Cuando hace unos años se instaló en España la discusión sobre si el príncipe Felipe debía o casarse con una plebeya, yo dije claramente que no debía, que si su posición se basaba -como de hecho se basa- en una inexplicable calidad en su información genética, su cuna y su sangre que hace que el resto de la sociedad aceptemos que él esté destinado a ser Rey, que pueda llamarnos a los demás súbditos, que vaya a ostentar el cargo jefe del estado y al mismo tiempo el capitán general de todos los ejércitos… si su estatus y sus privilegios son suyos basándonos en unas tradiciones anacrónicas y absurdas, él habría de ser consecuente con ellas y desposarse con otra mujer de sangre real exista amor o no, porque si jugamos a ese juego lo hacemos con todas las consecuencias, no sólo para lo que conviene y para lo que no, no.
Algo parecido ocurre con el Alcalde de Valladolid. A mi los títulos me tocan un poco los pies, pero es cierto que aquella persona que se convierte en personalidad y representa a un conjunto, debe ser tratada con respeto al cargo que ocupa. El hecho de alcanzar el puesto de alcalde -mediante sufragio, claro, en este caso si se le vota- otorga al jefe del consistorio el título de Excelentísimo, superlativo de excelente, que según la RAE es el “Tratamiento de respeto y cortesía que se da a algunas personas por su dignidad o empleo” Los ministros -y las ministras- también cuentan con ese trato según el protocolo, pero ¿hay que continuar respetando la dignidad de aquel que no respeta la de los demás? Habrá quien diga que si y sin duda puedo entender sus argumentos, pero yo digo que no es así. Un representante público que diga de una ministra la sarta de sandeces machistas que el alcalde de Valladolid le dispensó a Leire Pajín, debería ser expulsado de inmediato de su cargo porque es un servidor público que debe dar ejemplo con su comportamiento. Digo expulsado, porque dejar que dimita es darle la salida honorable del que reconoce su error y acepta las consecuencias, en casos como este habría que echarte con la cara roja y poner cámaras de televisión en la puerta del ayuntamiento para ver cómo sale cargando sus cosas en una caja de cartón.
Sé que nada de eso pasará.
Me siento un poco como el típico loco de greñas sucias y despeinadas, barba larga y ropa andrajosa que grita a los transeúntes que el fin se acerca, pero de verdad estoy muy preocupado por el auge que la ultra derecha está teniendo en España. Cuando el alcalde de Valladolid dice “los morritos de la Leire Pajín” está mostrando un insoportable desprecio, no hacia la ministra, sino hacia la mujer trabajadora en general. Es la típica frase que le pegaría a Berlusconi, el mismo tipo que le dice a las jóvenes italianas delante de los micrófonos, y sin cortarse un pelo, que para enfrentar la crisis simplemente deben de encontrar a un hombre rico que las mantenga. En este saco de actitudes intransigentes y alucinantes tenemos perlas como aquella de Aznar al decir que el hecho de que un negro -Obama- sea presidente de los Estados Unidos es sólo una “excentricidad histórica”, o a Rajoy afirmando que, según su primo, el cambio climático es una invención de los progres. Mayor Oreja dijo que el aborto era peor que el abuso sexual a menores, y el Partido Popular salió a la calle para evitar que dos personas del mismo sexo se pudieran casar… El PP gobernará España dentro de año y medio, y en ese partido encontramos demasiado a menudo guiños preocupantes a las ideas más radicales de la derecha más reaccionaria. Es cierto que hay de todo y que podemos encontrar personas más templadas, pero el ala más radical es cada vez más visible.
Lo que me duele es ver que no hemos aprendido nada, que los mismos comportamientos que hicieron de Europa un infierno hace dos días se quitan el polvo y vuelven a ponerse en pie sin que nadie parezca querer verlo. La discusión ideológica es positiva y necesaria, pero ¿qué discusión cabe cuando el otro dice que “La Leire Pajín” va a repartir condones a diestro y siniestro por donde quiera que vaya dando a entender que los condones son algo maligno? ¿Qué hay de bueno en volver atrás en el tiempo y desandar lo que ya se ha andado? Entre unos y otros se están cargando la ilusión del pueblo por la democracia. Nuestros políticos no nos gustan. No nos representan.