Se declaró la falsa paz de Franco en 1939 (falsa porque durante los tres lustros posteriores se siguió fusilando; el dictador quería exterminar a las personas del bando enemigo suyo en la contienda) y la poesía, a pesar de todo, se sobrepuso a las circunstancias. Tras los volúmenes antológicos conmemorativos en el bando fascista (los del otro bando, lógicamente, no se pudieron publicar en España; o se habían publicado en la guerra), la producción poética se decantó, de un modo general, en dos corrientes: el garcilasismo y el tremendismo, sostenidos, principalmente, por dos revistas, la madrileña Garcilaso y la leonesa Espadaña. La primera corriente era, digamos, la oficial, proponiendo una producción de poesía serena y con anhelos laudatorios al régimen. Espadaña cumplió un papel diferenciador con esa pretendida poesía oficial, dejando entrar con discreción lo que luego sería el estallido de la poesía social, que renegó de tantas cosas. No se prohibió seguramente porque en la tríada de regidores de la revista, dos de ellos izquierdistas: Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, había un cura: Antonio González de Lama. Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de los ismos, define bien la poética de Espadaña, el llamado tremendismo, afirmando que constituye “una tendencia literaria fundada en la exageración de los aspectos dinámicos de la vida y en la acumulación de acaeceres trágicos.” Los respectivos primeros números de ambas revistas están datados en 1943, Garcilaso, y 1944, Espadaña.
Pero hubo poetas que comenzaron a escribir en los inicios del período de la poesía española durante el franquismo, dentro del propio país y no en el exilio, que no se sometieron a ninguna de estas dos tendencias, sino a una especie de actualización romántica, muy ostensible en la dicción y en el hálito respiratorio. Un ejemplo sobresaliente fue el libro Hijos de la ira, del poeta de la Generación del 27 Dámaso Alonso. Un caso similar lo tenemos en el poeta cordobés Manuel Álvarez Ortega, nacido en la capital cordobesa el 4 de marzo de 1923. Publicó su primer libro, La huella de las cosas, en 1948, donde, sin embargo, hay poemas de fecha tan temprana como 1941. Así, Álvarez Ortega, como subraya Marina Bianchi, se mantuvo “al margen de cualquier postura, corriente o moda literaria de la España de su época.” El neorromanticismo aludido no fue una moda, como sí el realismo posterior y, sobre todo, la poesía social, de dudosa estética. Su poesía, certeramente apunta Giulianna Calabrese, “debe ser comprendida como un conjunto orgánico, entrelazado y unitario que evoluciona y se moldea de manera diacrónica a través de trenzados que conectan sus coordenadas estéticas y expresivas particulares en un continuo.”
El primer poema de la antología Despedida en el tiempo (1941-2001), “Huída”, de La huella de las cosas, es una concatenación de imágenes, temporales, como exige la palabra, pero también espaciales, donde las secuencias de los versos se suceden como en un palpitante lienzo romántico, discurriendo el poema por un verso muy libre; ese verso, no rimado ni ritmado, que, como ejemplificaba Gerardo Diego, transcurre al igual que un tren sin tener debajo ninguna vía, mas sin descarrilar: “El llano se estremece bajo el peso indolente de las horas / y entre sus flores marchitas se desenreda una tristeza. / Los naranjos, el jazmín, los ricinos, las dalias junto al pozo, / parece que nunca existieron, son como un delgado hilo de niebla / que se dilata por los incoloros días del octubre sombrío.”
La poética de Manuel Álvarez Ortega (en más de una ocasión firmaba sus libros sólo con sus dos apellidos) fluye globalmente en esa línea a lo largo de todas sus numerosas entregas, bien en versos más ceñidos o en versos más amplios (cultivó asimismo el poema en prosa). La obra poética de nuestro autor despunta en la elegía. Francisco Ruiz Soriano, que alaba el poema de Álvarez Ortega afirmando que es un monumento de belleza contra la muerte, aventura, en este sentido, que toda su poesía “se convierte así en una elegía donde asoman las inquietudes metafísicas.” Elegía capacitada para transformar el infortunio temático en suma belleza rítmica y verbal. Elegías álvarezorteguianas que muestran una asidua constante en su poesía: la corrosividad temporal alterando la vida al entrar en contacto con ella. Sus poemas de amor son frecuentes (en su poesía “el amor se alzaría avasallador”, apunta su antólogo Marco-Ricardo Barnatán), poemas de buen romántico, donde el amor se confabula con la muerte. Y con la noche: “Voy cruzando las calles, las plazas / solitarias, los jardines en la noche. / Voy llorando un tiempo roto y olvidado. / Rehaciendo tu amor, muerto entre tanta cosa vana.” No en vano el poeta proclama: “Amo mientras muero”.
