«Este galardón va dirigido a los vecinos de los pueblos de Alumbres, La Unión, Portmán, de los barrios obreros cartageneros de Santa Lucía y Quitapellejos, porque sus voces y sus historias hicieron posible esta película. Voces a las que a veces no se les presta mucha atención. Y también va para los hombres y mujeres de empresas en crisis en Cartagena en aquel año, como la fundición Santa Lucía o el astillero Bazán, porque su lucha y su resistencia ante la justicia son un ejemplo y lo van a seguir siendo para las generaciones futuras». Con este cariñoso recuerdo dedicaba el premio Feroz el director de cine Luis López Carrasco (Murcia, 1981), visiblemente emocionado, a Cartagena. Hasta el momento de alcanzar el premio Feroz al Mejor Documental de la mano de los periodistas y críticos de cine, la obra ha estado cosechando numerosos galardones internacionales desde los festivales de cine de París Jonju, Tesalónica y Toulouse… a nacionales como el Forqué o el Gran Premio del Jurado del Festival de Cine Europeo de Sevilla. Además, esta noche competirá por un Goya en la categoría de Mejor Película Documental y Mejor Montaje.
Pero, ¿quién es Luis López Carrasco? Haré un poco de historia. Luis López Carrasco se estrenó como director en solitario, en 2013, con la obra El futuro. Por aquella época ya tuve la oportunidad de hablar con él al ser seleccionado por el festival de Locarno: «Puede ser la puerta que me aproxime a mi mayor sueño, hacer producciones modestas pero en las que cada miembro del equipo cobre por su trabajo».
Luis López Carrasco llegó a Madrid, a la Universidad, con dieciocho años. Lo dejó pronto, «quería trabajar en cine lo antes posible. Lo hice como ayudante de dirección, de producción, director de casting… Trabajaba tanto que no tenía tiempo de formarme, ni siquiera de pensar. Pasé las pruebas de dirección cinematográfica de la ECAM«. Fue uno de los seis alumnos que se diploman en dirección cada año. Algo desencantado, decidió alejarse del cine: «Marché a Barcelona. Encadené varios trabajos basura y quise ser escritor». Volvió a Madrid. «Como el cine de ficción me parecía muy previsible y trabajar en publicidad y televisión me dejaba triturado física y mentalmente, tomé la vía del cine experimental, el cine-ensayo y el documental de creación».
Con dos compañeros de la ECAM, Javier Fernández y Natalia Marín, montaron el colectivo Los Hijos, cine autoproducido y autofinanciado, entre videoarte y cine doméstico. Mientras, trabajaba en Filmoteca Española y como redactor y realizador para el Instituto de Comercio Exterior o el Museo Reina Sofía. «Nuestra primera película, Los materiales, ganó dos premios muy prestigiosos y fue proyectada y seleccionada en centros de arte y festivales de todo el mundo. Liberé mi fobia al cine haciendo vídeos musicales para amigos. Uno de ellos leyó el dossier de una película que quería realizar sobre la joven sociedad española que conoce la llegada a la democracia y se deja llevar por un espíritu celebratorio. Ambientada en 1982, se llamaría El Futuro. Había desistido de financiarla cuando mi amigo, el cineasta Ion de Sosa, me propone poner él su dinero y su cámara de 16 mm. Una película independiente y underground, rodada en dos días, lúdica y festiva, rara y triste había sido seleccionada para el festival de Lorcano». Además, la editorial murciana Gollarín publicaría su primer libro de relatos, Europa. Estaba siendo un buen año, «pero gracias al trabajo desinteresado de muchos que han creído en mí…», me explicaba.
Comienza a pergeñar su próximo trabajo. En 1992 suceden en España dos eventos fundamentales: los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, vinculada a la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América. Diez años después de la subida al poder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Felipe González, España aparece ante la comunidad internacional como un país efervescente y moderno. Sin embargo, en Cartagena, los disturbios y protestas por el cierre de fábricas y el desmantelamiento industrial adquieren una violencia creciente hasta acabar con el incendio del parlamento regional con cócteles molotov. Estos hechos, muy poco recordados, llegaron a López Carrasco como un recuerdo después de plantearse volver a tratar la transición española, algo que ya había tocado en su primer largometraje en solitario El Futuro (2013). «Aunque (en El Futuro) miraba a la transición de una manera poco indulgente e intentaba desmitificar un poco la idea de años 80 como celebración (…), consideré que tenía que volver a esa época desde un lugar radicalmente opuesto y entonces empecé a mirar la reconversión industrial porque me parecía algo poco tratado».
