunque vivan en un bajo. A mí para lo único que me sirve el insomnio es para encender el ordenador y escribir esta majadería que ni siquiera me gusta. Y encima para preocuparme por corregir la ortografía.