La predicadora de los ejemplos

                                               

«Nunca vi un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre» 

Francisco I 

 

 

Rosalía Mera, fue, entre muchas otras cosas, presidenta de la Fundación Paidea Galiza. Murió hace 72 días a causa de un derrame cerebral. Tenía 69 años.

 

Al igual que en la novela Rayuela, de Julio Cortázar, la vida de Rosalía Mera podría leerse, contarse, narrarse, desde el principio, desde el final, por los costados y del revés, y aún así todas las etapas que conformaron su existencia, independientes las unas de las otras, no carecerían de sentido, si no que más bien se entendería mejor lo que, a mi parecer, fue la vida de esta mujer gallega. Y es que, en conjunto, Rosalía Mera fue la unión de múltiples mujeres que vivieron diferentes vidas simultáneas bajo una mismo alma y una misma persona. Rosi la niña, Rosalía la costurera, Rosalía la de las batas de boatiné, la exmujer de, Doña Rosalía Mera, Sra. Mera, Excelentísima Rosalía Mera, Rosalía mi madre, Rosalía mi abuela.

 

Cuando recopilaba información y datos biográficos sobre Mera me planteé una y varias veces si el caso de esta mujer no era ciertamente el paradigma sobre la existencia y/o creencia del destino. Supongo que, al igual que cuando leemos el horóscopo, sólo creemos en él cuando viene o nos conviene, o más bien cuando ya se ha ido. De la misma manera que la sabiduría siempre llega el día después, todos, o muchos de nosotros (o sólo yo), creemos en el destino una vez que ha llegado, una vez que se ha marchado o antes de que llegue, haciéndole además culpable de nuestras desgracias, las cuales, alegamos, eran inevitables porque el destino «lo había querido así».

 

Unos pueden, por tanto, pensar que Rosalía Mera estaba predestinada a convertirse en la mujer más rica de España y que precisamente por eso, porque era su destino, no importó que naciese en una familia humilde, tan humilde que siendo una niña tuvo que dejar el colegio para ponerse a trabajar. También pueden creer que Rosalía Mera estaba predestinada a crear una fundación social y cultural que luchase por la integración de las personas discapacitadas y que por eso la vida quiso que su segundo hijo, Marcos, naciese con una parálisis cerebral, motivo por el cual creó dicha asociación.

 

Sin embargo yo creo que si Rosalía Mera tuvo algo claro desde niña es que las personas llamamos destino a las desembocaduras de nuestros ríos internos, y que si nos dejamos llevar por la corriente, sin nadar, sin bucear, sin ir a ratos a braza y a ratos a crol, el destino nos llevará junto a tantos otros (hay más peces en el río) a la más sencilla de las existencias. Porque si hay algo cierto es que, con toda probabilidad, el único destino al que podía encaminarse Mera no era ni muchísimo menos el que ella se ganó y que la convirtió en la mujer más rica de España. Así que quizás, evitando precisamente ese destino que le aguardaba si se quedaba de brazos cruzados, Mera dejó el colegio a los 11 años de edad y comenzó a trabajar de costurera en una exitosa tienda de A Coruña llamada La Maja. Fue allí donde a los pocos años conoció a su primer y único marido, quien comenzó a trabajar en la misma tienda junto a sus hermanos después de haber estado años ganándose la vida en otra camisería de la ciudad y de quien se enamoró rápidamente. En 1963, un año después del nacimiento de su primera hija, los jóvenes emprendedores (apenas tenían 20 años) montaron junto a sus cuñados –el hermano mayor de su marido y su mujer– su propio taller textil al que llamaron GOA y desde el que empezaron a fabricar unas batas de boatiné que vendían a otras tiendas y que fueron todo un éxito. Rosalía fue la primera de los cuatro fundadores que abandono el trabajo de dependienta en La Maja para dedicarse en exclusiva a GOA. Pero debido al éxito que su taller comenzó a tener, finalmente tanto su marido como su cuñado dejaron de ser dependientes para embarcarse al 100% en su pequeño negocio.

