
Hace menos de una semana terminó el Campeonato del Mundo de Ajedrez donde Magnus Carlsen revalidó por tercera vez consecutiva el Titulo de Campeón Mundial e internet está lleno de artículos, fotos y opiniones de lo que ocurrió en esos 15 días. Tengo grabada en la mente una foto de la Plaza Roja de Moscú llena de gente con una pantalla gigante retransmitiendo las partidas rápidas que estaban decidiendo el encuentro. En Rusia el ajedrez se vive con muchísima intensidad. También vi en esos días un cartel gigante que cubría el edificio donde se estaba celebrando el campeonato y la cantidad de gente que pagó para estar presente en cada una de las partidas. En España, varios de los principales periódicos de tirada nacional llegaron a retransmitir el encuentro en vivo desde sus páginas web y dedicaron durante muchos días una página entera para hablar de ajedrez.
En mi opinión, pese a la cantidad de empates que hubo –nueve en total-, ha sido el más interesante de los que ha disputado Magnus Carlsen y la razón está en la lucha psicológica, en el choque de visiones, en como un jugador como Sergey Karjakin, criado en la escuela soviética, frio, duro -mucho más duro de lo que se imaginaba Carlsen-, puso contra las cuerdas al genio noruego.
Carlsen estaba acostumbrado a ganar partidas agotando a sus rivales, que fuera su precisión milimétrica y el paso de las horas lo que hiciera que el rival se equivocara, por el otro lado Karjakin tiene la misma edad que Magnus así que no era tan fácil agotarle físicamente como a Anand años atrás, además se ha había entrenado a conciencia para aguantar largas partidas sin cometer un solo error. Así fue, y esa igualdad durante tantas partidas empezó a afectar psicológicamente a Magnus, tanto así que, según iban pasando los días pudimos ver cómo en su rostro aparecían ciertos atisbos de enfado más si tenemos en cuenta que en un par de partidas tuvo ventaja pero el ruso logró encontrar jugadas únicas que forzaban el empate. Magnus empezó a cometer fallos minúsculos, pequeñas imprecisiones, el enfado, las emociones empezaban a pasarle factura a su juego, seguía jugando de forma extraordinaria, casi letal, pero dejaba escapar ciertas jugadas que, en condiciones normales no hubiera perdonado.
Karjakin intentaba desestabilizar psicológicamente a Magnus, más aún cuando en la octava partida el ruso se puso por delante en el marcador cuando Carlsen quiso arriesgar demasiado y terminó perdiendo. La siguiente partida fue otra vez empate y solo quedaban cuatro. Carlsen logró recuperar su estabilidad mental para igualar el marcador a falta de dos partidas, estas últimas volvieron a ser tablas. El Campeonato del Mundo se iba a decidir con cuatro partidas rápidas de 25 minutos por jugador.
Nuevo empate en la primera partida y en la segunda -para mí la más increíble del encuentro-, Karjakin estuvo todo el tiempo tras las cuerdas, casi en una posición perdida, con 30 segundos en reloj para analizar una posición complejísima pero su frialdad y buena preparación le hizo encontrar la única jugada que le permitía lograr el empate: 51…h5!!. Con esta increíble jugada mis alumnos recordarán lo que siempre les digo. ¡Luchad hasta el final!. Así lo comentamos al día siguiente en clase.
En las dos últimas partidas Carlsen jugó de forma magnífica y no dio opción al ruso. Ganó la 3ª y 4ª partida y nos dejó una jugada para la historia, la última: 50. Dh6!!. Tras esta jugada Sergey Karjakin abandonó y Magnus Carslen celebró su cumpleaños con el mejor de los regalos. Ser el mejor dos años más.
Mikel Menchero Pérez
Monitor Nacional de Ajedrez