Siempre hay excusas para comprar libros. Al menos, yo siempre las tengo. Todos los días. Pero en Sant Jordi aún tengo más. 23 de abril, el día del libro, Laura. Ahí lo tienes, ni siquiera tienes que inventarte la excusa de “lo necesito para” o “me vendrá bien porque”. Es como cuando uno se salta la dieta y decide darse el atracón, así, sin más. Porque en Sant Jordi me compro los libros que me apetecen por el simple hecho de que me apetecen. También regalo libros sin motivo, solo porque me apetece. Y me gusta hacerlo.
Leer para entender
Siempre hay excusas para comprar libros. Al menos, yo siempre las tengo. Todos los días. Pero en Sant Jordi aún tengo más. 23 de abril, el día del libro, Laura. Ahí lo tienes, ni siquiera tienes que inventarte la excusa de “lo necesito para” o “me vendrá bien porque”. Es como cuando uno se salta la dieta y decide darse el atracón, así, sin más. Porque en Sant Jordi me compro los libros que me apetecen por el simple hecho de que me apetecen. También regalo libros sin motivo, solo porque me apetece. Y me gusta hacerlo.
Se supone que Sant Jordi es, entre otras muchas cosas –que nadie se me enfade– la versión catalana de San Valentín. Uno de los argumentos que suelo esgrimir en contra de la cursilada de San Valentín es que San Jordi es más auténtico, más nuestro. Lo sea o no, la verdad es que a mi me gusta que, aunque sea por un día, Barcelona se vista de rosas y de libros.
De niños, en el colegio nos hacían dibujar dragones. También retratábamos a ese caballero empuñando la espada. Esa sangre roja y brillante de la que brotaba una rosa, la que le regalaba a una princesa que siempre era rubia y bonita. Claro, la princesa, a cambio de la rosa, le ofrecía un libro. Ésa, la leyenda de Sant Jordi, es la primera historia de amor que soy consciente de recordar. Antes de aprenderme las historias de amor de Disney, antes de saber que la carroza de la Cenicienta se convertía en calabaza, aprendí que un libro no era un regalo cualquiera. Era una manera de dar gracias. En mi imaginario infantil, una princesa le regalaba un libro a un caballero porque le había salvado la vida.
Así que durante años, diría que durante toda mi infancia, quise ser mayor para tener novio, comprarle un libro y dedicárselo. Aquello de dedicar libros y firmarlos –yo aún no tenía firma– me parecía el pasaporte definitivo hacia la madurez. Luego tuve algún novio, claro. Y compré Bolaños, Ribeyros. A mi querida Ann Beattie. Porque en Sant Jordi no se puede regalar un libro cualquiera. Como tampoco uno puede regalarse a sí mismo un libro cualquiera. Por eso este año me he comprado todos relatos de Lorrie Moore. Presa de la emoción he empezado a hojear Pájaros de América y he encontrado al azar esta frase: “Tenía forma de ele, como una vida que girara para ser algo más”. Entonces he pensado justo en eso, que los libros nos permiten que la vida gire y se convierta en algo más.
Así que eso. Hoy, ya que es 23 de abril, regalemos libros, que es una manera de regalar una historia. De contarnos otra vida, la que podría ser nuestra. Quien quiera, pueda, y esté hoy en Madrid, debería acercarse en la Plaza del Matadero de 21 a 23 horas. Ahí, María Fernanda Ampuero, cronista, periodista y tantas cosas más que no caben en este post, dirigirá una ceremonia preciosa: “La noche de los libros de FronteraD”, en la que se leerán en voz alta fragmentos del libro Caminar de Henry David Thoreau. ¿Que por qué? Porque leer es una manera de entender el mundo. Y qué mejor que hacerlo el día del libro. Pues eso: que feliz día de Sant Jordi y feliz día del libro a todos.