Senegal es un país al que nunca se llega por primera vez. Porque desde que uno aterriza hasta que sale, sus gentes tratan al extranjero como si fuera uno más y le abren las puertas de su vida cotidiana con una naturalidad que sorprende y, por momentos, abruma. Y es que Senegal es la tierra de la teranga, un término wólof que significa hospitalidad y que según, Abdourahmane Seck, va más allá de la pura generosidad o el simple asistencialismo. Este antropólogo afirma la necesidad de concebir ese concepto con un trasfondo político del que podemos sacar conclusiones muy valiosas desde occidente: a través de la teranga establecemos un parentesco «no necesariamente biológico, sino como posibilidad permanente del vínculo, porque tiene que ver con compartir un momento con otra persona»*. Cada instante de una relación es pues susceptible de crear lazos, también entre desconocidos, porque siempre se trata al otro como un igual, sin visos de superioridad y entendiendo a ese otro como parte de uno y de la misma humanidad conjunta. En cierto sentido, creo que se puede emparentar con el ubuntu, término bantú que proviene del sur de África y que se puede resumir como «yo soy porque tú eres». En cualquier caso, podríamos aprender de esa teranga sin necesidad de viajar a Senegal, sobre todo considerando que en España residen casi 77000 senegaleses (es el colectivo más numeroso venido desde el África subsahariana), principalmente en Barcelona, pero presentes en diferente número en todas las provincias de nuestro país.
Pero si esa hospitalidad risueña y afable articula todo Senegal, no es menos cierto que es una región trufada de una fecunda diversidad en la que el islam, la religión con mayor número de seguidores, profundamente arraigada y de una tradición milenaria propia, convive con el cristianismo o el animismo. Además, existen numerosas etnias, cada una con su particular idiosincrasia, siendo la wólof la mayoritaria, pero con presencia de otros grupos como los diola, los serer, los pular, los mandinga, los manjaak, los mancagne, los balante, los lebu, los tukulor, los sarakholes, los bassari, los bedik, los coniagui, los balante, o los peul. También sus ciudades y paisajes son ricos en sus formas y encantos, los cuales traducen la historia del país, independizado de Francia en los años sesenta y al que se ha considerado como una de las democracias más estables del continente. Así, en el norte podemos disfrutar del estilo colonial de Saint Louis, la que fue centro neurálgico del poder francés. Dakar, la capital, es una urbe en ebullición, intimidante por momentos, donde se mezcla y es palpable la presencia del Senegal más tradicional junto con la fuerza de las nuevas generaciones, que miran a la modernidad de frente como parte activa de ella. Más al sur desembocan los ríos Siné y Saloum, creando un delta de manglares, lagunas, bosques y arena que supone un impresionante espectáculo paisajístico. Cerca de allí se encuentra la localidad de Joal-Fadiouth, donde existe una curiosa isla artificial formada por el depósito de conchas y un original cementerio mixto donde reposan almas tanto musulmanas como cristianas. En Joal fue donde nació el primer presidente del Senegal independiente y gran poeta de la negritud Léopold Sédar Senghor, que en su gran libro Cantos de sombra evocaba así la tierra de sus orígenes: Joal!/Je me rappelle./Je me rappelle les signares à l’ombre verte des vérandas/Les signares aux yeux surréels comme un clair de lune sur la grève.
Más abajo, se encuentra la región de Casamance, separada del norte por Gambia, vecina en el sur de Guinea-Bissau y dividida en el centro por el río del mismo nombre. A diferencia del resto del país es de mayoría diola y animista, y ha sido considerada por sus riquezas naturales como el granero del país. La explotación de esos recursos ha provocado, entre otros muchos factores, un conflicto armado que cumplirá cuarenta años este 2022, el más longevo de toda África y que, a pesar de haber sido calificado como «de baja intensidad», ha provocado la muerte de al menos cinco mil personas. Más allá de los diferentes acuerdos de paz firmados parece que la solución definitiva no está cerca, en un contexto en el que es difícil desenredar las verdaderas causas que han hecho que la confrontación entre el MFDC (Mouvement des forces démocratiques de la Casamance) y el estado senegalés se perpetúe (hablaremos con más detalle de todo esto en otro artículo).
