
Un lugar lleno de piscinas porque lo importante se dice bajo el agua y lo otro fuera. La ciudad está en la costa, dos plazas con forma de piscina dan la cara al mar y las innumerables piscinas con forma de plaza de toros están de espaldas. Es extraño y es el modo del lugar.
Pregunto por los motivos de esta disposición. Consideran que es parte de lo importante y vamos juntos a una de ellas. Dentro, bañadores, responden, observo los labios decir y supongo, observo los gestos y supongo. Fuera, al descubierto y con los bañadores mojados, hablamos de otras cosas y está a punto de anochecer por el oeste.
Camino hasta el mar y me doy cuenta de algo. Si el jardín es un control del campo, la piscina no es el control del mar u océano. Es diferente. Concluyo con la idea de las olas, movimiento siempre. El viaje. Recuerdo haber abierto los ojos bajo el agua de la piscina por necesidad, el pelo suspendido de ellos, las manos blancas, sus pies sin tocar el suelo y alejados, la luz entraba en líneas.
Dudo.
Aunque tengo claro que solo podré huir del lugar a través del agua inmensa, porque empiezo a creer y recordar que la piscina de esta ciudad (a tres jornadas desde el interior de levante) no tenía ni tiene un fondo de azulejos color azul y cuadrados.
E imagino que será algo común y extendido, esta realidad, no poder hacer pie. En ninguna de las piscinas es posible.
Temo.
Esperaré a que llegue la noche para irme con tranquilidad y dormir.