La obra de Manuel Álvarez Ortega es custodiada por la Fundación de su mismo nombre, presidida por Juan Pastor, editor de la prestigiosa editorial Devenir, mayormente una editora de poesía, pero no solamente de poesía, siendo muy sustanciosa su colección ensayística. Tiene un consejo asesor cuyos miembros son importantes personalidades literarias, muy resonantes, como César Antonio Molina, Jaime Siles, Fanny Rubio, Antonio Colinas, Antonio Gamoneda, Marcos-Ricardo Barnatán, José María Balcells y algunos otros. Al cumplir el centenario del nacimiento de Manuel Álvarez Ortega en 2023, la Fundación organizó una serie de actos, con abundantes intervenciones, en cinco ciudades: Madrid, Córdoba, Bamberg, Bérgamo y París. El centenario rebasó su estricto periodo de vigencia, 2023, y se extendió al año precedente y al siguiente. La Fundación Manuel Álvarez Ortega tiene su sede en Córdoba, “siguiendo las indicaciones y voluntad de Álvarez Ortega, pero también en el mundo, conforme a su preclara intuición de la universalidad de su poesía.” Coincidiendo con este evento se editó un cumplido cuaderno informativo de la sucesión de las participaciones, así como unas útiles y oportunas bibliografía y cronología.
Por esta última sabemos que, a los veinte años, Manuel Álvarez Ortega ganó un premio de crítica cinematográfica, y que cinco años más tarde se licenció en Veterinaria. Con treinta y dos años vive por primera vez en Madrid, fijando definitivamente su residencia en la capital, después de diversas estancias provisorias, en 1970. En 1956, su obra dramática La travesía (Un sueño o no) queda finalista en el premio Lope de Vega, convocado por el ayuntamiento madrileño. Fue becado en dos ocasiones por la Fundación Juan March para realizar, y las elaboró en París, una antología de la poesía francesa contemporánea y otra de poesía simbolista francesa. Su papel de traductor de poesía francesa es sumamente destacable, habiendo sido Premio Nacional de Traducción. En Televisión Española se representó su obra de teatro Fábula de la dama y los alpinistas. De nuevo, la Juan March le volvió a becar para el proyecto de su libro Templo de la mortalidad. Becado por el Ministerio de Cultura para traducir la poesía completa de Saint-John Perse. Su libro de crítica literaria Intratexto, publicado por Devenir en 1997, fue considerado uno de los libros más importantes de ese año. En 2001, la universidad suiza de Saint Gallen presentó su candidatura ante la Academia Sueca para el Premio Nobel. Dicha Academia la aceptó y solicitó documentación sobre su persona y obra. En 2007, el gobierno andaluz le concedió la Medalla de Oro de la Cultura. El 14 de junio de 2014 murió en Madrid y sus restos se depositaron en el Cementerio Civil de la Almudena.
Al hilo de las celebraciones del centenario del nacimiento de Manuel Álvarez Ortega, la editorial Devenir, que ya había editado anteriormente otras monografías sobre el poeta, ha sacado este año un valioso volumen ensayístico, de diversos autores, que trata, como reza el subtítulo, de La intertextualidad en la poesía de Manuel Álvarez Ortega, poniendo la obra del poeta en relación con otras obras que le influyen, no sólo en su labor como poeta sino también como en el importante traductor que fue. En él se analizan sus etapas, sus temas predominantes, y algunos de sus libros decisivos. El libro, “Esa habitación que ocupas en el tiempo”, ha sido coordinado por Marina Bianchi y Giuliana Cabrese, de las universidades, respectivamente, de Bérgamo y Milán, y de las que ya hemos recogido alguna cita. La publicación está recorrida por expertas firmas y sugestivos abordajes temáticos en las coherentes facetas creativas de Manuel Álvarez Ortega. Fabio Scotto estudia sus traducciones de Oskar Wladyslaw Milosz, de origen lituano, no su homónimo el conocidísimo poeta polaco Czeslaw Milosz, premio Nobel en 1980, primo del primero. Maria Maffei analiza la huella de Rilke en el existencialismo de nuestro poeta. Sergio Fernández Martínez pone en relación a Gamoneda y Álvarez Ortega, mientras que Tiziano Faustinelli lo hace comparándolo con Neruda y Vallejo. Y así en el total de diez y nueve trabajos contenidos en esta procedente entrega.
