Miedo a volar: ¿es la seguridad de los aviones un falso mito?

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Una sencilla comparación estadística resulta aterradora: la probabilidad de sufrir un accidente aéreo es significativamente más alta que ganar el premio gordo de la lotería de Navidad si a lo largo de la vida ha tomado, al menos, cinco veces un avión.Si este a este dato poco conocido sumamos otro más popular: que es raro sobrevivir a un accidente de avión, no resulta extraño que la gente tenga miedo a volar. Para compensar y sobreponerse al miedo a subir a un avión se afirma que este medio, es con mucho el modo de locomoción más seguro.

 

Afirmación sobre la seguridad que se basa, cómo no, en la estadística, pero sobre todo en la percepción que transmiten los medios de comunicación. Y las estadísticas indican que los periodistas cubren los accidentes aéreos 60 veces más que el SIDA, 1500 veces mas que los accidentes de carretera y 6000 veces más que el cáncer.

 

Ahora bien, son exactas las ideas que se trasladan. Arnold Barnett, profesor del MIT especialista en estadística aplicada a problemas de seguridad demuestra que NO tras investigar muchos años en accidentes aéreos.La primera afirmación errónea es la de la supervivencia: una cifra ingente de personas sufren accidentes aéreos (sólo entre los años 1983 y 2000 en los Estados Unidos 53.487 personas padecieron un accidente aéreo grave), pero la mayoría sobreviven (casi el 95%).

 

La segunda es que la mayoría de las víctimas no mueren a consecuencia del impacto (cinturones de seguridad, asientos muy bien diseñados y nuestra gran resistencia natural a deceleraciones bruscas lo evitan), sino por quemaduras o asfixia. Tras un aterrizaje de emergencia, la mayoría de los aviones se incendian y quien no haya evacuado el aparato en el minuto y medio siguiente perece quemado (o asfixiado por los gases tóxicos).

 

La tercera es que la mayoría de los accidentes ocurren al comienzo o al finalizar el vuelo (despegue y aterrizaje), que hay más posibilidades de supervivir si su asiento está ubicado a menos de cinco filas de una salida de emergencia, si el asiento es de pasillo y -que no suene a machista- si cuenta con más fuerza que los demás para alcanzar la salida (de ahí que los más fuertes, normalmente hombres, tienen más posibilidades).

 

Además, las probabilidades aumentan si ha ideado un plan para abandonar rápidamente el avión (la cabina queda a oscuras e inundada por el humo). Quizá por ello, la mayoría de los expertos en seguridad aérea jamás vuelan si no es cerca de una salida de emergencia, van bien calzados y sin prendas de tejidos sintéticos que puedan derretirse sobre la piel e incluso llevan en su equipaje de mano una “capucha antihumos” (o sea una máscara de seguridad para poder respirar en medio del humo tóxico).

 

Asuntos que debieran formar parte de la reflexión de quienes diseñan los aviones y, también, de quienes nos debieran informar de cómo debemos de pertrecharnos cuando subamos al avión. Aún así, volar es un medio seguro.Como decía el jefe de la tribu del galo Asterix, a lo único que debemos de tener miedo es a que se caiga el cielo sobre nuestras cabezas.

 

Eduardo Costas, Biólogo

Jesús Pintor Just es natural de Vigo. Nacido el 26 de diciembre de 1964, comenzó sus estudios de Biología en la Universidad de Vigo. Se trasladó a Madrid a finalizar dichos estudios licenciándose en el año 1989. Un año antes ya se había unido al grupo que la profesora M. Teresa Miras Portugal había consolidado en el Departamento de Bioquímica de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense, donde se doctoró en 1993. Durante los años 1994 y 1995, realizó su estancia posdoctoral con el profesor Geoffrey Burnstock en Londres, Reino Unido, para posteriormente reintegrarse a sus tareas docentes en Madrid. En la actualidad compagina sus tareas docentes e investigadoras con la figura de Subdirector de Investigación y Nuevas Tecnologías en la Escuela Universitaria de Óptica, dirigiendo a un grupo de 12 investigadores. En el plano científico ha publicado más de 100 artículos en revistas internacionales. Inventor de 12 patentes para el tratamiento de diversas patologías oculares y condrodisplasias, ha sido galardonado como mejor joven neuroquímico europeo (1994) y recientemente como mejor emprendedor de la Comunidad de Madrid por sus ideas para el desarrollo y explotación de las patentes de las patologías oculares y por la mejor idea para la creación de una empresa de base tecnológica. 
 Eduardo Costas. Es doctor en Biología, catedrático de universidad y doctor vinculado al CSIC. Iconoclasta por definición, ha trabajado en diferentes instituciones y desarrollado su investigación en diversos campos, básicamente en genética evolutiva y ecología de microalgas. Ha elaborado desarrollos aplicados (patentes, transferencia de tecnología). Siempre ha estado interesado en la divulgación científica. 
 Victoria López-Rodas. Coordinadora de ciencia. Es doctora en Veterinaria, profesora titular de universidad y doctora vinculada al CSIC. Trabaja en mecanismos genéticos de la adaptación de microorganismos fotosintéticos tanto a ambientes naturales extremos como a los efectos del cambio global antropogénico. Además es una de las mejores expertas en fitoplancton tóxico y sus efectos en aguas de abastecimiento, acuicultura y fauna salvaje.