Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoNo me acordaba

No me acordaba


 

No me acordaba de esta foto. La del oficinista feliz en la revista Tele Cable. En ese edificio de cristales sobre la Javier Prado con una antena gigantesca y horrible.

 

Pero contigo vi/Los árboles/ Casas bodegas/Y la pista/Como tras/Una lluviecita

Lucho Hernández, Vox Horrísona

 

 

Hice memoria. Cuán importante es la memoria. Porque esa tarde en que me dejaste entrar en el viejo BMW estacionado en el garaje, me di cuenta que nunca antes había estado en un auto parecido. Por eso fue tan alucinante cuando empecé a conducir autos en la noche de Leewood, alguna fiesta judía, y mi primer auto fue un BMW azul como ese que tú tenías, y al estacionarlo bajaron los espejos retrovisores, como pestañas, para que viera mejor los bordes de la vereda. Y era un día lluvioso y frío. No me acordaba de nada. Los años parqueando carros suelen  estar en mi memoria llenos de calor y de hojas de otoño de muchos colores: amarillas, rojas. Aunque también recuerdo la furia de la lluvia cuando salía ese imbécil a decir que se iba cuando sonaba la tormenta y yo pensaba a ver si acá me clava un trueno en este mar de Knollowood lleno de autos caros.

Tampoco me acordaba, pero hoy he mirado a la memoria, esa sonrisa con la que me recibiste en tu cama. Esos ojos alegres, casi chinos. Sospecho que yo estaba muy bebido y por eso apenas si recuerdo otro detalle. A pesar de que lo intento. Porque eso me permitiría ver mejor mi vida en ese momento meritorio, trascendente. Recuerdo mejor, por ejemplo, cuando me llevaste hacia la Vía Expresa y casi lloras contándome que él no te hacía ni caso. No te cogía de las manos cuando paseaban en Dasso, frente a las tiendas donde podría verlos alguien. Pensé entonces que esa relación no tendría futuro pero ahora veo tu foto en la compu y un par de niños por ahí y él detrás, siempre tan serio. Tampoco recordaba, aunque no me diste tantos detalles, que habían alquilado parte de la casa (¿o era toda?) a un equipo de periodistas del Japón, cuando lo de los rehenes y la residencia del embajador.

No me acordaba de esa arruga que se hacía al lado de tus labios con tu sonrisa. Es más, no me acordaba del sonido de tu risa, que me gustaba tanto, pero acá viene cuando escribo sobre ella. Qué buen regalo. Porque el sonido de ella evoca todo. Un instante en el tiempo en que todo era incierto y, quizá por eso, más excitante.

 

Más del autor

-publicidad-spot_img