 

El nacimiento en 1971 del segundo y último hijo del matrimonio, con una parálisis cerebral, supuso un antes y un después en la vida de la empresaria gallega. En 2003, Mera concedió una de las pocas, poquísimas entrevistas, que dio a lo largo de su vida al escritor y periodista Carlos Sánchez, recogida en su libro Dinero fresco (Temas de Hoy, 2003) y en la que confesaba: “Encontrarte con un hijo que no es el que tú estás esperando es muy duro (…) En esas circunstancias de gran conflicto, emerge lo mejor y lo peor de uno mismo. En esos momentos uno comienza a confrontar con la muerte, en un sentido figurado o metafórico». 

 

Fue así como, para dedicarse en cuerpo y alma a sus dos hijos, Rosalía Mera comenzó a desvincularse del negocio que había creado junto a su marido y sus cuñados, el cual marchaba viento en popa y había derivado en la apertura de una tienda propia de ropa en 1975 así como la fundación del nuevo grupo de Industrias Textiles fruto de su predecesora GOA.

 

Sin embargo, a medida que el negocio familiar se iba haciendo más próspero, el matrimonio estaba cada vez mas distanciado, por lo que en 1986, tras 20 años juntos, deciden separarse.

 

 

«La Fundación Paideia es una manera de volver a empezar, que es como enamorarse de nuevo, esta vez de una idea»


El fin de su matrimonio, junto a la enfermedad de su hijo, fueron los dos motivos que llevaron a Mera a dar un nuevo rumbo a su vida ya que, como ella misma declaró en su entrevista a Sánchez, los proyectos se truncan y es entonces cuando hay que preguntarse por qué suceden las cosas». De esta manera, y gracias a las ganancias económicas que le reportaba el negocio textil, la hasta entonces costurera decidió reiniciar su vida, estudiar la carrera de Magisterio a los 30 años y fundar en 1986 la Fundación Paidea Galiza como un “espacio abierto, con una vocación interdisciplinar y pluridimensional que abarque formación, intervención e investigación en Ciencias humanas y sociales” .

 

Por medio de la promoción cultural participativa y solidaria, la Fundación Paideia lleva más de 25 años proporcionando puestos de trabajo a personas con discapacidad a través de diferentes acuerdos con múltiples empresas, promoviendo voluntariados europeos en distintas ONG, universidades y organizaciones internacionales, así como la integración social a través del intercambio para jóvenes que por diversos motivos (abandono escolar, exclusión, desempleo o desventajas territoriales) se encuentran en situaciones de desigualdad.

 

Además, la fundación también colabora con diferentes asociaciones para fomentar el desarrollo rural, el turismo sostenible y la conservación del Patrimonio Histórico y Cultural, y ofrece servicios jurídicos de información y asesoramiento en diferentes áreas. 

 

En todas sus actividades, Paidea actúa desde el criterio de la investigación-acción, teniendo como premisa una continua reflexión ética y científica al servicio público, atendiendo las necesidades y demandas sociales. Por esto y más, la Fundación ha recibido múltiples premios: Voces de año 1998 por el proyecto Antear de reinserción laboral, Agapi 1998 al mejor documental gallego (Contrabajo), La Rebotica 2003 por el proyecto Antear, Empresa Solidaria 2010, premio a la Excelencia e Innovación para Mujeres Rurales del Ministerio de Medio Ambiente 2010, premio a la Excelencia Gallega en Acción Solidaria 2012, y el premio Fundación Dales la palabra 2013, entre otros.

 

 

 “Es tremendo que el dinero haga a la gente importante»


Mientras cultivaba su versión filantrópica, Mera siguió multiplicando su fortuna, gracias a la Sociedad
 Rosp Corunna, que fundó en el año 2000 como principal brazo inversor de la coruñesa. A través de esta sociedad mantenía sus inversiones en más de una veintena de empresas de diferentes sectores: inmobiliarias, nuevas tecnologías, audiovisuales, acuicultura, energías renovables y su participación estrella como accionista de la farmacéutica Zeltia.

