Navegar bajo la lluvia es viajar en un sándwich de agua. Cuando arrecia el temporal por estas costas, el Estrecho se torna un emparedado de agua dulce y agua salada. Pasar la Aduana, y viajar desde esta frontera de papel digital hasta la primera frontera con África. Un enorme cauce de mar sustituye a las tradicionales alambradas. Un lejano foso de memoria de treinta años de ausencia, nos separa de lo que creemos seguir siendo, o de lo que allí fuimos.
Desandar el camino del alejamiento, hasta convertirlo en regreso, despierta el vértigo de los ahogados. ¡Tanta agua y tanta vida juntas!, una respiración y un latido nuestro, por cada ola de ida y vuelta. Haber nacido en un cuartel de Algeciras, ser criado en Ceuta, (en la orilla africana del Estrecho), y haber habitado en una casa con ventanas al Peñón de Gibraltar, otorga una especial carta de ciudadanía al viajero.
Este viaje ha sido para Faba cualquier cosa menos inocente. Porque la memoria, ese árbol del conocimiento tan venerado, nos hace perversos, crueles con nosotros mismos, porque nos enfrenta a nuestros recuerdos, a lo que ya no somos; y porque nos muestra crudamente el tiempo de nuestro plazo que llevamos consumido.
¡Oh flores celestes, turquesas y grises, flotando sobre las olas encabritadas del Estrecho gibraltareño!, diluiros en el agua como medusas o anémonas, criaturas eléctricas y transparentes, y arrastrad hasta al fondo, con los navíos hundidos y las ballenas muertas, a nuestros más inocentes y pérfidos recuerdos.
Fotos: Gabriel Faba