
A mí me ha gustado lo último de Jabois: ‘La corrupción portátil’, un artículo publicado en El País que congela a Albert Rivera como a Han Solo. La cara que se le ha debido quedar al leerlo al líder de Ciudadanos yo la imagino idéntica a la del inseparable amigo de Chewbacca cuando se lo lleva Bobba Fett. No quiero decir que esté de acuerdo con el argumento. Ni tampoco que no. Jabois podría ensalzar la bondad natural de Aleister Crowley, «el hombre más malvado del universo», y a mí encantarme, incluso conseguir hacerme seguidor de la cultura thelémica con tal de poder decir que me ha gustado.
Yo a Jabois le tengo por un truhán que se apuesta en los semáforos y se gana la vida (y la admiración de los conductores) con unos malabarismos sencillos que ejecuta gracias a un talento » tan natural como la marca del polvo en las alas de una mariposa», que es lo que decía Hemingway del talento de Scott Fitzgerald.
Para mi lo mejor de Jabois son algunas frases del conjunto y el sabor que dejan al terminar de leer el texto completo. Como beber bourbon y después cerveza, o comer jamón y luego paladear un buen vino. Los hay que ven a Jabois de un modo más práctico. La derecha y la izquierda parecen disputarse su querencia cada día según la caída del artículo. Así aparece a veces, o casi siempre, el pobre Manuel (probe Manuel), como si le hubieran estado tirando de la ropa, de las mangas y del pelo de uno y otro lado no como a la Pantoja sino más bien como al niño Elián.
A Jabois le descubrí hace relativamente poco. Fue al primero al que seguí en Twitter cuando abrí mi cuenta hace unos pocos años. Había esperanza más allá de Gistau. Creo que ese fue el motivo. A Gistau lo leía yo en los inicios de La Razón cuando sentí esa simbiosis de la que hablaba aquel sabio del Gran Hermano. Gistau va cogiendo aspecto de que le llamen Papa los jóvenes columnistas como Jabois, o Hughes o Bustos.
Gistau en el Sloppy Joe’s contando anécdotas con sus parroquianos fieles haciendo de pretorianos silenciosos o el efecto de las risas siempre oportunas que aparecían en Benny Hill. Risas que yo mismo ejecutaba con los primeros gistaus (plagados de Simpsons y de Sopranos) y los primeros jaboises (aquí, en Frontera D), tan puros y sin pulir, tan salvajes como la Nastenka de Nabokov, para mí más preciada que su Lolita como más preciados son Los Duelistas que el Blade Runner de Ridley Scott.
Cosas curiosas esas asociaciones mentales. Como la mía al saber del terremoto de Amatrice. Lo primero que pensé, sin saber o sin querer saber aún de las muertes, fue que se habia destruido Borgo, el Rímini imaginado del Fellini de Amarcord, que significa recuerdo. O quizá fue precisamente por lo inevitable de las muertes, por el horror de las muertes que mis pensamientos se lanzaron al abrigo de la comedia.
Porque estos tipos de los periódicos de los que hablo son unos comediantes. Quizá por eso recurro a ellos. Lecturas frescas como peces recién sacados del mar y braseados o el buen vivir. El menos comediante, al menos en impresión, es Bustos. A Bustos lo conozco personalmente y muy escuetamente, apenas un apunte, como a Hughes. Yo siempre me acuerdo de aquella diferenciación que hacía mi madre entre Rubinstein y Weissenberg: al polaco lo tildaba de talentoso y al francés de esforzado, ambos brillantes.
Yo pensaba que Bustos era un Weissenberg pero en el ademán me pareció observar también la marca inconfundible del polvo, esa que en Hughes es dorada como el lomo de las truchas al contacto con el sol de las que hablaba Papa. Hughes pasa bajo el agua y siempre dan ganas de pescarle. En realidad de pescarles a todos que es lo que hacen muchos, cada uno en su ribera, yo mismo a menudo. Y eso que estos cuatro (hay, ha habido y habrá muchos más) no son los últimos que he descubierto. Igual habrán oído hablar de un tal Camba, que ya no está en los periódicos sino en los libros y que es el más joven de todos.