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Mientras tantoMolinero Ayala: «hay que gozar con esto»

Molinero Ayala: «hay que gozar con esto»


 

En el estudio, al fondo: ‘El olivar se puso su traje azul’. Óleo sobre lienzo. 200 X 250 cm. 1988.

El pasado mes de julio mi proteico amigo Paco Molinero Ayala cumplía ochenta años. Hace un par de días, en ese semisótano de las maravillas que es su estudio de Doctor Fourquet —en el que Juan Manuel Bonet ya había encontrado «un refugio contra las inclemencias de la época»—, el pintor me mostraba unos enormes dibujos, relativamente recientes. La atención ensimismada con que los iba desenrollando, como si estuviese pasando las páginas de un valioso códex, me conmovió. ¿Cómo se puede seguir amando de ese modo a la pintura después de casi seis décadas de oficio?

‘Después de jubilarme el grafito corría más’. Grafito, acuarela, lapiz y acrílico sobre papel, 126 X 143 cm. 2014 (en F2 Galería)

La respuesta tenía que estar ahí, en el hueco que aquellos papeles abrían en mi mente. Era como si esas lindes ortogonales que partían los campos de color, como si esos hipnóticos trazos de carbón —cardúmenes marinos, bandadas de estorninos— reclamasen su lugar, su cuarto de invitados en el que instalarse. Un espacio interior al que Joubert, apenas iniciado el XIX, denominaba entendimiento hospitalario: «Resulta verdaderamente insoportable —decía en uno de sus carnets— conversar con hombres en cuyo cerebro solo hay compartimentos ya ocupados.»

Hay que dejar un espacio vacío en la mente para que quepa la pintura del Otro.

‘S/T’ (VI de una serie de XI). Acuarela, acrílico, lápiz y tintas (c.u.) 84 X 23 cm. 2000-2002 (en Galería Silvestre)

Lo he comprobado muchas veces. A medida que mi hambre de imágenes, a veces rayana ya en la escopofilia, se va calmando, comienza a abrirse paso otra mirada más penetrante, más fértil en asociaciones imprevistas y, sobre todo, mucho más gozosa. Me vienen a la mente unas palabras, esta vez del Molinero profesor: «Hay que gozar con esto», «la práctica es lo que te mantiene fresco, vivo… Esta es una profesión apasionante».

Ahora mismo Paco acaricia un rectángulo pintado con uno de sus verdes profundos. «Es terciopelo», me dice, y ya lo creo que lo es. Hay una suntuosidad en su pintura que ningún ojo sensible dejaría pasar por alto. En este otro papel, es el gris de carbón bruñido el que se ha transformado en color en estado puro. A través de sus intersticios brota un oropimente intenso, veneciano, que cae trenzándose con unos enérgicos trazos negros. Pura maestría. Pero lo que más me sobrecoge de estos dibujos son esos blancos, impolutos, patéticos, que hasta ahora no había visto en su pintura.

Contaba el sempiterno Plinio el piropo —quizá no del todo exento de veneno— que el noble Apeles dedicaba a su rival Protógenes. Decía del rodio que le igualaba en todo excepto en un pequeño detalle: no sabía levantar la mano de la pintura. Hay algo más que humor en la anécdota. En efecto, el que pinta, como el que juega a “las siete y media”, ni debe quedarse corto ni pasarse. La verdadera finezza consiste en saber cuando hay que levantar la mano y Paco Molinero —¿será necesario decirlo?— sabe perfectamente hacerlo en el momento oportuno.

‘S/T’. Acrílico sobre lienzo 250 X 158 cm. 1983 (en Galería Moisés Pérez de Albéniz)

Ochenta años de Paco Molinero Ayala. Durante cinco días cuatro galerías, a las que hay que añadir el estudio del pintor, se unen a la celebración mostrando una selección de su obra. Decía Rilke a su joven poeta que todo es «gestar y parir». Es posible que a través de estos destellos el espectador, la espectadora sensible pueda intuir trayectorias, problemas, hallazgos u obsesiones; en definitiva, asomarse al largo proceso de gestación de una pintura sabia, obstinada y, sobre todo, libre.

4 al 8 de noviembre de 2025
F2 Galería
Galería Marta Cervera
Galería Moises Pérez de Albéniz
Galería Silvestre
Y el estudio del artista (Doctor Fourquet, 29)

 

 

 

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