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Novelitas

 

Salvo algunas, notables excepciones, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX la novela negra española se limitó a practicar el remedo de las novelas hardboiled aparecidas en los años veinte en Estados Unidos. De estas novelitas populares, sin embargo, no se pudieron importar algunos rasgos constitutivos básicos, como son la violencia extremada o, sobre todo, los pasajes en que el erotismo se hiciera explícito: no era esto posible, especialmente durante las primeras décadas de la dictadura nacional-católico-franquista. Ahora bien, censuradas o no, más o menos adocenadas (o no siempre), estas novelitas baratas de quiosco, creadas casi para usar y tirar, entretuvieron (benditas sean o fueron, también en su versión salvaje-oeste) a millares de lectores durante generaciones, hasta hace bien poco; y no sólo eso, sino que ofrecieron al lector otros imaginarios (estimulantes, a su manera subversivos) durante los muchos años que el discurso oficial obligaba a un panorama artístico rancio y uniformado.

 

Es decir, que el género negro, en España, no parte de los grandes clásicos ingleses o norteamericanos, y tampoco de las primeras aportaciones de las brillantes generaciones anteriores que en otros países y lenguas se ocuparon de insuflar perenne aliento romántico (y gótico) al género: se parte de novelitas escritas para seguir un modelo exitoso y recurrente, reflejo del norteamericano (el que demandaba el lector, que en general no conocía otro modelo), y no para aportar relatos originales y con singularidades locales al género. Este desfase, esta falta de sustrato romántico, explicaría en parte (la otra parte se la debemos al asfixiante control ejercicio en la literatura por las autoridades políticas de la época) lo mucho que tardó la literatura española en producir de manera sólida y continuada novelas negras innovadoras, así como la tendencia a la falta de imaginación de la que muchas veces se ha resentido el género en nuestro país.

 

 

En el año 2012, la editorial Akal tuvo el acierto de comenzar a publicar en varios volúmenes

una antología de estos “libritos de quiosco”

 

 

Pero no se debe pensar que, por ser baratas y producidas en serie, esta producción novelística no tuvo su importancia. Para empezar, fueron el punto de partida del interés en el género para algunos escritores. Literariamente, aunque sujetas a un estilo estandarizado en los diálogos y en la caracterización de los personajes, estos relatos fueron capaces de crear tramas ágiles que favorecieran el componente de acción que el género negro exige, y que quedaron a disposición de creadores posteriores, listas para ser aplicadas tanto al libro impreso como al guion cinematográfico. Normalmente, estas tramas se trasladaban de las hardboiled, aunque autores hubo que, seguramente para hacer más interesante un trabajo a veces repetitivo, utilizaron esquemas clásicos (por ejemplo, del teatro grecolatino de la Antigüedad) a escenarios del Werstern o de los suburbios de las grandes ciudades norteamericanas. Por lo demás, esta imitatio garantizaba, en tiempos de penuria intelectual y económica, un ingreso seguro para las editoriales, para el quiosquero que las vendía y para el autor de la novelita. Y, como hemos dicho, también hicieron felices a varias generaciones de lectores, muchos de los cuales, de no haber existido este género, acaso no hubieran leído ninguna otra cosa.

 

Pero: ¿quiénes eran estos autores? ¿Quiénes recibían el encargo de escribir, a veces, una o dos novelas “de bolsillo” a la semana, cuando no varias a la vez? En el próximo post indagaremos en la vida de uno de estos profesionales de la máquina de escribir. Su trayectoria vital, ideológica y profesional nos dará una idea de hasta qué punto escribir estas novelitas significó para algunos autores poder apañárselas para sobrevivir durante la dictadura.

 

Aunque fuera firmando siempre con seudónimo.

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