A López Carrasco le interesa en su trabajo divulgar, sacar a la luz datos poco conocidos o enterrados de la historia reciente de España. Crear imágenes nunca vistas. O reformular imágenes ya vistas, pero que ahora podemos analizar de otra manera. Tuve la oportunidad de hablar con él cuando se encontraba en los inicios del rodaje de El año del descubrimiento. Fue un trabajo laborioso, muchas llamadas eran de camino viajando a Cartagena. En su búsqueda, para empezar, encontraba en su memoria imágenes de televisión en las que salía el parlamento autonómico de Murcia ardiendo. Cuando preguntaba entre su entorno, nadie lo recordaba, algo que fue motivo suficiente para llevar a cabo esta película. En un principio, se quedaba en casa de sus tíos, que vivían en las afueras de la ciudad portuaria, pero él quería habitar la ciudad, pasearla, redescubrirla a través de esos escenarios, así que cambió su domicilio por otro más urbano y comenzó a empaparse, de primera mano, de testimonios de amigos, familiares incluso de aquellos que vivieron de cerca aquella crisis industrial. Desde 1988 Luis no había vuelto. Sus recuerdos eran felices, pero para muchos aquella época había sido la más terrible de su vida por el cierre de las principales industrias de la zona causada por los efectos de la crisis industrial, que desembocaría en la quema de la Asamblea Regional.
El año del descubrimiento se ha convertido, con razón, en un fenómeno en premios y festivales de todo el mundo. López Carrasco confiaba en que la cinta encontraría su público, aunque por esta terrible pandemia, que a todos nos ha trastocado y vuelto del revés nuestras vidas, no sabía cuándo. Era complicada su distribución en festivales así como su estreno comercial. La sorpresa agradable ha sido la llegada de tanto reconocimiento en premios internacionales y nacionales como los Forqué, los Goya o Feroz. No sólo el mundo del cine ha descubierto a un cineasta que ha demostrado que se pueden hacer trabajos interesantes a través del documental, sino a un director que promete glorias al cine español. A muchos, en su tierra natal, no nos era ajeno su trabajo y su evolución. Hemos tenido la oportunidad de conocer cada proyecto y cada reconocimiento desde sus inicios. En cada entrevista, López Carrasco te deja detalles que también dan a conocer a la persona que hay tras el director. Que le gusta, «apagar el móvil y deambular, y acabar en una calle de tu ciudad por la que nunca antes habías pasado» y que cuando pasea por Murcia, lamenta profundamente, «descubrir que han demolido otro edificio histórico». Cuando tiene algo de tiempo libre, nada le gusta más que sentarse a leer un libro del tirón, incluso «ir a una librería de grandes almacenes, coger cuatro libros y leerme en un rincón las primeras cuarenta páginas de cada uno». Los desayunos de los sábados con su pareja, «desayunos tardíos, con periódico, tostadas y café infinito». Beber un vino en un bar de viejo, «observar cada rostro, escuchar cada conversación». Tener un día libre para escribir, «desaparecer en la página en blanco».
Pero tiene muy claro que el cine documental y de denuncia social es su seña de identidad. A la hora de trabajar suele huir de rodajes estándar de cine profesional, «son como una obra, y tú eres el capataz». En la época de El futuro ya me destacaba que procuraba evitar en los rodajes a personas que no se tomaran en serio su trabajo. Y cuando le pregunté qué cosas no le gustaban no dudó sus respuestas: «Que las terribles condiciones de trabajo sean consideradas una bendición, “porque al menos tienes trabajo”. No poder hacer planes de vida a medio plazo, pues el país ha saltado por los aires y no se sabe dónde van a caer los pedazos. Verme obligado a seguir el camino de buena parte de mi generación: abandonar España o volver a casa de mis padres así como contemplar a familiares y amigos que han trabajado duro toda su vida y que ahora se arriesgan a tener una vejez miserable».