¡Smash! La bestia se aplasta contra el suelo. ¡Klonk! El enorme martillo de piedra hunde de nuevo la columna vertebral del monstruo. No debe volver a levantarse. Demasiadas veces ha muerto el cazador a manos de este ser desnudo de carne como darle una oportunidad de sobrevivir. ¡Slurch! El engendro está muerto. Sus descargas eléctricas jamás volverán a freír a este cazabestias venido de tierras extranjeras. Un «forastero» que se sacude la sangre que mancha su capa de cazador y limpia los restos de casquería incrustados en su arma trucada. No, hace ya tiempo que este joven se siente muy cómodo en la ciudad de Yharnam.
Pero empezó novato, como todos. Solo conocía las estrategias que practicaron antiguos héroes de reinos ya olvidados. Pútridos elegidos que basaban su victoria en la gestión sesuda de energía tanto para atacar como para cubrirse con el escudo. Algunos de ellos ni siquiera tenían porqué mancharse las manos si eran hábiles con la magia o poseían un carcaj abundante de flechas.
El cazador no dispuso nunca de estos recursos. Tampoco los necesitó. La rapidez de movimientos era su cota de malla y el disparo a quemarropa del trabuco, su escudo. Y, si no podía atacar a distancia, solo tenía que acercarse. Sin embargo, en una lucha cuerpo a cuerpo las garras y fauces de las bestias terminarían alcanzándole. Por suerte, en Yharnam merece la pena tomar riesgos. ¿Los licántropos te hacen daño? Solo hazlos sangrar. Herir al oponente cerrará tus tripas y hará que continúe la lucha hasta que uno mate al otro. Sin embargo, si eres tú el que caes, prepárate para el mayor tedio del cazador: conseguir de nuevo los viales de sangre gastados en batalla.
Esas fueron las lecciones que el joven extranjero tuvo que practicar durante sus primeros pasos en la noche del cazador. Y así hizo. Derrotó al bestial clérigo, al licántropo mata-esposas y empezó a disfrutar de la caza. Las bestias completas, antaño amenazantes, se habían convertido en piñatas de ecos de sangre. Sí, el cazador se sentía poderoso mientras terminaba de limpiar los restos óseos de la bestia eléctrica que seguían atrapados en su martillo. Lógico, dado que aún no había experimentado el verdadero terror ni sabía que, por mucho que se esforzara, nunca dejaría de ser una víctima más de Yharnam, el patio de juegos de los Grandes.
El horror comenzaría en el Edificio Lectivo. Allí se dirigió hacia una gran sala. Sin embargo, paranoico desde que en una emboscada le arrancasen los ojos con tenazas, optó por retroceder antes de cruzar el umbral de la entrada. Así escapó de quedar atrapado entre la masa viscosa que cayó del techo. Y ojalá hubiese sido eso en lugar de un ser que alguna vez fue humano. Pese a su cuerpo semiderretido, pese a sus dedos alargados como lombrices blancas… el engendro vestía ropas de estudiante. El cazador dudó y la criatura desgarró. Por primera vez, el aspecto del enemigo era más peligroso que su rapidez o capacidad de daño.
Además del valor, más tarde también quedaría en entredicho la capacidad de observación del matabestias. Tan «excelente» como para dejarse guiar por unas monedas brillantes y ser empujado para llenarse la cara de mierda tóxica. Como si esto no fuese suficiente, el amo del lugar era tan grande como un edificio, tenía múltiples brazos… ¡Slurch! Y era sorprendentemente lento. Tanto como dejar siempre expuesta su enorme cabeza, ahora reducida a una pulpa sanguinolenta. La pesadilla había terminado.
Y era tiempo de aventurarse en otra. Una donde se hallaban los peores pecados y la peor escoria. Pero en ella se encontraba el auténtico némesis del cazador: Ludwig la Espada Sagrada. Un nombre que jamás debería ser olvidado. Subyugar su lado bestial, similar en apariencia y movimientos a un caballo desbocado, obligaba a memorizar y aprender a contrarrestar cada uno de sus movimientos. Tras decenas y decenas de intentos fallidos, la sierra giratoria rebanó a la bestia…y despertó al hombre. Ante el dolor, el monstruo se irguió sobre sus cascos para luchar como el cazador que una vez fue.
Con su recuperada humanidad, el monstruo blandió de nuevo la Espada de Luz de Luna Sagrada para acuchillar toda estrategia válida hasta ahora. Una nueva batalla comenzaba y el cazador volvía a ser derrotado. Más de una vez, el extranjero tuvo la tentación de pedir ayuda a otros matabestias. Pero no lo hizo. Quizá ni los hubiese encontrado. Para cuando llegó, Yharnam ya no era un cruce de intereses entre cazadores. Aunque esto no le importaba. Solo buscaba la victoria más satisfactoria y solo la conseguiría si luchaba solo. Y así lo hizo. Asestó un golpe tras otro sin preocuparse por sus propias heridas, una sangre especial se encargaría de curarlas temporalmente. La vorágine de impactos doblegó finalmente al monstruo. Solo quedó intacta su cabeza. ¡Slurch! La lucha había terminado y el cazador había obtenido el mayor premio posible: la espada de su presa. Al cogerla sintió una extraña familiaridad, como si no fuera la primera vez que la empuñara.
El resto de cazadores borrachos y aberraciones no estuvieron a la altura de aquel combate. Solo un bruto armado con un ancla fue capaz de aplastar la paciencia y templanza del encapuchado. Pero cayó junto al resto, así que el cazador se marchó del lugar. El regreso al Yharnam de siempre fue decepcionante. Tras Ludwig y el nivel de experiencia y gemas sangrientas recolectadas, rara vez se necesitó de un segundo intento para derrotar a patéticas sombras, arañas y lunáticos. Sí, el cazador ganaba las batallas, pero apenas comprendía lo que sucedía a su alrededor. Lo habían secuestrado hombres del saco, se había arrodillado ante reinas y aplastado a hijos del cosmos…pero se sentía perdido. Su supuesta lucidez no le había sacado de la ignorancia.
Ignorante, sí, pero poderoso. El decrépito Gehrman poco pudo hacer para detener al cazador. Su propuesta de abandonar la lucha fue tomada como una burla. Demasiada sangre había sido derramada como para querer «despertar». ¡Slurch! El tullido cayó demasiado pronto. El que una vez fue un joven de infancia atribulada era ahora insuperable en batalla, pero todavía un ignorante. Aún no había descubierto todos los secretos de Yharnam y, por culpa de ello, la última abominación que quedaba por derrotar le doblegó. El antaño extranjero quedó postrado en una silla de ruedas, condenado a ocupar el puesto del viejo. Ese era su destino, pero aún podía cambiarlo. Él mismo o sus diferentes reencarnaciones. Y lo haría, pues ¿no está el cazador siempre hambriento de nuevos retos?
Joaquín Soto Medina/@JoaqunSotoMedin