Mendicina

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Mendigo

 

 

Es triste pedir, pero más triste es despedirse.

 

   Se acerca el 11/11/11 (este año no bisiesto, más bien binario) y vuelve la fiebre del oro, como en la época del rey Midas: «Mi das un cupón para el viernes». Y a esperar que toque ¿es que no tenemos suficiente? Insaciables, todos queremos más y más; limosneando esa mendicina que cure nuestros males. Como decía la canción: «Tres cosas hay en la vida, salud, dinero y el Boss», aunque yo nunca he sido muy fan de Springsteen.


      Ojalá toque la lotería, eso sí es una buena mano, mucho mejor que una escalera de color. Aunque para los que no tengan tanta suerte les puede servir únicamente con un dedo, el de San Nepomuceno ¡mano de santo para ‘Los Bingueros’! Unos buenos fajos para tapar unos agujeros o tapar algunas bocas.

 

   Todo el día pidiendo de más y no nos damos cuenta de que nuestro triunfo es la caída del prójimo. Es la cultura de subvencionados o subvencidos. Esta semana hice el test de afinidad política y una de las preguntas me dejó patidifuso o semifuso: los padres con hijos en escuelas privadas deben tener un descuento en sus impuestos. Y ya puestos ¿por qué no subvencionar los yates o las clases de hípica?

 

   En fin, antes de seguir pidiendo parémonos un momento y veamos que los hay que están peor. Que con dos que se quieran, uno que coma pasta.


   Y no nos engañemos, el dinero da la facilidad.

 


Si tuviera un título noveliario sería de suspense o de humor y si pudiera viejar me gustaría llegar a los 90 con buena salud. Mi madre siempre me regañaba por ser un optimista, no por ver el vaso medio lleno o medio vacío, sino por creer que podía beber directamente de la botella. También desde pequeño empecé a desarrollar el gusto por la música, ya que carezco de oído y tacto para tocar cualquier instrumento. Me confieso disléxico habitual, de los que van al cine a leer y devora los bocadillos de los cómics. Así que, bienavenidos a este viaje en blogo porque la realidad que nos rodea es diferente según el cristal con el que se mira, pero quizá, haciendo la vista gorda, podamos verla sin cristal. Por tanto, lo que nos queda es tomarnos la vida con mucho rumor, que la certeza absoluta nunca la vamos a tener e, iluminados por la lámpara del genio, veamos las coincidencias y las coinfusiones cotidianas. Que ustedes lo pacen bien.