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ArpaMiguel Martínez Basurco, el fondista comprometido

Miguel Martínez Basurco, el fondista comprometido

 

Su pasión por las carreras y los retos le viene desde la adolescencia. De bebé siguió la rutina reglamentaria: gateo, primeros pasos y posteriores correteos. Nació en una modesta familia de ascendencia vasca instalada en Villafranca del Bierzo, que duplicó sus esfuerzos para hacer suya su nueva ubicación o al menos intentarlo. Su madre, Trinidad, recuerda las luces y sombras de Miguel en una época difícil. Los estudios nunca estuvieron en una posición alta en la escala de prioridades de su hijo, aunque les dio una oportunidad hasta el graduado. Su espíritu altruista precedió al deportivo. De crío se propuso sus primeras y discretas misiones. Solía salir en busca leña por los márgenes del río Burbia para que no se gastara el carbón de casa. 

 

Un día deambulaba absorto por las calles de la villa berciana pensando en cómo podía sorprender a Trinidad el día de la madre. Se decía que los niños de los pueblos agudizan el ingenio a falta de las tentaciones consumistas de las ciudades. Se dirigió al huerto “de las mutiladas”, bautizado en memoria del padre de las propietarias del terreno, amputado de guerra. Allí estuvo dando vueltas de un lado para el otro hasta que encontró un nido con huevos de pato, hallazgo que llevó a su madre (después de haber pedido permiso), como si de un colgante de perlas, rubíes y zafiros se tratara.  

 

El carácter detallista de su hijo sigue presente en la actualidad, “aunque no con él mismo”, dice su madre. No le gusta la pompa, ni los atuendos formales. Un día le propusieron si quería ser padrino y él a su vez preguntó: “¿Tengo que poner traje?”. A la respuesta afirmativa sentenció: “Pues no te voy”.  

 

La habitación donde nació Basurco es de una sencillez pulcra, desposeída de accesorios. Una pequeña cama de 90 por 180 centímetros presidía la estancia. Enfrente una pequeña mesa y dos sillas, que hacían las veces de comedor. Apenas media docena de fotos familiares colocadas en una vieja estantería completaban el cuadro. Una perrita pequeña, de color canela y con la mirada muy atenta entra en la habitación-comedor. Trinidad insiste en lo responsable que ha sido siempre Miguel, uno de los grandes logros de la educación que le había inculcado. Ni siquiera empañada por la testarudez que desde muy pequeño acompañó a su hijo y lo orientó más hacia el río y el monte que hacia la escuela. 

 

Otra gran preocupación de la madre, compartida por la mujer de Miguel, Rosi, es la cara: “Ahora la tiene afilada”, dicen de forma lacónica. Él asiente y justifica que se debió “al esfuerzo”. Su transformación física y vital se produjo casi sin darse cuenta. De adolescente, cuando ya los estudios formaban parte del pasado y su futuro empezaba a ligarse al mundo de las carnicerías, subía con equipos de la Cruz Roja para entregar medicamentos en las casas de los más necesitados. “En los trayectos donde no llegaban los coches, él saltaba a la nieve en las montañas del Bierzo y subía hasta los pueblecitos más recónditos de la comarca”, recuerda José Luis López, amigo y admirador incondicional. 

 

La ubicación de su casa en una de las lomas de la peña de las Campanillas, cercana al río, facilitaron sus primeros escarceos deportivos, que se hicieron serios a los veinte años. El frío nunca le resultó un contratiempo, llegando incluso a andar los 22 kilómetros que separaban Villafranca del Bierzo de Ponferrada para ir a hacer prácticas en un establecimiento de alimentación. 

 

Un día saltó la noticia. El Bierzo volvía a quedarse sin un centro universitario tan necesario para sus jóvenes. Los ciudadanos, hartos de tanta desidia por parte de sus administraciones, protestaron cada uno a su manera sin obtener demasiados resultados. Quizás en uno de esos entrenamientos se le ocurrió la idea, esa que consiguió que sus paisanos descubriesen el gran corazón del “carnicero corredor”, cuando el 2 de diciembre decidió luchar a su modo, dejándose la piel. Sin dudarlo, se calzó sus playeros y corrió durante 24 horas seguidas. El Forrest Gump español sobrevivió al día más largo de su vida: 205 vueltas de 1,60 kilómetros cada una  alrededor del Polígono de las Huertas de Ponferrada en apoyo de la Campaña Pro-Centros Universitarios para El Bierzo. La población salió a las calles para animar al campeón de España de 100 kilómetros en pista en el año 1995. Algunos se unieron a su carrera durante el tiempo que pudieron aguantar, otros desde sus balcones, extendiendo la bandera blanquiazul de la comarca. Fue toda una fiesta salvo para el médico que seguía a Basurco, cuya preocupación iba en aumento a medida que avanzaban las horas. 

