Dicen que los treinta son los nuevos veinte. También dicen que a los treinta empiezas a cumplir los sueños que te has propuesto desde los veinte. Así que recordádmelo mucho en el día de hoy. Porque a mí nunca me contaron esto: que cumplir años a veces da vértigo: cada vez hay más velas en el pastel y cada vez más apretujadas todas.
Llegaron los treinta
Dicen que los treinta son los nuevos veinte. También dicen que a los treinta empiezas a cumplir los sueños que te has propuesto desde los veinte. Así que recordádmelo mucho en el día de hoy. Porque a mí nunca me contaron esto: que cumplir años a veces da vértigo: cada vez hay más velas en el pastel y cada vez más apretujadas todas.
Por un día, hoy no voy a hablar de libros. Quiero hablar de todas las cosas que empiezo sabiendo en esta nueva década. Y voy a empezar por nombrar todos los deseos que ya no pediré. Porque los treinta, si bien no nos acercan aún del todo a quién somos, sí nos dan –creo– una imagen de lo que no somos y de lo que ya no queremos ser. Andrés Calamaro lo decía: “No sé lo que quiero, pero sé lo que no quiero”. Pues eso.
Así que estos treinta me voy a dar un respiro y voy a empezar con un poco de honestidad al fin. Me voy a dejar de aspiraciones de ser editora, escritora, blogger, crítica literaria, doctora, ‘it girl’, todo a la vez y sin pausa. Voy a dejar de prometerme que leeré Guerra y paz, y aviso: me alejaré para siempre del horizonte del país de “ser más ordenada y organizada”. Tampoco voy a ver la filmografía entera de Ingmar Bergman ni voy a fingir que me haya interesado nunca por él. Por otro lado, sé que en estos treinta no voy a aprender –¡de una vez por todas!– a bailar. Soy feliz desde mi maravillosa arritmia y sin atreverme con la bachata. Tampoco voy a intentar ser más alternativa y dármelas de hipster, ni me pondré chupas de cuero para cumplir ese sueño secreto de ser canalla y que luego me digan, ‘¿qué vas, de mala?’. Nada de eso. También sé que voy a seguir dejando para mañana lo que pueda hacer hoy, que me voy a seguir olvidando las planchas del pelo en el suelo del baño y que más de uno y de una se tropezarán con el cable. Todas estas cosas también soy yo. Y sí: continuaré tirándome de la moto, como si supiera, cuando en realidad, pocas veces sé. Pero así es la vida, ¿no? Hay que lanzarse. Y por último: voy a dejar de tragarme ese cuento de la media naranja: voy a acordarme de lo que decía John Lennon: “Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacimos enteros, que nadie en nuestra vida merece cargar en las espaldas la responsabilidad de completar lo que nos falta”. Perdonadme este arranque de consejo de autoayuda, pero creo que con los treinta, con los veinte incluso, nos deberían repetir esto mismo: que ya estamos enteros. Que no nos falta nada ni nadie para completarnos.
En resumidas cuentas: no sé que haré pero sí sé lo que no voy a hacer. Y eso me parece una buena manera de empezar.
En segundo lugar, quiero hacer otra cosa: sacar a colación una cita de Marguerite Duras que me persigue desde hace días. Dice así: “Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde”. Que nadie se asuste. Es todo lo contrario a un pensamiento pesimista –que no os creáis, los tengo por aquí también–. Pero Duras tiene mucha razón: en la vida, a veces no nos damos cuenta de lo demasiado-tarde que se nos hace para algunas cosas. Un cumpleaños es una buena ocasión para organizar los cajones mentales y para detectar esos retrasos, para ver en qué se nos está haciendo tarde a cada uno. Por eso, ayer, mientras me planteaba hacerme el harakiri por no haber logrado ni un 5 % de las cosas que pensé que tendría con treinta años –a eso se le llama autoengaño, Hollywood e imaginación– pensé que llegaba tarde a algo aún más importante que todo eso: a dar las gracias.
Así que este es un post para dos cosas: para decir lo que ya no voy a intentar ser, pero sobre todo, para dar las gracias. A todos los que me leéis, los que me aguantáis, los que me hacéis reír, incluso para los que me hacéis llorar. Familia, amigos, los que pasáis casualmente por aquí. Empiezo los treinta pensando esto: que a veces se nos hace tarde para las cosas más importantes. De niños nos lo dicen continuamente: “Dale las gracias, Laura”. De mayores nos olvidamos. Y no deberíamos hacerlo. Así que lo dicho: gracias.