La cena de Navidad

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Vaya grupo de perdedores. Diez colegas del curro hablando toda la noche de las dos únicas cosas que realmente nos interesan: el trabajo y las tías. Éramos diez y ni un solo coñito sentado a la mesa. Todos los años nos decimos lo mismo: «Para la próxima cena tenemos que invitar a un par de tías de la oficina que hagan esto más agradable, las emborrachamos bien y quizás hasta echamos un polvo». Pero nada. Sabemos que la política y el fútbol no nos motivan, pero el sexo y el trabajo en sí todavía nos apasionan. Después piensas que, claro, si traes tías te centras en hacerte el gracioso para ver si follas y la charla con los colegas pierde su encanto, decae. Acabamos medio borrachos, muertos de risa y arrimando el codo al trasero de la camarerita que estaba como para meterle la lengua por el ojo del culo un par de horas. Cada vez que se acercaba yo decía la mayor salvajada que se me ocurría y observaba de reojo su sonrisita disimulada. Y me estaba poniendo loco, pero sabía que para mojar ahí había que trabajar mucho. Así que me fui pa’ casa, me hice una paja y a dormir. Estas Navidaes toca. Voy a ir a mi puticlub favorito e invertiré un par de cientos de euros en mi salud física y mental que el año que viene será muy duro.

 

Pues eso, hasta el año que viene.