Me invitaron a unas jornadas en la Universidad Carlos III sobre mujeres directoras de cine. Al presentarme pronunciaron mal mi segundo apellido, dijeron Trisac en lugar de Traisac. Recordé a mi madre. Fue su venganza cultural… médicos, dentistas, abogados, banqueros… siempre lo tenía que deletrear. Nadie sabía escribirlo bien. Yo en la sala ignoré el error, ni me levanté ni abandoné la sala. No pedí la expulsión de la profesora que coordinaba el evento, ni siquiera hice un chiste.
Pertenezco a una generación de personas que accedimos a la universidad por primera vez. Nunca antes nadie en nuestra familia fue universitario; algunos primos, hermanos se quedaron en la formación profesional. Yo, además, fui la primera mujer. A lo largo de mi vida he visto y he tenido que competir con personas que no tenían antecedentes de anafaltismo en su sangre. Sus padres eran licenciados, inclusos su madres tenían título universitario. Estas personas escriben libros, artículos, documentales sobre la pobreza en el extranjero, se solidarizan con muchas causas justas, siempre buscan el sur para confrontarse con la vida. El sur de otros lugares, es tan reconfortante… Pero en su país se comportan ignorando las dificultas de los demás. España es un país con un sistema educativo ancestralmente deficiente. Tener logopeda, acceso a un buen profesor de inglés, un profesor de lengua española era un privilegio de una minoría. Incluso cabe recordar que ninguna universidad española está entre las mejores del mundo.
He aprendido a ver que algunas de estas personas no quieren reconocer su privilegio y necesitan marcarte o subrayarte el defecto para alimentar la fantasía de que están donde están por su talento.
Por todo esto, me ha resultado curioso que esta semana hayan coincido muchos artículos reflexionando sobre la casta y por primera vez se abra el abanico a la casta cultural.
Primera referencia:
Iñaki Gabilondo: Casta, sí. Cadena Ser. En este artículo Iñaki Gabilondo hace un mapa de las conexiones en la corrupción, implicando a todos los partidos políticos, sindicatos, banqueros… Las tarjetas de Bankia han dejado todo expuesto a la luz del día. El artículo me parece muy bueno y, desde el respeto más absoluto a Inaki Gabilondo y otros profesionales de los medios de comunicación, presentadores, directores, productores, etcétera, me surge una pregunta: ¿Por qué éstos profesionales no han alzado la voz sobre la precariedad laboral que ha ido comprometiendo los medios de comunicación y la producción en cine y televisión en nuestro país? Todo se ha ido llenando paulatinamente de becarios mal utilizados, sustituidos por otros becarios peor utilizados, mal pagados, o colaboradores gratuitos, mientras los profesionales han tenido que cerrar sus empresas e irse a poner copas, vender ropa, etcétera. Y estoy hablando de gente nominada al Goya o ganador de la estatuilla. Todos profesionales definidos como de izquierdas, pero ninguno de ellos ha renunciado a sus altos salarios, al pluriempleo o a impartir clases en másters o escuelas privadas.
Y esto no lo decimos o afirmamos nosotros, la propia Cadena Ser informaba el mismo día que se publicó la mencionada columna que “inspección laboral” iba a investigar el tema de los bien llamados becarios “vitalicios”. Y la inspección ha llamado a la puerta de medios tan potentes como El País, El Mundo, la agencia EFE y de la propia Cadena Ser. Las productoras han puesto sus barbas a remojar por si las moscas.
No cabe duda la semana empezó a animarse.
Segunda referencia:
En El Confidencial (me gusta mucho su sección cultural) apareció otro curioso artículo, firmado por Carlos Prieto, sobre un ensayo de Víctor Lenore donde analizaba a la nueva casta cultural. El ensayo se titula: Indies, ‘hipsters’ y gafapastas. Crónica de una dominación cultural. En este ensayo se habla de imposturas de un colectivo que parece trasgredir barreras pero que acaba embarcándose en actitudes tales como no poder soportar escuchar la misma música que una señora ecuatoriana que limpia casas o confundir el Ministerio de Cultural con la lista de ventas de la Fnac.
A los pocos días El Confidencial publicaba otro artículo importante sobre el mismo tema. Planeta censura el libro de Gregorio Morán sobre la casta cultural española. La editorial se niega a publicarlo sin purgar. El ensayo se llama El cura y los mandarines, y es una historia sobre los vínculos entre la cultura y la política española entre 1962 y 1996. Planeta dice que no es censura. Desde su punto de vista el libro es tan ofensivo que les abrasarían a demandas.
Sea lo que sea lo que hay debajo de la renuncia a publicar dicho ensayo, queda muy claro que mientras todos hemos liberado nuestro enfado y decepción con los políticos y sindicalistas españoles queda mucho camino por hacer contra las castas culturales. Y para mí queda esclarecido un comportamiento humano: todos llevamos la casta dentro de nosotros, solo es proporcional al privilegio desde el que partimos y del poder que acumulamos. De alguna manera, todos somos Don Corleone.