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Mientras tantoOtras antenas

Otras antenas

La vida en Comala City   el blog de Bruno H. Piché

para S. y J.

 La más íntima de las pasiones argentinas

es la amistad; yo pienso mucho en mis amigos.

Borges

Que el pasado termina por alcanzarnos al tornar la vuelta de una esquina en el incierto futuro es un lugar común; que ocurre en formas que nadie puede aprehender ni explicarse, es o puede ser una bendición, una pesadilla, o ambas a la vez.

En otra vida pasé un tiempo viviendo en Lisboa. Uno de mis mejores amigos me reclamaba, en el intrincado lenguaje de las bromas y las ironías en que mejor nos entendemos, que mi nulo entusiasmo por Lisboa no era más que mero esnobismo. Lo cierto es que una vez que llegaba el fin de semana, en ocasiones desde el viernes por la tarde al terminar mis labores en la embajada donde trabajaba, me subía al automóvil y salía como alma que lleva el diablo con destino al interior de Portugal, bellísimo país, o bien a España.

Cuando enfilaba hacia España, pasaba obligadamente por Extremadura (a mi sí me gusta la España vacía y sobre todo vaquera: por ejemplo Badajoz) o bien por Huelva. El camino Lisboa-Huelva-Sevilla llegué a conocerlo mejor que la palma de mi mano −la cual desconozco desde que tengo uso de razón sin que por ello mi vida se haya visto afectado por tal motivo.

Durante un fin de semana en Sevilla entré a la célebre librería Verbo, antes el Teatro Imperial. Cuáles líneas de la mano ni que demonios: el arbitrario (cuando no atrabiliario) azar lanzó sus dados y puso ante mis ojos Antenas, el delgado libro de poemas de Adam Zagajewski en traducción de Xavier Farré. Así ocurrió la dicha de descubrir a un poeta extraordinario y a quien no he dejado de leer desde entonces, es decir desde hace una eternidad dentro de las eternidades que conforman, como galaxias adyacentes, la vida de uno, de cualquiera, las vidas de todos.

Poco tiempo después regresé a mi país y supe que mi entusiasmo por la poesía de Zagajewski era un fervor compartido con amigos y lectores de poesía.

Es fama que Adam Zagajewski vivió y enseño en universidades de Estados Unidos. Quizá por esa razón, al menos hasta que leí otros títulos suyos, su poesía siempre tuvo para mí un aire y un humor auténticamente universales −por supuesto sin postular ciertas payasadas elementales como aquello de Carlos Fuentes: soy un ciudadano del mundo.

Verifíquelo por sí mismo el lector (lectora o lectere, en esta casa estamos más allá del bien y del mal) con los siguientes poemas, ambos provenientes de Antenas:

«Nochevieja 2004»

Estás en casa y escuchas largo tiempo

grabaciones de Billie Holiday

que canta melancólica, somnolienta.

Cuentas las horas que aún

te separan de la medianoche.

¿Por qué los muertos cantan tranquilamente

y los vivos no pueden liberarse del temor?

O bien «Sol de América», un poema genial que en su título lleva su propia penitencia:

Detrás de la ventana, el cegador sol de América.

En una habitación oscura, junto a la mesa,

hay un hombre mayor sentado,

y reflexiona sobre lo que ha perdido

y lo que conservó.

 

Yo soy ese hombre.

adivino lo que me tocará

perder en el futuro.

Todavía no sé qué voy a encontrar.

Quien hubiera dicho o imaginado que después de varias vidas, de enfermedades crónicas que han desvalijado poco a poco mi salud, luego de inesperadas mutaciones (a la manera de Nick Cave, quien canta o despotrica, no lo sé, vale la pena hacer click aquí: I’m transforming, I’m vibrating, I’m glowing, I’m flying, look at me now), después de haberme acercado durante mi vida de lector a la que considero la mejor literatura polaca −Bruno Schulz, Zbigniew Herbert, Witold Gombrowicz, Jerzy Andrzejewski, Kasimierz Brandys, Czesław Miłosz, Wislawa Szymborska, Jerzy Pilch−, no sólo me encontré con el más internacional de los poetas y escritores polacos, Adam Zagajewski, sino que yo mismo vine a parar, hasta nuevo aviso, a Varsovia capital de Polonia.

Juro que no estaba en mis planes −no así en las cartas de ese misterio envuelto en locura que todavía después de Nietzsche y del final del pensamiento llamamos destino−, venir a sentar mis reales en Varsovia, donde el invierno de la mente entre sus habitantes se extiende lejos, demasiado lejos de los límites naturales de la más salvaje estación del año, donde jamás me he perdido pero nunca en mi vida me había sentido tan extraviado, noqueado, tirado casi de bruces sobre la lona.

Varsovia, esa ciudad que alguien, de visita para entrevistar a Ryszard Kapuscinski, describió de manera inmejorable y profética, hace veintidós años: “Salvo algunas manzanas del viejo casco histórico, reconstruidas a conciencia, y el circuito del Parque Lazienki, el resto de la ciudad alterna la cal viva de la guerra con la arquitectura y la concepción urbana del bloque soviético, con el Palacio de la Cultura y la Ciencia, ‘regalo de los pueblos de la URSS al pueblo polaco’, de mastodóntico epicentro. Quizá por ello sorprenden tanto las nuevas construcciones que crecen a lo largo y ancho de la ciudad. Tienen algo paradójico, casi cruel, las luminosas tiendas y los relumbrantes nuevos comercios en un mar urbano tan adverso. Pero no por su presencia, islas en el mar de los sargazos, sino porque de tan contrastantes producen vértigo retrospectivo: saber lo que pudo ser y no fue por tantos años.”

Nada más que agregar, salvo que en Varsovia el rostro y semblante de la gente que circula en las calles de Varsovia refleja, con prístina exactitud, todos esos resabios del pasado, todos los cambios hacia un futuro acerca del cual nadie sabe nada. Cruzas de una acera a otra y se escuchan, como en un lamento, dos versos de un poema terrible, autoría de Tomas Tranströmer: Rostros confusos en la oscuridad, como piedras. Solo pueden susurrar: “No me toques”.

Leer la poesía de Zagajweski (sus libros en confiable traducción, o eso me han dicho, a la lengua española en bellas ediciones del Acantilado, Tierra de fuego, Asimetría, Mano invisible, Deseo, Verdadera vida) es una forma de volver a tocar a alguien que está y no está ahí.

No te salva de nada, sobre todo si atraviesas la desértica medianoche de Varsovia, pero eso sí: te procura una sanación temporal. Muy bienvenida.

 

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