
¡La Virgen puta, la madre que la parió, qué tía! Me gusta la meteorología desde hace muchos años, desde que me di cuenta de la enorme influencia que ejercen los meteoros sobre mi estado de ánimo. Y estos días lo he vuelto a experimentar: unas cuantas jornadas soleadas, un poco de luz natural a las siete de la tarde, unos almendros en flor y la promesa de un verano aún lejano pero lleno de posibilidades hacen que se me revuelva el alma, que me llene de sensaciones, recuerdos, ilusiones, aromas, ideas extrañas… Y entonces me empiezo a poner burro, cachondo, enorme, animal…
Sentados sobre la hierba, en lo alto de una pequeña colina de un parque, contemplamos la calle vacía a veinte metros de nosotros. Meto la mano entre sus piernas, pero no me deja, no quiere que acabemos como siempre, revolcados, sudorosos y ella con el vestido dado de sí. No pasa nadie, ni un coche; si pasan veinte en los próximos diez minutos, te como el coño. «¿Pero de qué vas tío, estás loco?» Jugueteamos, nos besamos fugazmente y acaba soltando una sonrisita. Pasan unos cuantos coches, la cosa se pone tensa, ella está nerviosa y yo ansioso, hace calor, y veinte. ¡Bingo! Le separo las piernas, hace un último intento por resistirse pero las apuestas hay que pagarlas siempre. Tiene la falda amplia y fina debajo del culo, las piernas al aire y chupo y rechupo la parte interior de los muslos, tan firmes; las braguitas en verano apenas ofrecen resistencia, dejo el coño al aire libre y hay suficiente luz para contemplar ese maravilloso espectáculo. Me aplico como un niño obediente a comerle el coño como a ella le gusta («parece que te estuvieras comiendo un bocadillo de chorizo, cerdo famélico»). Le meto un dedo por el coño pero apenas le entra, es virgen la muy puta y le meto otro por el culo. Ya tiene las bragas por los tobillos y las rodillas bien separadas. En diez minutos se ha corrido como una perra, como lo que es, porque, cuando me la follé a cuatro patas muchos meses después, me reconoció que era lo mejor que le había pasado en la vida y que a ella sí le gustaba que se la follaran como si fuera una perra. Aquel día en el parque se descontroló mucho y tuve que pegarle un par de bofetadas «cariñosas» para que volviera en sí. Y, créeme, me lo agradeció. Como era una chica muy agradecida pasó a chuparme las tetillas, me relamió todo el pecho y la barriga, me comió la polla y los huevos y hasta se animó a meterme el dedo por el culo cuando yo empezaba a eyacular dentro de su boca.
Pero lo de follar la asustaba. Me trabajé ese coño durante varios meses hasta que acabó entrando perfectamente el dedo corazón. Siempre sangraba un poco, hasta el día en que la forcé bien, con dos dedos, en el portal de su casa, y aquello parecía el dia de la matanza, ella una gorrina y yo un paleto con boina y cuchillo en mano después de ejecutar un sacrificio divino. Aún así costó meterle el rabo y mira que yo la animaba y le decía: «venga mujer, no desandemos el camino recorrido que eso si no se usa se cierra otra vez». Hasta que la tuve debajo de mí y opté por lo clásico, en plan misionero, suavito y sin pasarme. No fue fácil, pero una vez que la tuve dentro empecé a golpear fuerte, pelvis contra pelvis para distender aquello y que se diera de sí. «Levanta las piernas putita mía» y eché todo mi cuerpo sobre ella de tal manera que mi cara quedó a cincuenta centímetros de la suya. Como disfruté viendo sus gestos de dolor y placer y notando que, por fin, vencía toda resistencia. Me corrí salvajemente luchando con todas mis fuerzas contra sus piernas, con las que ella hacía cada vez más fuerza contra mi pecho para apartarme. ¡Joder, qué pelea, y mira que la tía era joven y fuerte!
Salimos de su casa y echamos a andar con un frío que pela. De pronto se detuvo, se echó las manos a la barriga y se dobló hasta ponerse casi en cuclillas. «La hostia, me duele todo por dentro». Me compadecí un poco por ella, pero me sentí más feliz y más grande que un niño con zapatos nuevos. No tanto como cuando me dijo algo de lo que todavía me acuerdo muchas veces: «Joder, ahora entiendo por qué la gente está tan obsesionada con follar». Ay mi niña de Dios, perra cabrona, qué maja eres.