Sebastián se ve abocado a establecer, una vez más, relaciones en verdad disparatadas, traídas por los pelos, entre dos universos radicalmente heterogéneos. Ahora bien, gracias a una misteriosa despreocupación sobrevenida, olvida por un momento sus deberes y disfruta del mar Mediterráneo.
Hoy, nada de novelas: ensayo puro y duro. Manolo ha levantado discretamente el cajón de los calcetines y me ha dejado meter la mano y sacar los premios en plan lotería. Un volumen considerable, de tapa dura, y luego una cosa chiquita y blandita, en dieciseisavo. No veo cómo Arcalaús o Urganda podrían haber intervenido.
¡Qué cosas tan dispares! Salvo en la cadencia de los títulos: Caos y Orden por un lado, Tú y Él por el otro. ¿Encuentro predestinado? ¿Encuentro indecoroso?
Digo esto porque, en este extraño baile nupcial de libros por el aire, a primera vista el Caos y Orden de Antonio Escohotado hubiera enlazado mucho mejor con el de Labatut. Al menos en la cuestión de nuestra querida Máquina, porque Escohotado ya en 1999 diseccionaba con bisturí de cirujano la realidad en la que estamos inmersos, la interconexión entre los avances de la física y de la matemática y las derivas vitales, económicas, filosóficas, sociales y políticas resultantes.
¿Nada que ver con el padre Azpiazu? No lo sé, quizá Escohotado se hubiera relamido. El humilde volumen que tengo en las manos está destinado a jóvenes lectoras, jovencitas en agraz ante el misterio del amor y del matrimonio. Aquella a quien se lo trajeron los Reyes Magos en 1943 (es una sexta edición, la primera fue en 1941), según reza una dedicatoria manuscrita, lo tuvo sin duda en gran estima, porque está sobado y resobado, y forrado con mimo con un papel pintado de flores, y hay una misteriosa anotación poética… No es para menos, porque el buen sacerdote (ojo: jesuita, doctor en Filosofía, en Derecho, sociólogo, economista…) desgrana con prosa clara toda una serie de finos análisis y lúcidas recomendaciones en relación con la vida amorosa. Quizás no nos hubiera venido mal a ninguno de nosotros, incluida la chica mala de Vargas Llosa, salvadas las distancias de época y mentalidad (en realidad, ¿a quién no le gusta, en el fondo, que le traten con un poco de cariño y delicadeza, aunque sea con cierto paternalismo?).
Don Joaquín Azpiazu, autor de discursos en vascuence y según parece sostén doctrinal del régimen franquista, no creo que fuera a la zaga de Escohotado en erudición y agudeza de ingenio. Ahora bien, no hace aquí alardes eruditos. Desde su virginal y presumible ignorancia del asunto abordado, imparte sus valiosos consejos sin abusar de máximas sapienciales, y de ellas, cabe destacar las que espiga, con discreto deleite y modoso donaire… en Jacinto Benavente.
«Es inútil que sola, como nave sin timón, te lances al mar de la vida…», aconseja, para acto seguido, tras aconsejar tener un guía espiritual, advertir que no cualquiera vale para ello, por muy sacerdote que sea. Ya quisieran ser tan recomendables algunos modernos libros de autoayuda.
«El viento, la deriva y el oleaje desvían desde el principio mismo -escribe Escohotado-, y para evitarlo el piloto bisoño moverá enérgicamente el timón -a izquierda o derecha- hasta que la proa apunte a la muesca de la brújula establecida como rumbo. Sin embargo, al hacerlo observará de inmediato que se ha excedido, y volverá a mover la rueda en dirección opuesta no menos enérgicamente, para descubrir entonces que ha vuelto a excederse…». ¿No es esto ofrecerse, a su vez, como director espiritual? ¿No sería estupendo que nuestros estudiantes, escapándose de las aulas por la ventana, quitándose las gafas magnéticas, se tomaran un respiro en la playa y lo leyeran bajo una sombrilla? Perdón, si deliro. No digo que Escohotado tenga razón en sus apreciaciones o deje de tenerla, pero su amenísima elocuencia, la constante floración de ideas y preguntas que suscita serían un lenitivo, al menos, para todos cuantos navegan las benditas aguas del caos bajo las férulas doctrinarias que nos vigilan. He dicho.
He dicho, y me quedo pensativo. ¿En qué estaba pensando? Ah, sí, en mi escoba. Anoche vi que alguien se la había llevado, lo cual me contrarió un poco, como es natural. Pero confío en que vuelva y le deseo un vuelo agradable. No como la escoba de Goya, cuadradota e hirsuta, cabalgada por una bruja puro pellejo…
Dejémoslo estar. Hoy no sé qué me pasa. Me gana cierta modorra y llego a pensar que en el fondo las preguntas que uno y otro se hacen podrían enlazarse en una sola secuencia: ¿dónde está el orden?, ¿dónde el caos, en ti, en él…? Por otra parte, ¿no es cierto que, en cierto modo, cualquier ensayo viene a ser como una receta de cocina, una apuesta por determinada, inexacta proporción entre lo dulce y lo salado?
Mi escoba… ¿Dónde estará mi escoba? Pues no tengo ni idea. Anochece, asoma la luna, y a pesar de esta inquietud puede hoy más en mi ánimo, insisto, una extraña tranquilidad que me permite mirar al mar desde la terraza e imaginar los peces plateados que se esconden bajo las olas. Es como si la marea del orden desordenado me hubiera arrojado a la orilla de una juvenil pereza, entrecerrados los ojos hacia un horizonte sin límites, un futuro abierto aún a todos los ensueños, a todos los aciertos y todos los errores.






