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Mientras tanto'Medea' o la presencia y el presente del Maestro José Granero

‘Medea’ o la presencia y el presente del Maestro José Granero


Cartel de 'Medea', el homenaje del Ballet Nacional de España a José Granero en el Teatro Real
Cartel de ‘Medea’, el homenaje del Ballet Nacional de España a José Granero en el Teatro Real

Empieza la temporada de ballet del Teatro Real con Medea. El programa homenaje a José Granero que ha preparado el Ballet Nacional de España (BNE). Recuperación de unas coreografías de otro tiempo y de otro lugar, intentando ponerlas en el contexto actual.

Eso ha llevado a solicitar a coreógrafos actuales las reposiciones de Leyenda (crónica de un amor consumado), Cuentos de Guadalquivir (paso a dos), Bolero y Medea. Además, de encargar dos solos completamente nuevos a dos coreógrafos actuales partiendo de las enseñanzas del Maestro, apodo con el que se conocía a Granero.

Un programa que lejos de ser un ejercicio de nostalgia más en una sociedad nostálgica de un pasado idealizado, tiene una razón de ser tras el pelotazo que esta compañía ha dado con Afanador de Marcos Moreau. En el sentido de que, sin ese pasado, este presente no podría haber sido. Entre otras cosas porque las coreografías de Granero son presente aunque se trabaje con el folclor. Como ocurre con el solo al día al que pertenece esta crítica, Arriero, que no es de Granero sino de Eduardo Martínez, en la que ha usado sus enseñanzas.

Este reconocimiento del coreógrafo homenajeado y de la compañía no debe dejar la crítica a un lado. Es decir, hay que valorar lo que se ofrece. Lo que se podría resumir que se está ante ballets que recogen la tradición romántica, incluida su pantomima, a los que se le pone un fuerte acento flamenco y ciertas notas de modernidad. Nada estridentes y ya asimiladas en el ballet clásico.

Con estos mimbres, el programa comienza con Leyenda (crónica de un amor consumado). Una coreografía que entusiasma más en los conjuntos que en los solos o en los pasos a dos. Tal vez, por un problema de ejecución en la parte masculina. Que a medida que transcurre va mejorando.

Sigue con Arriero, en el que musicalmente el folclor español hibrida con música para piano. Y la jota charra con cierta delicadeza en el movimiento de pies del bailarín protagonista que llega a subirse a una silla y a cubrirse y mover una tela negra como la que se verá más tarde en Medea.

El acento románticamente cursi llega con Cuentos de Guadalquivir (paso a dos). No ayuda la escenografía. Demasiado sencilla. Un fondo azul, como de verano, una plataforma a modo de terraza y unos visillos o cortinas y un espacio grande, quizás demasiado, para la intimidad de una pieza con un fuerte acento sexual que, con su simplicidad de líneas y formas, hace pensar en los cuadros de Picasso del sátiro o el fauno y la ninfa.

La fiesta llega con Bolero. Una pieza construida sobre el famoso Bolero de Ravel. Lo pasan bien los que lo bailan entrando, saliendo, combinándose en grupos o masas de bailarines que se separan para dejar espacio a los primeros bailarines. Sobre los que se agrupan para masificarlos o hacerlos masa.

Esa felicidad se continúa en el foso. Un foso donde el director de orquesta Manuel Coves, que hasta ese momento ha estado bien, está que se sale ofreciendo junto con la Orquesta Sinfónica de Madrid una interpretación que resulta, al oído que ha escuchado esta obra tantas y tantas veces, fresca, alegre y que provoca unas ganas locas de bailar con el cuerpo de baile.

Una sinestesia entre baile y música que hace que el público se deshaga en aplausos y salga entusiasmado a hacer el intermedio. Muchos para la compañía de ballet, pero aún más para la orquesta y su director de esta noche. Pero es seguro que este bolero, hecho con fuerte acento español, dejando a un lado o reduciendo al mínimo la impronta romántica del ballet, no se olvidará.

Así que, acabado el intermedio, se entra con ganas a la sala para ver Medea. Sobre todo, el día que se anuncia Eva Yerbabuena, por eso de que es una estrella. Sin embargo, la estrella, al menos la segunda noche, no está fina en el baile. Tiene demasiado gesto y parece estar más pendiente de ejecutar la coreografía que de bailarla. En su descargo, se podría decir que esta Medea es icónica y que Manuela Vargas, que la estrenó, creo tal sensación y tradición que es un reto para cualquier bailarina que lo haya intentado después.

Tampoco ayuda la música que la acompaña. Las partes sinfónicas, al estilo de los ballets románticos, son bastante anodinas y rutinarias. Contrastando con las partes flamencas, que le dan mucho juego al BNE y le permite brillar, con ese brillo que ama su público y los que no lo son y lo ven por primera vez.

Por tanto, a este programa se le pueden poner peros cuando se analiza jugada a jugada. Sin embargo, no se le puede poner un pero cuando se analiza en conjunto. Porque no hay un homenaje mayor para un artista que permitir al público ver su obra con los mejores recursos y en las mejores condiciones posibles. Evitar mostrarla en como un hito del pasado y museístico, sino hacerlo en presente.

Esto es lo que ha hecho el BNE con Granero. Usa los mejores recursos que tiene, incluso traerse amigos de nivel. Y con todos esos recursos mostrar la pertinencia de que su coreografía esté y sea presente. Y así es como el público la recibe y la percibe.

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