Fue un día jodido. Llegué a pensar en algún momento que podría acabar bien, pero no, fue una mierda todo él. Me jodía tener que ir al tanatorio y tampoco podía dejar de hacerlo. ¡¡¡Cojones!!!, no conocía al muerto pero sí a toda su familia y era una tragedia. Ya de noche, la carretera vacía, el asfalto mojado, yo con un nudo en la garganta sin saber qué iba a decir o, sí, mejor no decir nada. Al final, me planté allí y no hubo necesidad de abrir la boca. Un fuerte abrazo y él susurró: “No digas nada, basta con que hayas venido”.
A veces las palabras sobran, basta con menear un poco el rabo para que coja volumen y asunto resuelto. Me lo enseñó un buen amigo muy cabronazo que ronda los setenta y que vivió épocas muy duras. Cuando no tenía ni un puto duro se iba con varios colegas a las escaleras de la Bolsa y se sentaban tranquilos rascando los cojones por encima del pantalón o frotándose con la mano en el bolsillo a modo de precalentamiento. A cien metros de allí una vieja emperifollada, turista norteamericana, francesa o inglesa, la mayoría de las veces, se sube al taxi y éste enfila la calle haciendo una señal con las luces. El coche pasa muy despacio y la vieja asoma la cabeza por la ventanilla. Todos en pie. Es el momento de bajarse los pantalones y sacar el mondongo al frío de la noche. Es un trabajo duro porque el mondongo se torna mondonguillo muy rápidamente –eso lo sabemos muy bien los tíos- y la vieja no atisba a ver ni con espejuelos ni con lupa; además, el taxi no se detiene completamente más de diez segundos. Ahí estaban ocho o diez guarros enseñando el cebollo en plena noche, en el puto centro de Madrid, por unas pesetas. Mi amigo, el más listo, sabe que en esos momentos hay que agarrar el rabo con la presión justa y menearlo un poco, como si lo sacudieras después de mear, pero sin riesgo de que te vaya una gota a la boca, estirarlo bien, hacer el molinillo, descapullarlo y sobar con cuidado el escroto con la mano izquierda. Así el aparato coge volumen, o al menos no lo pierde por el frío, y le sacas un centímetro o centímetro y medio de ventaja a tus competidores. Vamos, que te llevas la vieja al agua, aunque agua no hay porque él siempre me ha hablado de vulvas esplendorosas de 75 años, rosaditas y apenas sin usar, pero más secas que el coño de una Barbie recién estrenada. «¡¡¡Dios, cómo había que meter lengua antes de meter rabo, mientras la vieja gemía, o rugía si era alemana!!!», me decía. El pobre acabó varias veces apaleado por la policía y con unos cuantos meses de condena en las celdas de la Puerta del Sol.
Así que, después de tanta tristeza, me fui a la fiesta pepera para subirme un poco la moral. Yo sé que ahí hay mucha putilla disfrazada de madre de familia bien, cuarentona larga con coñito todavía jugoso, y todas muy cachondas en plena orgía de escaño va escaño viene y un líder con problemas de frenillo. Es el escenario ideal para un tipo como yo, acostumbrado a pasar por pepero y con callos en el culo después de tanta comida en el Casino. Guapas, bien guapas, alegres, banderas al viento, gaviotas que vuelan, tonadilla ganadora reincidente, alborozo generalizado, meto las manos en los bolsillos… ahí está cogiendo volumen y restregando por aquí y por allá. Tengo que reconocer que entre tanto gentío rocé algún culo peludo y me rozaron varios paquetes, porque locas adineradas allí hay bastantes. Pero bueno, yo a lo mío: «Bota, bota, bota, socialista el que no bota». Y ahí Mariano botando y yo mirando el ir y venir de tetas exuberantes que pugnan por salir del escote. Todos abrazados como buenos camaradas dispuestos a hincar el diente a un futuro brillante. Me sumo al corro de la patata, nos reímos, nos besamos (en las mejillas, claro), pero yo aprovecho para soltar unas babillas. Apuro algún tropiezo para sentir teta. El paquete ya en forma, insisto, insisto a una y a otra:¿Seguimos la juerga nena? Pero hay mucho buitre celoso y opusino, inseguro y precoz, que no ha hecho correr a una mujer nunca. Se creen que todo es meter y meter, dejar la mierda dentro y sacarla nueve meses después en forma de bebé rollizo y lloricón. Te empujan, te apartan, “que esta es mi mujer, cabrón”, y yo: “Vete a la mierda, hijoputa. Se lo voy a decir a Mariano y te vas a pasar ocho años en el paro, mamón”.
Menos mal que desde la sede del PP al puticlub más caro de España y de Europa hay dos minutos caminando. ¿Será una coincidencia? Sea como fuere, allí acabé yo.