Caminando tres jornadas hacia levante se encuentra la primera ciudad.
Es conocida en la región por ser un lugar exacto. La población es siempre de cuatro mil dos y se dice que si el número cambia la ciudad desaparece y sus habitantes quedan desorientados para olvidar su origen.
Cuando llegué allí quise saber si había ocurrido esto alguna vez en el pasado. Solo dos veces, hace muchísimos años, ninguno de los vivos estaba.
Pregunto después cómo logran mantener siempre el mismo número de habitantes. Es un conocimiento que hemos aprendido y no sabemos explicar, aunque algunos dicen que es como la vida, una forma de línea, el camino que crean las hormigas al salir de casa con el objetivo de volver.
Creo entender.
Decido ir al centro del lugar para averiguar un último punto, quiero saber cuándo se estableció el número y por qué cuatro mil dos. Hay una mujer que me mira, dice saber qué pienso y estar a punto de responder a mi duda. Nos sentamos frente al reloj en hora y la torre de color blanco.
Se estableció el número de mil ochocientos ochenta y dos porque aquel año uno de nuestros habitantes contó y se dio cuenta de que éramos mil ochocientos ochenta y dos en el año mil ochocientos ochenta y dos. Deberíamos mantener la cifra y hoy continuamos.
Algo asustado y preocupado dudo.
No sé si decirle.
Le digo a la mujer que, por lo que sé y por lo que sabemos, el número de la ciudad es otro y es superior en cantidad.
Le digo que es lo que se dice fuera del lugar, donde no rige esta coincidencia inicial.
Eso no es posible.
Eso no es posible porque somos un lugar de exactitud.
Y sin embargo, salí de la primera ciudad con la idea de volver en un futuro.