MAK:
Estábamos el Torpe y yo en la calle con nuestras cosas y, como estamos creciendo todo el rato, nos dio hambre. Nos fuimos a su casa, que como su madre cocina, siempre hay algo.
No se oía nada, así que tiramos directamente a la cocina y, ¡no veas!, nos encontramos a su madre sentada encima de su padre. Llorando. Sin ruido ni nada. En silencio.
Ni nos vieron.
Se me quitó el hambre de la impresión. Salimos echando leches.
El Torpe dijo que seguramente se le había quemado algo. Yo le dije que vale, que no pasa nada.
Pero me quedé un poco así. Creo que los adultos no deben llorar en serio delante de los hijos de sus amigos. Impresiona mogollón.
Se lo conté a mi padre durante la cena. Dijo que es culpa de la Bestia, que estaba reunida con sus colegas en un pueblo muy bonito, muy limpio, muy nevado y muy caro, en lo alto de una montaña mágica, protegida por su legión de diablos, planeando la nueva cosecha de lágrimas. Que claro que a la madre del Torpe se le ha quemado algo. Se le han quemado las meninges.
Como no lo pillaba, Big Mak me dijo que la Bestia nos estaba tirando bolas de nieve desde las pistas de esquí. Que encima quiere que le riamos las gracias.
Yo seguía sin entender. Entonces mi padre me miró muy serio y, hablando bajito, me dijo que es que hay días que la vida nos persigue tan de cerca que no nos deja ni pensar.
Chis dice que a la madre del Torpe le faltan vitaminas y minerales.
Yo prefiero pensar que se le ha quemado la tortilla de patata o que se ha roto una uña. Tengo quince años. Me voy a oír Hip Hop.