Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Frontera DigitalLas razones de la noche

Las razones de la noche


                               

Un callejón en Santa Cruz de La Palma

 

Para Laura, en su treinta cumpleaños.

 

La noche tiene razones que el día no entiende. Algo así parece que dijo Denis de Rougemont en El amor y Occidente, un ensayo hoy difícil de encontrar cuya tesis establece que la Literatura occidental ha cultivado el gusto por los infortunios amorosos y ha acabado fraguando un canon del amor traspasado por los relatos de tragedia, drama y muerte: si no hay amargura no hay narración. El amor feliz carece de historia.

Llevo varios días dándole vueltas a la frase de Denis. Demasiados quizás. Y pido consejo a algunos amigos fuera del horario laboral, encima. David me dice que lo de Rougemont se parece a la cita pascaliana: Le coeur a ses raisons que la raison ne connait pas. «Todo es imitatio, Antonio», me ilustra mi culto y pucelano amigo, mientras el sol oblicuo en la tarde septembrina de la isla quema nuestras cabezas cogitabundas. Laura, prolija lectora, pareja de David, galaica y filósofa, me analiza el axioma y me dice que, aun demasiado obvio, posee cariz poético, y que si ando nostálgico debo atreverme ya con Proust y, sobre todo, no abandonar más libros a la mitad. Otro amigo, Javier, el pensador de La Línea, entre Bolaño y la poeisis, me remite a la vida como ensoñación artística y enseguida se nos desparrama el domingo por el sudor de nuestras cañas y la ardentía de concienciarse frente a la nada, y acabamos finalmente olvidándonos de Denis y de sus desdichadas razones de la noche.

Llevo varios días pensando en esto. Demasiados quizás. «Pensar es deambular de calle en calleja, de calleja en callejón, hasta dar en un callejón sin salida», alecciona el Juan de Mairena de Machado. O sea, que llevo varios días de calle en calleja con la cita de Rougemont, que me habla también de los callejones sin salida del amor, y todo para sacar en claro la triste proposición de que el amor imposible solo crea monstruos. Los monstruos de la razón de la noche. Denis cita a Tristán e Isolda. Y yo me acuerdo del Werther de Goethe, del Cyrano de Rostand y de todos los anónimos que se guardan en la literatura de nuestro corazón. La noche tiene razones que el día no entiende. Ah, amigo Denis, crápula de la oxitocina. Lo que da de sí una pequeña frase.

Lo más acertado para mí sería decir, más bien, que la noche tiene razones que el corazón no entiende. Laura arguye que así perdería su coraza y gracejo poéticos. Y es cierto. Pero decir que la noche tiene razones que el corazón no entiende resalta más la idea sobre lo complejo que es razonar en contra de un corazón ensangrentado de romanticismo, que se revela porque jamás entenderá de razones, y menos en la noche, propicia a la sangre y a la pasión. «El amor es esencialmente una voz del corazón», dirá Hildebrand. Ay.

Pero dejémosnos ya de desgracias. El amor necesita de una mano abierta para detenerle o para dejarle escapar sin obstáculos. Algo así parece que dijo Rilke. Quizás en esa libertad del amor estén las razones de la noche que el corazón no entiende. Quizás, quizás. Pero quién sabe. Mejor será dejarlo ya. Ahora el día declina, la noche cae sobre un atlántico embriagado y yo ensueño una isla sin tiempo. Sí, mejor así. La noche tiene razones que el día no entiende. Que yo no entiendo. Que nadie entenderá. Hasta que Alejandra Pizarnik aparece en el velo de la madrugada y nos redime con su halo de sereno dolor: «Poco sé de la noche / pero la noche parece saber de mí, / y más aún, me asiste como si me quisiera, /me cubre la conciencia con sus estrellas».

Más del autor