Yo empecé a valorar la creación de Manuel Álvarez Ortega a raíz de las interesantes sobremesas acaecidas durante los actos conmemorativos (Palencia, 2006) del vigésimo quinto aniversario de la muerte de Gabino-Alejandro Carriedo (un poeta, gran poeta, muy activo y difundido en la época –postista, fundador de revistas, traductor-, hoy injustamente bastante olvidado, nacido el mismo año que Álvarez Ortega), donde, entre muchos otros, fuimos invitados Jaime Siles y yo. Siles, al amor del café, en el buen restaurante palentino, hablaba de Manuel Álvarez Ortega con sumo elogio, diciendo que se enganchó enseguida -sin desengancharse nunca, nada más conocerla- a su poesía. La verdad es que la generación poética a la que Siles pertenecía, más o menos la de los novísimos, estimaba mucho su obra. En este pertinente libro recopilatorio, Jaimes Siles figura con un artículo de muy atractivo título: “La poesía del último Manuel Álvarez Ortega: su compromiso con Europa y la modernidad”. Siles toma diversas etapas de la poesía de nuestro autor tendiendo puentes entre ellas con precisos títulos, confesando su conmoción frente a la lectura de Dios de un día. El profesor, ya jubilado, de la Universidad de Valencia, advierte que la escritura de Manuel Álvarez Ortega no es sólo un ejemplo poético sino un supremo ejemplo moral. El bueno y simpático de Jaime sabe ver, en los destacados paradigmas poéticos del cordobés, “mezcla de motivos tomados de Quevedo y Cernuda con sones de trompeta del jazz”; asimismo, para reafirmar el reforzamiento de la intertextualidad, otros tantos paradigmas “presentan asociaciones ilógicas y hacen gala de un intensificado irracionalismo, o combinan lenguaje médico y científico.”
Afirma Jaime Siles que la obra de Manuel Álvarez Ortega “alcanza su máxima altura teórica y elocutoria en ese libro único y singular, que concentra y resume tanto su pensamiento como su poética. Me refiero a Intratexto (1997), sobre el que todos tendremos que volver.” Intratexto no es exactamente un libro teórico, aunque sí completamente elocutorio. No establece, en justicia, el proceso poético, sino que más bien relata la experiencia poética, clarificando su condición y, es más, su geografía. “Ante una nueva revelación, el poeta, testigo de una certidumbre permanente, se vuelve hacia su propia interioridad.” Desde luego, ese dinamismo es geográfico. Y en estos párrafos de Intratexto, que si no son aforismos por su extensión, sí podrían ser aforismos superpuestos, se marca la tan decisiva diferencia, sobre la que el poeta mucho insiste: una cosa es poesía, que se define como abstracción, y otra el poema, conformado como concreción; es decir, poesía es la “verdad que se revela en el instante mismo de hacerse poema”. Verdad objetual tan sólo en el poema. En uno de los párrafos de Intratexto, el aforismo “En poesía, silencio y palabra, como placer y dolor, conjuntamente, indisolublemente, forman parte del mismo éxtasis”, me ha recordado otro aforismo de Ángel Crespo, poeta de la misma generación que Álvarez Ortega, recogido en el libro crespiano Con el tiempo, contra el tiempo: “La poesía está hecha de lo que dice pero también de lo que se calla”. El conjunto de estos párrafos metapoéticos está encabezado por una sugerente cita de Jean-Paul Sartre, puesta en su original francés; traduzco: “El poeta está fuera del lenguaje; observa las palabras en torno a él como si no perteneciese a la condición humana.”
No quiero terminar esta nota sin transcribir las esperanzadoras palabras de Antonio Colinas: “El paso del tiempo acrecentará la dimensión, la importancia de la obra de Manuel Álvarez Ortega en su profundo e influyente valor. Estamos ante un poeta personalísimo, ante una voz única, que muchos lectores españoles aún deberán conocer.”