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Mientras tantoMi personal visión del ajedrez y la vida

Mi personal visión del ajedrez y la vida



Esta mañana al sentarme frene al ordenador tenía una lista de posibles temas para escribir sobre ellos. Ante el inminente inicio del Campeonato del Mundo de Ajedrez, había pensado dedicar un artículo a Magnus Carlsen y sus cualidades como Gran Maestro, otro tema que barajaba era la forma de transmitir la pasión a mis alumnos, el milagro de la niña ugandesa, Phiona, etcétera.

 

La plantilla de word estaba en blanco, tenía las manos sobre el teclado, era muy temprano por la mañana, y la mirada se fue a una parte del escrito que es donde estaba mi –tercera- taza de café. Me quedé mirando el café y fue entonces cuando decidí el tema sobre el que iba a escribir. ¿Qué es lo qué me cautivó y cautiva del ajedrez? Responder a esta pregunta me llevó tiempo, días. Tuve que hacer una profunda introspección para llegar a la raíz del por qué, 25 años después, me sigue cautivando el ajedrez. En algún artículo anterior ya escribí sobre cómo descubrí el ajedrez, pero nunca he contado qué es lo que me cautiva. No fue algo inmediato, no hubo amor a primera vista, pero si una pasión que poco a poco fue creciendo. Si tuviera que contar en siete palabras lo que me enganchó y engancha, lo que más me sorprende y me maravilla del ajedrez, sería las siguientes palabras: “Como representa el tablero a la vida”. Así de sencillo.

 

No estoy jugando con peones blancos o negros, sin vida. Juego con seres humanos de carne y sangre” (E. Lasker)  

 

El ajedrez, desde el punto de vista que yo lo veo, tiene connotaciones casi metafísicas, hay lecciones, hay aprendizaje, hay misterio, da lucidez a la mente, uno encuentra muchas respuestas –de la vida- mirando un tablero. Eso lo descubrí hace 20 años. En aquellos días de 1996-1997 descubrí por casualidad dos de mis mayores placeres, que son: Tomar café leyendo un libro y, leer un libro de ajedrez, tomando café. Recuerdo que por aquellos me levantaba muy temprano por la mañana para, de camino a la Universidad, tomar café en una cafetería a la que desde entonces le guardo especial aprecio. Normalmente tomaba café –y leía- durante una hora y media, varias veces a la semana. A las 07:00 de la mañana, todavía de noche, sin nadie en la cafetería, en silencio y en soledad –cosa que me agradaba-, comenzaba lo mejor del día. La camarera me servía café, abría un libro de ajedrez y leyendo la biografía de algún jugador o analizando alguna partida con un pequeño tablero magnético, empezaba a notar como mi mente se volvía más lúcida, como el nudo gordiano de mis pensamientos se empezaba a deshacer, incluso el ánimo ante los problemas cotidianos de la vida se venía arriba cuando descubría una jugada oculta en una posición que me hacía pensar que, en la vida, ante determinada situación compleja, podría –debía- existir una jugada que me ayudara a encontrar la solución y, si no la había, siempre me quedaba el resiliente pensamiento de que había aprendido de mis fallos, había aprendido de esa situación de la vida real y que, si esta vez había perdido, para la próxima podía volver a intentarlo de otra manera, por otro camino, por otros medios. Como si de un típico problema de táctica se tratara. Había veces que por circunstancias personales que me ha tocado vivir, el ánimo estaba por los suelos, la mente hecha un ovillo -por usar un eufemismo-. Hora y media después, el ajedrez, el silencio, la soledad en los pensamientos, me transformaban. Estaba listo para otra batalla, para intentarlo de nuevo, para resistir, para no claudicar, para luchar, para buscar alguna jugada que le dé la vuelta a la partida de la vida y logre ganar. Eso, eso es lo que me ha apasiona del ajedrez, la fuerza con la que te empuja a defenderte con uñas y dientes, a resistir, en resumen: A vivir intensamente. 

 

El noble juego tiene sus abismos en los que muchas veces un alma noble ha desaparecido”.

 

 Mikel Menchero Pérez

Monitor Nacional de Ajedrez

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