 

Aquella prueba de ultrafondo cumplió en 2011 su decimosexto aniversario. Ahora una de sus dos hijas estudia en uno de los centros universitarios del Bierzo y es consciente del esfuerzo que hizo su padre. Miguel siempre le anima a estudiar recordándole lo afortunada que es, pudiendo hacerlo en su tierra. Puede incluso permitirse pensar que un aula pertenece a su progenitor “siempre y cuando no lo comente con nadie”, le pide con cierto pudor.

 

Las llamadas de teléfono alejan a Basurco del recuerdo de aquella carrera maratoniana. “¿Tienes controlados los entrecots?”. “Sí, descuida”, responde Miguel. Su mujer aprovecha la interrupción para confesarme que, entre semana, cuando tiene que preguntarle algo, le sigue al baño. Apenas tienen tiempo de vacaciones: “Solo vamos con el deporte”, como sus escapadas a Lanzarote, uno de los destinos favoritos de la pareja, donde Miguel quedó noveno y mejor español de la doble Ironman de 2011. O su viaje a Atenas para correr el Spartathlon, prueba de 246 kilómetros entre Atenas de Esparta, denominada la carrera caníbal: “Empieza a comerte los pies y no para hasta llegar al cerebro. Es entonces cuando el virus se hace fuerte y te dice que te pares”, así se lo contó a Luis de la Mata. Finalmente, Basurco logró el decimocuarto puesto.

 

Otro de sus retos deportivos lo inició el 2 de junio de 2011 en señal de protesta contra la incineración de residuos tóxicos en la cementera de Cosmos en Toral de los Vados. Consistió en correr siete maratones seguidos desde distintos puntos del Bierzo. Las pruebas para él fueron doblemente difíciles, al compaginarlas con el trabajo diario en su carnicería, al contrario de otros corredores patrocinados cuya única preocupación es superar cada desafío –lo que también tiene su mérito–. En los siete días que duraron los maratones estuvo acompañado por gentes de distintas edades que se incorporaron a las carreras desde diferentes puntos de la comarca por los que pasaba la marcha, a pie o en bicicleta. Personalidades destacadas como el compositor Cristóbal Halffter y su esposa, la pianista María Manuela Caro, le transmitieron “la necesidad de seguir haciendo kilómetros si se quiere mantener el Bierzo limpio”

 

Entre sus recientes propósitos está la creación de una escuela de atletismo en la comarca o mantener la Dragoman, carrera que alcanzó su octava edición el año pasado. Se trata de una subida al pueblo de Dragonte, que está a 976 metros sobre el nivel del mar, ya mítica para los aficionados españoles por la dificultad de su recorrido, con un desnivel total de 436 metros. Al final los corredores reciben distintos obsequios. Los jamones y chorizos los prepara Basurco para poder dar algo a todos. “En 2010, palmé 2.000 euros”, recuerda. 

 

A esta hora, como cada día, Miguel ordena el mostrador. Parece que no hay ningún reto a la vista, sin contar sus ocho horas largas de trabajo y las cinco de entrenamiento diarias. Las ocasiones excepcionales, es decir, cuando se le mete en la cabeza luchar por una causa, lo hace. “Al final siempre lo acaban utilizando”, admite su mujer. Al corredor no le importa, pues logra su objetivo: ayudar. “Si hago una cosa, la hago bien y de forma desinteresada”. Algún detractor ve en su actuación una vía para obtener fama y prestigio. 

 

Rodeado de costillares y chorizos colgados, en su hábitat rutinario se desenvuelve a la perfección. La camiseta roja térmica semioculta bajo una bata blanca de carnicero revela la rutina que le espera, la deportiva. Muy impulsivo, gesticula con sus clientes sin dejar de moverse de un lado al otro del mostrador –quizás forma parte del precalentamiento–. Una clienta pareció verlo otro día en la carretera: “¿No ibas con la bicicleta?”. “¿Me miraste para el culo, no?”, le responde sonriente Miguel. “Un cuarto de kilo de lacón y un botillo, que está el tiempo propicio”, le pide otra clienta. El cansancio de su cara, adornada por una sutil barba, no logra ocultar el brillo de los ojos del atleta, siempre calzado con unas deportivas, dispuesto a salir corriendo por una buena causa.

 

 

 

Rosana Fuentes es profesora y periodista

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