En la planta superior, alumnos de bachillerato escuchan a un conferenciante hablar de la necesidad de ponerse en el lugar del otro, y recordar a una pensadora tan radical como Simone Weil. Y sin embargo, esos presupuestos no son incomplatibles con las dulzuras de la vida que experimentó el gran fotógrafo francés Jacques Henri Lartigue (1894-1986). Tal vez a su pesar, se ha convertido con el tiempo es una de las referencias visuales del siglo XX, y no sólo por su arte para captar el movimiento (sus imágenes del deporte fueron hechas para perdurar, para lograr uno de los objetivos y misterios de la fotografía: detener el tiempo), sino por lo que a fin de cuentas hace grande a un fotógrafo: por su mirada. Niño frágil, protegido por sus progenitores, no tiene por qué pedir perdón Lartigue por la suerte que tuvo, por lo que vivió, por lo que disfrutó, por lo que sintió. Sus imágenes nos permiten asomarnos a la moda, la belleza, el aire libre, el paisaje humano de varias generaciones de europeos, y su transformación. Tras la primera exposición antológica, que el MoMA le dedicó en 1963, este fotógrafo salió del desconocimiento y pasó a formar parte de nuestro imaginario. En el CaixaForum de Lleida, sobre todo cuando al amanecer el río y sus puentes aparecen devorados por la niebla, es un placer sumergirse en ese legado y viajar con los ojos de Lartigue a su pasado, y también al nuestro, aunque sea imaginario, aunque no quede ni rastro, aunque no haya sido nuestra vida, sino la fascinante siempre vida de los otros.
Cuándo: Hasta el 9 de abril
Dónde: CaixaForum, Lérida