Nadie es perfecto

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Uno alguna vez creyó tener perfectamente identificadas a todas las figuras del azulejo de su ducha. Los extraterrestres con antenas gravitando con la sonrisa sin dientes de Rajoy; Snoopy llorando con el círculo reservado...

 

Uno alguna vez creyó tener perfectamente identificadas a todas las figuras del azulejo de su ducha. Los extraterrestres con antenas gravitando con la sonrisa sin dientes de Rajoy; Snoopy llorando con el círculo reservado a sus palabras vacío; otros dos perros, uno detrás de otro llevados por los rápidos de un río a los que podría haber grabado Goya; un cuadro inédito de Van Gogh donde se ve una playa y una caseta al fondo a punto de ser engullidas por unas olas de trazo inconfundible. Luego están también las partes de cuerpos humanos. Una mandíbula; dos orejas juntas e invertidas (también parecen una mariposa); una mano incompleta sin parte del pulgar y de la palma y el dorso; ojos, muchos ojos, unos que miran y otros que están cerrados, con pestañas y sin ellas y hasta con una ceja cubista. También hay un misterioso y bello hombro de mujer. Estas visiones no resultan inquietantes porque nunca se vieron como si se entrara en Auschwitz en mil novecientos cuarenta y cinco (alguien podría haberlo percibido por ejemplo así) sino como si se estuvieran pasando las páginas de un libro infantil en el que aparecen dibujos y a su lado el nombre de lo que representan. Uno sale de la ducha y mira su trozo del mundo y los nombres nada tienen que ver con los dibujos ni con las fotografías, como si se necesitasen el vapor y el silencio y la estrechura junto a los azulejos para encontrarlos. Los de Syriza y los de Podemos van con su ducha a cuestas como Karate Kid a la fiesta de disfraces, lo cual es un punto y un filón quizá hasta que se abra la cortina y aparezca Danielsan, quien para ganar el campeonato tuvo que ponerse a lavar coches, clavar tablones y pintar vallas. En esa sociedad íntima de la ducha hay muchas más imágenes que las que uno ve, muchas más cosas que extraterrestres o miembros humanos y pinceladas de Van Gogh. Esas cosas que otro vería porque nadie es perfecto (ni siquiera Pablo Iglesias, quien ya tiene su legión de Osgoods Fieldings Terceros que se casarían con él aun confesando ser un hombre) y el mundo es complejo y terrible como Auschwitz en mil novecientos cuarenta y cinco, y también emocionante, verídico y primigenio como un libro infantil en el que se aprende (y luego se olvida) a llamar a las cosas por su nombre.