 

En el año 2002, Mera compró el 5% del capital del grupo farmacéutico tras un desembolso de 90 millones de euros. «Si perdemos con nuestra inversión en Zeltia, bien perdido está. Y si ganamos, lo hacemos doblemente», fueron las declaraciones que realizó la empresaria ante una inversión tan inmensa en un grupo responsable, entre otros proyectos, de la investigación de un esperanzador medicamento contra el cáncer. Este fue, sin ninguna duda, un paso más dentro de las políticas de compromiso que fueron siempre la base ideológica empresarial de Mera de la mano de empresas que caminasen en la misma dirección y con los mismos intereses sociales que los suyos. Finalmente, la operación resultó ser todo un éxito y a su muerte, en agosto de 2013, su participación del 5% representaba un total de 11,11 millones de acciones, con un valor de 27,55 millones de euros.

 

Con Galicia como epicentro de todas estas gestiones (siempre reivindicó una mayor implicación institucional para dar una mayor proyección y publicidad a su tierra en el exterior ante la supremacía de Madrid y Barcelona), solo dos sociedades de la empresaria tenían su sede social fuera de territorio gallego: las sociedades de inversión variable (sicav, por sus siglas) Breixo y Soandres, que tienen su domicilio social en Madrid. A través de estas dos sicavs llevaba a cabo el grueso de sus operaciones por medio mundo. De hecho, en Breixo el 90 % de la inversión se localiza fuera de España. En Soandres llega al 93 %.

 

Más del 90% de las inversiones financieras que realizaba Mera estaban fuera de España.

 

 

“Con mi edad y mi posición económica, estoy obligada a decir lo que pienso”

 

Eso confesó la coruñesa a Carlos Sánchez en su entrevista de 2003. Poco dada a estar en el punto de mira, la empresaria se caracterizó siempre por llevar una vida más que discreta alejada de los medios. Pero si había algo que estaba por encima de este deseo de pasar inadvertida era su conciencia social, algo que se tomó más como una obligación que como una simple elección personal.

 

Y es que si Mera ocupó portadas de diversos medios fue por sus consideras polémicas declaraciones, cuando ella simplemente las tomaba por verdades como puños.

 

Manifestó que los recortes en el ámbito de la sanidad y la educación hacían “un flaquísimo favor a la sociedad”, afirmando que los políticos siempre recortaban “por abajo” tirando hacia las soluciones más “fáciles e injustas”. “Estamos en un barco en el que o nos salvamos juntitos o aquí no podemos estar echando gente fuera”, comentó a los periodistas pocos meses antes de morir, en la presentación del informe Estado Mundial de la Infancia de 2013, obra de Unicef.

 

También se mostró contraria a la reforma de la ley del aborto impulsada por el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, y ya en su momento declaró que esperaba que la ley no salira adelante y que prevaleciese la establecida por el gobierno de Zapatero, ya que, como ella misma consideraba, “defiende el derecho del no nacido y el derecho de las madres a poder decidir en una cosa tan importante como es la maternidad”.

 

De igual manera, afirmó que se sentía muy identificada con las reivindicaciones del 15-M, poniéndose del lado de los indignados: “Todos deberíamos estar indignados, los que están acampados y el resto de la población del país”. La empresaria reconoció que la situación actual de crisis no era buena, “pero hay que revisar el concepto de ciudadano y cómo son las elecciones y los votos…”, explicaba al tiempo que confesaba que tuvo muchas tentaciones de estar con los indignados en el campamento coruñés. Sin ninguna duda, es lo menos que podemos hacer viendo los niveles de corrupción que tenemos, de múltiple índole, tanto política en cualquier bando, como social o económica”, afirmó.

 

Al abrigo de la fundación Paidea, reivindicó durante múltiples ocasiones a las administraciones una mayor apuesta por iniciativas encaminadas a la juventud, “que nunca es un gasto, sino una inversión. Un país que no invierte en sus jóvenes va a ser un desastre”.

