Se celebran 15 años de FronteraD y me gusta recuperar este espacio para contar un poco mi recorrido por la crónica. Me he reído mucho de editoriales como Anagrama, Libros del KO y demás por su uso y abuso del testimonio intenso para develar una especie de verdad oculta. Lo cierto, ay, es que me atacaba en cierto sentido a mí mismo. Yo devoraba, como toda mi generación, aquellas crónicas de los 2000 y esas bitácoras confesionales. Releídas, muchas de ellas, no resisten el mínimo de calidad por página (HTML sería aquí), pero eran fruto de una España feliz.
FronteraD, y por eso fue importante el trabajo de Alfonso Armada, fue una tabla de salvación para mucho grumete que soñaba ser literato / pirata y escribía en los galeones del periodismo oficial con unos ensayistas / capitanes un poco gruñones. En el periodismo de las pasadas décadas los jóvenes marineros limpiaban las cubiertas y oteaban los registros. Al anochecer, al retirarse a sus hamacas, garabateaban diarios. Había, todavía, una sensibilidad quietista antes de las redes sociales -recuerdo uno o dos blog de filósofos que leía- y Youtube no había arrasado el consumo de texto entre los más jóvenes.
«Querido diario, hoy me ha salido una espinilla…»
Esos jornales a quince años vista tienen todavía una inocencia cordial que permiten su lectura con cierta ternura. Eran los primeras armas en un contexto escasamente cínico: el país crecía, todavía eran pasables los alquileres y la vida bohemia tenía cierto recorrido. En los 2000, antes de Youtube, a falta de una mínima prosa, compensaban con el innegable encanto de una máscara todavía por tallar.
Esas caretas parecían propias de los primeros dibujos del mangaka Osamu Tezuka y evocaban la encantadora ingenuidad del periodo. En este cualquiera montaba un grupo, tenía reuniones de poetas -Luna Miguel, espíritu y ninfa de esa dialéctica espíritu y materia, poesía y gotelé, del tiempo- y el amor no se invocaba con una sonrisa aviesa. La madurez, a mi generación, le llegó de la peor manera. Tuvimos una crisis económica, políticos decepcionantes y una pandemia como entrada fatal a la vejez.
«¿Editará Anagrama los diarios confesionales sobre mi infancia en Soria?»
Era una manera adolescente de vivir en el mundo, donde todavía alguien prefería la anécdota al insulto. ¿Quieren pruebas? Jabois, mucho antes de triunfar en Madrid, evocaba su forma de ser aquí en 2009:
“Además lo que yo les quiero decir es que de ese piso salí un día y en el primer escalón pisé unos cordones y me maté escaleras abajo. Rodé como ruedan los niños: a tumba abierta, como si no hubiese un mañana. En ese momento entró por el portal el vecino del cuarto, que soltó horrorizado las bolsas del súper y gritó: `¡Pero qué manera es ésa de bajar las escaleras!´”.
No he visto, en ese sentido, mejor definición de una crónica periodística que esa: bajar rápido unas escaleras y reflexionar luego del golpetazo. Caer y levantarse: eso hacemos los periodistas en cada texto. Perdonen si nos ven / leen un chichón (¡o una errata!)