Las antiguas sopranos me fascinan en las grabaciones antiguas llenas de ruidos, aunque el ruido no es una condición de mi placer, porque también disfruto de las buenas grabaciones que existen de los añosttreinta, cuarenta o cincuenta, ya que no estoy hablando de sopranos muy antiguas, sopranos que son pura leyenda (y que a menudo, como todos los artistas de principios de siglo, decepcionan), sino más bien de sopranos de llamada «época dorada».
Kirsten Flagstad: Cuatro últimas canciones de Richard Strauss. Versión fascinante (original, realmente) de Flagstad y Furtwängler en una grabación llena de ruidos y raspaduras del vinilo original. Pura magia, y dejando aparte la de Schwarzkopf y Szell (o la primera de Schwarzkopf), quizá la mejor versión de esta obra. Testimonio de un estilo de canto que ya no existe, en el que podemos encontrar una intensidad y un fervor casi religiosos.
Elisabeth Grümmer cantando Agathe en El cazador furtivo de Weber, en la versión de Keilberth. Para algunos la soprano más grande de todas.
Ljuba Welistch, con su fascinante rostro de zíngara, su gran melena rizada y sus ojos oscuros, era la intérprete favorita de Strauss para su Salome. Si recodamos que en la obra de Wilde, como en la ópera, Salomé es en realidad una muchacha muy joven, apenas una adolescente, podremos disfrutar todavía más de la lancinante, aguda, aniñada, caprichosa, enloquecedora voz de Ljuba Welistch, que cantó tantas veces esta ópera que terminó por destrozarse la voz.
Hilde Güden cantando «Ich möcht’ wieder einmal» de El país de las sonrisas de Lehar. Uno de los más ricos, líricos, bellos timbres de soprano de la historia. Y esa fascinación de la opereta, ese aire decadente, mortuorio, falso, de copa de veneno y calavera de los teatros que tienen las arias de opereta oídas en las viejas grabaciones. Ljuba Welistch también tiene estremecedoras grabaciones de opereta, por ejemplo el «Viljalied» de La viuda alegre.
Inge Borkh cantando la escena del reconocimiento de Elektra en la versión de Bohm (o en la de Fritz Reiner). La fascinante potencia, la personalidad arrolladora, la locura, la desmesura hecha voz. La intensidad sobrehumana, la declaración de una fuerza que viene de más allá del mundo humano y que se manifesta en el mundo humano bajo la forma física de la voz de la mujer.
Maria Jeritza cantando «Gluck, das mir», la inolvidable aria de La ciudad muerta de Korngold. El encanto de esta grabación de principios de siglo es irresistible. Maria Jeritza, la soprano favorita de Richard Strauss, era bellísima, con un rostro ancho y carnal que ahora no se estila, cabello rubio, ojos demasiado claros y aire entre sensual e indefenso. Porque no cabe duda de que el encanto de las antiguas sopranos es también el encanto de su belleza.
Lisa della Casa cantando las Cuatro últimas canciones, con Bohm dirigiendo. Basta oír el principio de la primera, Primavera, para quedar atrapado en un mundo de colores cambiantes, de sensaciones alternativas de frío, de terror, de lluvia, de incienso, de animales matándose por conquistar una perla remota. Voz de sueño, apta para entrar en el mundo de los sueños.
Y Gundula Janowitz. Pongámosla cantando una rareza: Der Ring des Polykrates de Korngold. Música fascinante en una versión fascinante.
A Gundula Janowitz he tenido
A Gundula Janowitz he tenido el inmenso privilegio de escucharla en vivo, en Ariadna en Naxos. El milagro sonoro era de tal naturaleza que uno apenas podía escuchar la música, sólo podía fijarse en el asombroso timbre de su voz, un instrumento incomparablemente cálido y, ¿cómo decirlo, maternal, milagroso, hipnótico? Otras sopranos preclaras que he escuchado en directo han sido la gran Lucia Popp, en un recital cuya inolvidable propina fue la Canción a la luna de Russalka; Helen Donath, en una Missa Solemnis (cuando se inauguró el Auditorio), junto a la mezzo Mariana Lipovsek, en el podio estaba nada menos que Wolfgang Sawallisch. Entre las wagnerianas recientes que he escuchado en vivo me gustaría mencionar dos: Waltraud Meier, una fuerza de la naturaleza, y la gran Leonie Rysanek, que ofreció el sublime Primer Acto de la Walkiria en versión de concierto. Cómo sería la cosa que Ángel Fernando Mayo (para quien todo el Wagner actual era poco menos que una basura) escribió que aquel concierto estaba entre lo mejor que había escuchado en su vida.
Citas varias veces las Cuatro últimas canciones, muestra eximia de lo que es capaz un músico en el ápice de su genialidad. La reciente versión de Renée Fleming es incluso superior a la mitológica de Schwarzkopf.
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