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Mientras tantoLes pedimos que sean héroes, y solo quieren ser niños

Les pedimos que sean héroes, y solo quieren ser niños

De los abrazos que no podríamos dar, los que ya nunca se llegaron a dar. De eso se hablaba mucho durante el confinamiento. Pero cuando se levantó el estado de alarma, los abrazos siguieron sin poder darse. La necesaria distancia de seguridad nos obliga dejar espacios sin llenar, a volvernos fríos, a sonreír con la mirada pero a no darnos besos. A saludar de lejos, a ser un poco menos latinos para ser un poco más nórdicos.

Y bueno, los adultos podemos llegar a acostumbrarnos. Pero ¿qué pasa con los niños? Se pueden acostumbrar al no contacto, ¿pero qué secuelas emocionales les dejará? Amigas, mamás de niños y niñas (pequeños y preadolescentes), me cuentan preocupadas que sus hijos e hijas se sienten solos o tristes porque han dejado de tener amistades, porque han dejado de relacionarse con sus iguales.

Porque los adultos hemos decidido meterlos en una burbuja y volver a aplicar el “Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca”. Tanta disciplina positiva y ‘montezoriamiento’ para regresar a la coacción, a la educación del miedo.

¿Pero cómo lo hacemos? Si es que las primeras que tenemos miedo somos nosotras, las madres. Queremos por encima de todo a nuestros hijos e hijas y no queremos que se contagien, que sufran, que se mueran. Nos agarramos al “mejor que pierdan amigos, o que pierdan un año, o dos… a que pierdan la vida”. ¿Pero nos paramos a pensar en las consecuencias afectivas de estas limitaciones? ¿En las secuelas del miedo que les estamos inculcando?

Dos amigas con hijos de dos años y bisabuelas me contaban, una que no había permitido que su hija viera a la bisabuela por temor a que pudiera contagiarla del virus o de algo y matarla siendo tan mayor. La otra, que era incapaz de impedir a su hijo que abrazara a sus bisabuelos. “¿Tú crees que los voy a privar de sus besos y abrazos? Todos estos recuerdos, el ver la ilusión de mi hijo con ellos, todo eso le quedará”, me decía.

¿Y cual de las dos opciones es la correcta? Quizás deberíamos de juzgar menos y de escuchar más al corazón. No escribo este artículo para polemizar; al contrario, yo soy la primera con miedo e incertidumbre, con dudas. Creo que la pandemia nos está obligando a escucharnos para cada cual decidir lo que considera que debe hacer. Y lo que decida, está bien hecho, porque nadie tiene la solución ni hay una respuesta correcta y otras incorrectas. Necesitamos juzgar menos y empatizar más. Seguir adelante, cada uno como pueda pero ofreciendo apoyo. Y si no puede ser con abrazos pues que sea con audios de whatsapp, pero necesitamos hacer tribu (una vez más) para no sentirnos solas detrás de las mascarillas.

Y por encima de todo debemos escucharlos a ellos y a ellas, a nuestros pequeños maestros y maestras, nuestros niños y niñas. Porque nos estamos jugando su salud física, pero también su salud mental. Porque les estamos pidiendo que sean superhéroes cuando solo desean ser niños y niñas.

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