La verdad es que no sé si el título que he elegido sirve… hoy quiero hablar de las
responsabilidades que tomamos voluntariamente que nos llevan a tener que hacer cosas que no queremos hacer, que no nos apetece o que, puntualmente, incluso odiamos.
En ocasiones algo de nuestra vida personal lo ocupa todo y hace que el resto pase a
segundo plano. En casos así siempre tendremos a alguien cerca que nos comprenda, nos escuche e incluso nos apoye, pero la sociedad en general no tiene ningún motivo para perdonarte por dejar de realizar esas tareas a las que te comprometiste sólo porque estés “triste”. Y aquí aparece eso que yo he llamado “mentira” pero que en realidad debería de ser “habilidad social” o algo así. Tú puedes sentirte hecho una mierda, pero si tienes que trabajar de cara al público en un establecimiento de comida rápida, lo que el cliente exige es un “buenos días ¿qué desea tomar?” porque para él lo que está al otro lado del mostrador no es una persona sino un uniforme sin nombre que está ahí para pedir a la cocina su orden, asegurarse de que le llega tal y cómo él quería, y cobrarle, punto.
Todos sabemos cuál es esa sensación de salir a hacer lo rutinario sin tener la menor gana de hacerlo. Lo que es sonreír sin sentirlo, mentir contestando “bien” cuando te preguntan “qué tal” y fingir cordialidad cuando en realidad estás hecho polvo, asqueado o cabreadísimo; pero aún así no somos capaces de pensar que el tipo que se ha parado en segunda fila delante de nosotros quizá no sea porque es un caradura incívico sino porque tiene un motivo más importante que tus simples ganas de llegar treinta segundos antes a casa… Empatía ¿Por qué nos cuesta tanto tener empatía?
Después de haberme concedido el derecho a cambiar alegremente de opinión, puedo decir que hoy siento la sociedad como algo mucho más complejo de lo que sé que la sentiré mañana, porque para mi ahora es un cóctel prácticamente infinito de sacos de sensaciones y sentimientos a los que llamamos humanos ¿Qué es lo que me lleva a escribir hoy? No lo sé ¿Hay alguna moraleja o mensaje final? Eso si lo sé: No. Cuando dentro de nuestro pequeño mundo interior sentimos que algo está ocupándolo todo -ya sea bueno o malo- quizá la recomendación sea que hay que tratar de ver las cosas con relatividad… pero tal vez ésta es una de esas recomendaciones que no sirven para nada porque es posible -creo que seguro al cien por cien- que el hecho de tener la capacidad para entender que nuestra pena o nuestra alegría no marca una diferencia importante en la vida cotidiana de los que nos rodean, no quiere decir en absoluto que esas sensaciones vayan a dejar de condicionarnos. Y me explico porque quizá estoy un poco espeso. No es un buen día, no tengo ganas de relacionarme con nadie, ni de escribir, ni de parecer más sociable de lo que me siento, pero aún así mentiré, me relacionaré con gente, escribiré y me mostraré como sociable porque las cosas que se tienen que hacer deben de ser hechas con independencia de las ganas que tengas de hacerlas. Esta es una de las lecciones que te enseña la vida y uno de los motivos por los que sigo diciendo que crecer no me gusta. Un niño dice “no me gusta” cuando algo no le gusta, yo en ocasiones me escucho sustituyendo esa frase por un “no está mal”…
Hoy mi pregunta es ¿Cuándo decidimos que, en ocasiones, es más correcto mentir que ser honesto?