Hace ahora doce años que llegué por primera vez a Oussouye en lo que fue mi primer viaje al continente africano (desde entonces no he parado de volver, pero Senegal sigue teniendo, junto con Mozambique, un lugar de privilegio entre mis destinos más queridos). Oussouye es un pequeño pueblo cerca de Ziginchor, la capital de la Baja Casamance, donde aterricé junto con unos amigos gracias a la cordobesa Paquita Gómez y la ONG Kasumay, que han estado trabajando durante años en esa zona. Allí, por encima de cualquier contienda, la Casamance destaca por la exuberancia de su naturaleza (desde los laberínticos manglares de sus ríos hasta la deslumbrante arena blanca de sus playas o los extensos arrozales llenos de vida y actividad), la acogida que ofrecen sus habitantes o la riqueza de su cultura y tradiciones. De ese modo, unos cuantos afortunados descubrimos gracias a Harriet, Anta y Odette la gastronomía senegalesa que cuenta con el café touba, el ceebu jen o el yassa y, sobre todo, mi receta favorita, el maffe, una salsa espesa hecha a base de cacahuetes que sirve para embadurnar y darle sabor al pollo o el arroz; Theo, por su parte, nos dejó conocer su casa y su génération, como allí se llama a los grupos de amigos que desde la infancia permanecen juntos y se prestan apoyo mutuo a todos los niveles como si fueran una familia; Pierre, con todo su humor y conocimiento, nos hizo de guía y maestro de iniciación al recorrer sus caminos; y Salif y Damian nos enseñaron la dificultad de la lucha senegalesa, pero también que en «el bosque sagrado caben todos los animales del mundo» y que los ritos de paso como la circuncisión deben custodiarse en secreto para garantizar el vigor de la tradición**. Como garante de la misma, en Oussouye todavía existe la respetada figura de un rey (tuvimos el privilegio de ser recibidos por el mismo monarca Sibiloumbay Dhiedhou), que es elegido por los sabios del lugar y se erige como responsable de que la sociedad diola mantenga su equilibrio. Nosotros, por otro lado, luchamos por mantener el nuestro en las divertidísimas fiestas en las que quizá abusamos del vino de cajou (elaborado con anacardos) y tratábamos de seguir el ritmo de la música que atronaba en locales donde estaba prohibido no bailar.
Y es que Senegal posee una de las músicas más importantes del continente, al nivel de otras como las de Mali, Cabo Verde, Sudáfrica o Etiopía. En ella han tenido un papel fundamental los griots o contadores de historias, depositarios y transmisores de la tradición oral del África Occidental, y que han traído hasta hoy instrumentos de cuerda como la kora, o de percusión como los tambores sabar. Youssou N’Dour es un digno heredero de su legado y destaca sobre una escena en la que podríamos nombrar a solo unos pocos de un extenso elenco: Orchestra Baobab, Baaba Maal, Cheik Lô, Ismael Lô, Lamine Konté o Diabel Cissokho. Y es que Youssou N’Dour es una figura que trasciende a todos los niveles, tanto a nivel nacional como internacional. Por citar algo, solo decir que llegó a ser candidato a las elecciones presidenciales de Senegal y que más tarde fue nombrado ministro de Cultura y Turismo. Ha sido además un gran activista por los derechos humanos y orgulloso embajador de Senegal y sus tesoros allá donde ha estado. Pero sobre todo, ha sido quien ha encarnado mejor el espíritu del mbalax, la música más popular del país, una combinación de soul, rock, jazz, funky, pop y sonidos electrónicos junto con armonías afro-caribeñas llegadas en forma de soukous, la lírica de los griots, e incluso la herencia islámica y sufí de la región. De este modo, los timbales, saxos, tambores sarar, guitarras, bajos o teclados que participan de su creación generan un sonido vibrante al que el oído occidental debe acostumbrarse puesto que, en un principio, puede parecer algo ajeno y arrítmico. Y he de confesar por experiencia propia que complicado de bailar con cierta dignidad (no es el caso, por supuesto, de un joven Youssou N’Dour interpretando Immigrés en directo, tal y como se puede ve en el video que acompaña este artículo).
Un buen inicio para introducirse en la amplia discografía de Youssou N´Dour podría ser el disco The guide (Womat), que incluye la famosa colaboración con Neneh Cherry que dio lugar a 7 seconds, pero también dos canciones que recomiendo para escuchar recién levantado y llenarse de energía: Leaving y Mame Bamba. Por otro lado, su disco Egypt es una muestra de la joya que puede originarse en el encuentro de la espiritualidad de la música árabe con la energía de aquella proveniente del oeste de África. El último disco de Youssou N´Dour ha sido Mbalax, compuesto por un repertorio que muestra toda la actualidad y potencia de este estilo. Pero fue el primer álbum de estudio de Youssou N´Dour, grabado junto a la mítica Super Etoile de Dakar allá por el año 1984, el que ha sido considerado como paradigma del mbalax (también ha sido juzgado como uno de los grandes discos de la música africana de siempre). Las letras de sus canciones traen a la vida historias de Senegal y el primer tema, Immigrés-BitimRew, es todo un himno que canta al mundo las bondades de su cultura. Su ritmo frenético, agotador a veces, desacompasado en una primera escucha, se mantiene en otros temas como Taaw y Badou hasta que consigue levantarnos y seguirlo con euforia. En contraposición, el segundo de los cuatro temas que forman este disco es Pitche Mi, en el que la voz de N´Dour mantiene el protagonismo mientras juega con sus propias posibilidades, creando, junto con el resto de coros e instrumentos, un efecto más sereno y melancólico.
Y es precisamente una melancolía alegre, alejada de tristezas, la que evoca el recuerdo de Senegal, su teranga y sus riquezas, a las que siempre se tienen ganas de regresar. Porque, recordemos, Senegal es un país al que nunca se llega por primera vez. Asimismo, la música de Youssou N´Dour estará dispuesta para recibirnos con la misma calidez.