 

Fue sin duda la empresaria de lo políticamente incorrecto, plantándole cara a Aznar envuelta en la bandera de Nunca Máis ante la catástrofe del Prestige, o, en tiempos en los que el socialista gallego Emilio Pérez Touriño fue presidente de la Xunta, cuando afirmó: «Los partidos políticos no tienen tanta fuerza como ellos creen. Los países los hacen los ciudadanos, la sociedad civil».

 

Y es que, a pesar de su poder, Mera nunca olvidó sus orígenes humildes a los que tanto se aferraba y que tanta coherencia y conciencia social le aportaron: «Si me tengo que identificar, me identifico mucho más con ese entorno que ha sido mi mundo y del que tampoco he querido moverme demasiado porque me nutre, me sostiene», explicó en una entrevista concedida a Suso de Toro para El País en 2004.

 

Todas estas manifestaciones le valieron la etiqueta de “cenicienta moderna”, definición que le molestaba soberanamente y a la que, por lo visto, siempre respondía: «¡Pero qué narices! ¿Y por qué no lo dicen de mi ex marido?».

 

 

«El dinero permite hacer mucho y evita también grandes injusticias. Sin embargo, hay que saber ponerlo en su justa medida porque también tiene una dimensión muy fea y ruin. Hay que saber manejarlo con coherencia, como la vida misma».


Mera reivindicaba la responsabilidad cívica y social del empresario, que no tenía que ver solo con pagar impuestos o crear puestos de trabajo, sino que, como ella misma explicaba, consistía también en procurar la igualdad de oportunidades y poner en funcionamiento los “ascensores sociales” que permitieran a la gente cumplir sus sueños.

 

Por todo esto, Rosalía no entendía cómo los ricos que no tenían nada que perder no alzaran su voz ante tanta injusticia. Ella lo achacaba a que la sociedad tiende a “adocenarse con suma facilidad” y que en vez de buscar el cambio lo imperante es el conformismo. También manifestaba que no servía de nada dar trabajo a una persona si ese programa de ayudas no se enmarcaba en un proceso de emancipación personal. De hecho, destinó mucho dinero con expertos juristas para cambiar las leyes para que los discapacitados psíquicos, como su hijo, tuvieran derechos a la hora de heredar.

 

Mera creía que el compromiso social pasaba por liberar las conciencias, y que quienes callaban ante las injusticias, aunque donasen fondos a museos y centros culturales o asista a banales actos benéficos que sólo buscan el reconocimiento personal, sólo eran cómplices de la alienación.

 

Como reconocimiento a su mérito personal, Rosalía Mera recibió numerosos premios tanto por su implicación, contribución y vocación solidaria en proyectos sociales como por su trayectoria empresarial y filantrópica.

 

Fue, sin ninguna duda, la predicadora de los ejemplos.

 

Eme Uve Ele

 

 

PD: Hay veces en que nos impresionan más las muertes de los ricos, como si inconscientemente y en razón del sinsentido pensáramos que son inmortales. Y más aún cuando estos fallecen de forma inesperada y no por accidentes en sus avionetas privadas o por naufragios de sus yates entre Hawai y Bombay, si no por causas más naturales, o por lo menos al alcance de todos los bolsillos.

 

Rosalía Mera se fue del mundo de la misma manera que vino. Natural y llena de vida. Murió el pasado 14 de agosto siendo la mujer más rica de España y la más rica del mundo por méritos propios. A su muerte, su fortuna, valorada en más de 4.500 millones de euros, la situaba en el 63º puesto del ranking mundial.

 

Sólo el 5% de su participación en Inditex, la multinacional textil española que fundó junto a su exmarido, Amancio Ortega, vale más de 3.000 millones de euros. A pesar de la participación de Ortega, que supone el 59% del total, Mera era, tras éste, la segunda mayor accionista del imperio, con 31 millones de acciones.

 

Gracias a estos beneficios, y una vez por su cuenta, Mera multiplicó su hacienda como inversora, duplicando en los últimos cinco años su ya de por sí inmensa fortuna apostando en plena crisis por inversiones muy globalizadas a través de sus diferentes sociedades.

 

 

Detrás de todo hombre se esconde una gran mujer.

 

Delante de Rosalía Mera, se escondía Amancio Ortega.