Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img

La resaca


 

Después de un acontecimiento importante, como el de estas nuevas elecciones sin mayoría suficiente, cuando el silencio de los políticos hace de España un ambiente de saloon donde dos jugadores de cartas se han levantado de improviso de sus sillas, derribándolas, posando su mano presta sobre la quincallería, y el resto de la parroquia se ha echado a los lados para dejar libre la arena, yo siempre he imaginado que esos políticos están, sencillamente, lejos de oscuras tramas, durmiendo.

 

Esa calma política de guerra fría, a la que acompaña la expectación ciudadana, tiene que tener detrás una siesta reparadora (como una siesta mejicana sobre la vía, con el sombrero sobre el rostro, al otro lado del Río Grande) después de la dura campaña.

 

Rajoy apareció por la mañana fresco como un adolescente. Sus compañeros de partido le recibieron con picardías y palmaditas en la espalda como si detrás de esos ojos hinchados hubiera un triunfo reciente. Una conquista nocturna. Y en realidad es lo que hubo. Rajoy venía de pasar una gran noche y por momentos yo pensé que incluso podría arrancarse en un moonwalker o marcharse dando un salto y chocando los talones.

 

A esas horas Albert Rivera, en cambio, no parecía haberse acostado a juzgar por cómo se presentó de humor, aunque no todo es lo que parece. Quizá debiera de haber permanecido unos días en cama igual que Snchz e Iglesias (el primero, se imagina, sin dejar de observar cómo y por dónde sopla el viento, y el segundo sumido en el monólogo hamletiano) , tratando de recuperarse del sobreesfuerzo de la batalla y del golpe del resultado.

 

No es el espíritu ciudadano, el espíritu naranja que tantas veces invita a sentirse poseído (no al menos hasta que se despeje la polvareda), dar la impresión de estar aún de empalme negando algunas evidencias, por coherente que esto sea, como si después de que Rajoy se haya llevado a la chica más deseada uno tenga algo mejor que oponer en la pandilla.

 

Porque hoy el guapo del barrio, por extraño que parezca frente a todos esos jóvenes, es un señor sesentón de Pontevedra. Lo dicen los votos y no la revista People, que es sobre lo que parece que Rivera quisiera edificar en estos días su democracia soñada. Pero quizá habría que dejar de exigirle tanto (ayudaría que se fuera dormir un rato, a pesar de que le honre su vigilia: el único en pie junto al obligado presidente en funciones) e ir a tocar a la persiana de Snchz para que salga de una vez, que ya es buena hora para todos, con el deseo de que se haya repuesto completamente de sus heridas.

Más del autor

-publicidad-spot_img